miércoles, 26 de octubre de 2016

Corte tres, Sweet Jane 4 (unos días de febrero)

Nada más cerrar la puerta nos besamos y besamos; y mis dudas y temores sobre nuestra diferencia de edad se fueron diluyendo entre beso y beso; y por un momento pensé en Nabokov…
Cruzamos la maltratada cortina que separa la puerta del resto de la casa y me parece recordar vagamente un comentario mío sobre lo pequeño que era todo, sobre el relativo desorden reinante y lo poco que había que ver.
Fue a quitarse el abrigo, pero se detuvo a medio camino, desistió y me miró, volvió a mirar el perchero y después otra vez a mí. Una mirada estupenda. Estaba, como siempre, abarrotado, evidenciando una de las costumbres que adquiere uno sin apenas darse cuenta cuando hace mucho tiempo que ya no se espera a nadie.
Saqué la ropa de una de las perchas y me la llevé al cuarto donde escribo, y al salir…, al salir se estaba quitando el abrigo, y entonces me quedé atónito durante un instante que pareció un siglo… y estuve a punto de exclamar: ¡Tachán!
Camiseta roja sin mangas, una minifaldita plisada de color azul marino y medias negras hasta medio muslo… Desde luego no había venido dispuesta a una negativa.
Un minuto más tarde estaba sentado en el sofá, y ella, montada encima con mis piernas entre las suyas, me besaba y besaba; y mi mano izquierda fue perdiéndose poco a poco bajo su falda…
Llevaba sujetador y braguitas de color fucsia con muchas puntillitas. Un diseño tope de mono, sexy y juvenil. Ella me besaba y besaba… y yo, sin dejar de mirarla a los ojos, me dejaba llevar mientras me decía: “Tío, esto no te puede estar pasando a ti”.
Quitarle las bragas ha sido uno de los rituales más hermosos en que he participado en mi vida, me tomé mi tiempo… Poco después estábamos en la cama: Ella a horcajadas sobre mi rostro meciendo despacito su rasurado y dulce sexo sobre mi boca, y yo con los brazos alzados acariciando suavemente sus tiernos pechos de seda; y el Sweet Jane de la Velvet resonando en todas partes.



miércoles, 12 de octubre de 2016

Corte tres, Sweet Jane 3 (unos días de febrero)

Nunca olvidaré el primer beso. Fue frente a la puerta del instituto La Guineueta, un beso breve, cálido y furtivo. El dulce sabor de su boca siempre estará conmigo; y en mis largas horas insomnes, fantasmagórico tiempo de humo y de vueltas, a veces, algunas veces, vuelvo a sentir sus labios entregados, llenos; y vivo de nuevo aquel instante supremo grabado a fuego en mi memoria: La refulgente mirada juvenil gratamente sorprendida, el pelo ligeramente ondulado cayendo sobre el abriguito azul marino y su arrebatadora sonrisa desafiando al tiempo. 

martes, 4 de octubre de 2016

Corte tres, Sweet Jane 2 (unos días de febrero)

Alrededor de las once de aquella mañana interminable salí a comprar. ¿Vendrá comida? ¿Qué le gustará beber? ¿Vendrá? Los interrogantes, esos viejos y entrometidos parientes de la incertidumbre, se me iban acumulando mientras caminaba como un sonámbulo de una tienda a otra.
Hora y media después descargaba la compra preguntándome qué iba a comer. Quizá algo de pasta, seguro que si viene directamente del insti traerá hambre, y un poco de pasta sin la rutinaria salsa de tomate, mejor al pesto o a la carbonara, es bastante probable que le venga de gusto. Está en la edad. Aunque los carbohidratos tienen el inconveniente de producir una digestión un tanto pesada y a mí hoy no me conviene, paso de verla en pleno estado soporífero; pero, por otro lado, estoy hecho polvo y necesito combustible.…
Entonces pensé que llevaba haciendo el gilipollas toda la mañana y que no iba a venir. Encendí el ordenador y me puse a trabajar. Mi novelita no iba a escribirse sola y no era cuestión de perder lo que quedaba de la mañana especulando sobre si la jovencita vendría o no. A la media hora apenas había avanzado nada, me costaba un montón concentrarme en la tarea; y los ojos de la chiquita aparecían una y otra vez ¡Mierda, así no sé puede!
Entre unas cosas y otras eran casi las dos, deje el texto como estaba, abrí el Winamp, puse música y me metí en la cocina. Una ensalada, pollo a la plancha y yogurt. Comí despacio y mirando constantemente hacia el estante donde tengo el reloj… A las tres estaba fregando los platos con los ojos de Ámbar danzando a mi alrededor. Por distraerme, me fui al bar de la esquina a tomar café, algo que no hago casi nunca; y allí estuve hasta menos cuarto, intentando en vano leer las noticias del periodico, no podía concentrarme en nada y pasaba las hojas mirando los artículos pero incapaz de meterme en ellos.
A las cuatro y diez, cuando ya estaba convencido de que todo aquello no había sido más que una broma de muy mal gusto, sonó el teléfono. Era ella, había tomado mal la dirección. Le di unas indicaciones, y más contento que si me hubiera tocado la primitiva salí a su encuentro.