lunes, 16 de julio de 2012

La función

Fue en el Llantiol, en una oscura función que hablaba de desolación y conflicto, donde vi por primera vez a Estrella entre candilejas. Tras años de conocerla, de escribirla, de callarla; de verla tras una concurrida barra improvisando pequeños papeles, la sentí por fin haciendo lo que más le gustaba.
Hacía más de quince años que no entraba en Llantiol. No pasan los años por la pequeña sala de espectáculos. Recargada y coqueta, como una mujer madura que no quiere renunciar a las miradas masculinas. Por un instante me ví veinte años atrás, cuando fui con una antropóloga funcionaria de correos algo paranoica con la que salí un verano de primeros de los noventa.
“Eso me vendría de perlas ahora mismo, veinte años menos”, me dije mientras, dando un vistazo general por la sala, buscaba el rincón del bar.
La Cía. Imperfecta estrenaba obra, y mí me gusta un 25% de la compañía, así que no podía faltar. Sentado en tercera fila y con un chupito para matar las ganas de fumar y la impaciencia, esperaba intrigado que se levantara el telón. Asoma un ojo por entre el hilo de luz que dejan pasar las cortinas del escenario; pero no es ella.
Dijera lo que dijera el programa, me pareció una propuesta en evolución más que una fórmula. No creo que existan fórmulas para las emociones.
Una para todas y todas para una, como los Tres Mosqueteros, que también eran cuatro. ¿Cuatro sombras de una mujer o el rostro oscuro de cuatro mujeres? Un camino contradictorio y de largo recorrido sugiere la pregunta.
Un páramo donde cuatro mujeres bailan al compás de sus miedos, sus ilusiones y carencias, buscando un hilo conductor que las resuelva.
Paisajes ominosos donde a cada instante la realidad parece desplomarse sobre sus cabezas en un incansable gotear que amenaza con ahogarlas, con borrarlas
del mundo y la memoria. 
Detenidas por el peso de su excesivo equipaje en un desolado cruce de caminos, contemplan el ir y venir de los otros, o, inmersas en su danza, imaginan la mirada del espectador tras las bambalinas.
Atrapado en ámbar como el mosquito de Parque Jurásico, mientras Estrella, con voz cálida, apagada y distante, interpreta una versión narcisista del “Bésame mucho”; toda una antítesis del “Muérdeme un poco” que me cantaba en sus mejores noches una tía con la que salí hace unos años.
Una sonrisa, rojo carmín y el pelo mojado y negro; negro de bote, pero negro al fin y al cabo.