martes, 15 de agosto de 2017

Buenos días, primavera final (Ámbar)

Cuando salí de la ducha estaba sentada en el sofá envuelta en una toalla con el marco nuevo en la mano.
-Ya ves, tenías razón, el marco ya no está vacío. Compre uno nuevo y puse la foto que me enviaste.
Me miró y sonrió débilmente, parecía cansada. Eran las once y media y estaba sin dormir, se levantó despacio, fue hasta la habitación y comenzó a vestirse. Otra vez me tocó a mí buscar sus bragas, en esta ocasión estaban entre el colchón, la pared y el canapé. Las saqué, las olí un momento y entonces volví a decir una estupidez: - Espero que sean las tuyas.
Como si por mi cama y a mi edad pudieran desfilar muchas tías. Fue tan sólo una broma. Todo un error, Ámbar sólo parecía tolerar sus propios chistes, que, dicho sea de paso y como había podido comprobar alguna vez, podían llegar a ser bastante hirientes.
La ayudé a vestirse, ponerle las bragas que yo mismo le había quitado me resultaba muy sensual, y a punto estuve de abrirle las piernas ponerme de rodillas y amorrarme otra vez a su entrepierna; pero me contuve, y apenas se lo acaricié un par de minutos. Ronroneó, me abrazó apoyando la cabeza sobre mi hombro izquierdo hasta que me detuve diciendo: -Venga, has de irte, pareces cansada. Que duermas bien.
Entre besos, fuimos hacia la puerta, y, un momento antes de abrir, metí la pata hasta el fondo cuando sin saber por qué le dije: - Bueno cariño, hasta el año que viene.
Una ironía que no se merecía -me constaba que venía cuando podía- y de la que me arrepentí en cuanto salió de mi boca, pero ya estaba dicha. Y a pesar de que me disculpé enseguida, no me la perdonaré nunca. Estás mejor calladito y comiéndole el chichi, gilipollas.
Una lástima, de nuevo me quedaría con las ganas de charlar un rato con ella. A la que vestía salía disparada de mi casa como alma que lleva el diablo, una manera de hacer que me tenía frustrado. Nunca teníamos tiempo, y yo sentía la apremiante necesidad de expresarme, de que me conociera más allá de los ratos de sexo o de mis escritos.
Volví a besarla y cerré la puerta.
Me senté en el sofá físicamente satisfecho pero muy cabreado conmigo mismo ¿Cómo has podido decirle eso? ¡Mierda! Mario, te has comportado como un imbécil.
En aquel momento un rayo de lucidez me atravesó. Tío, reacciona, ya no eres un adolescente y tu conducta... Bueno, ella no viene a ver a un niñato, espera algo más de ti. Ya deberías saberlo.

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