miércoles, 16 de agosto de 2017

Donde da la vuelta el aire (Ámbar)

Durante el mes de marzo continuamos conversando vía chat, un hecho que me resultó un tanto insólito si lo comparó con la ocasión anterior que, poco después de su visita y tras un poema romántico -ahora estoy convencido de que cumplió la función de catalizador o actuó como desencadenante-, me envió a paseo poco más o menos.
Esta vez el asunto fue muy distinto, empezó a dejarse caer por la plaza de vez en cuando en compañía de unas amigas, allí pasaban el rato y a veces solíamos intercambiar miradas cómplices en la distancia. Un detalle que a veces me hacia me hacía sonreír por lo ingenuo y bello que era. Buscaba tenerme cerca de la única manera que le era posible. Y tengo la sospecha de que aquellas sonrisas mías más adelante llegaron a consolidar sus erróneas sospechas.
Yo trataba de no dar muestras de demasiada atención hacia ella, no tanto por mí como por Ámbar. Lo último que deseaba era que nuestra relación -fuera la que fuera- llegara a formar parte del cotilleo cotidiano de la gente que no tiene nada mejor que hacer.
“Un relato oscuro” llevaba un par de semanas en la imprenta y solíamos hablar de aquel asunto cuando conversábamos. Sobre todo del tema de la presentación del libro, cuya fecha no estaba todavía fijada, pues no sabía cuando estaría la pequeña edición en mis manos.
El libro llegó por fin el doce de abril, sin tiempo material de organizar una presentación como es debido hasta después de semana santa. No hubo más remedio que organizarla para el sábado veintidós -víspera de Sant Jordi-. No era una mala fecha, aunque a mí me habría gustado que la maldita semana santa me hubiera permitido hacerla el sábado anterior.
Cuando se lo comenté me dijo que no podría estar ese día -había pagado unas clases de artes marciales con un profesor extranjero ese mismo fin de semana- y si tenía previsto organizar alguna otra más adelante.
-No te preocupes, mis musas nunca han venido a mis presentaciones, no será nada nuevo - me parece recordar que le contesté.
Un par de días después de la presentación preguntó por cómo había ido y le envié un enlace con las fotografías del acto.
Semana y media más tarde me escribió un par de enigmáticos mensajes donde venía a decir que nunca podría estar con nadie, que siempre andaría sola o algo por el estilo. Era su manera de finalizar lo nuestro. Y al poco un mensaje que olía a paranoia a un kilómetro: “Me entristece que te lo tomes en plan personal”. Al que yo contesté: “La cuestión no es ésa para mí, la cuestión es que me afecte lo menos posible”. Un asunto -éste último- al que, como comprobaría más adelante, ella no estaba dispuesta a renunciar.
Tras mi contestación, me dijo que creía que me estaba riendo de ella, que todo era muy extraño. Aquellas palabras me reafirmaron en mi idea de que algo totalmente ajeno a mí le había sucedido y había dado pie a su cambio de actitud.
No obstante, vino al pequeño recital poético que hice en fiestas y me la tropecé alguna noche de concierto, incluso trató de decirme algo una vez que nos cruzamos, pero me desentendí con un gesto de la mano al ver su iniciativa. No estaba dispuesto a alimentar ningún mal rollo. Tiempo al tiempo.

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