martes, 27 de diciembre de 2011

El enano maricón (mientras tanto)

La historia del enano se remonta hasta mi tierna infancia. Carlitos, el enano, vivía entonces en un bloque contiguo al mío. Mis recuerdos comienzan con un enanito bullanguero ocho años mayor que yo, que por entonces contaba con seis o siete.
Mi barrio, un pequeño polígono de bloques de cuatro plantas situado en la zona norte de la ciudad, estaba lleno de vida, es decir, de niños correteando por calles y patios interiores, pues el tráfico rodado era inexistente a mediados de los sesenta. Las colinas del Parc de Collserola, que amurallan el barrio y la ciudad, comenzaban entonces cien metros más arriba de mi calle.
Las mujeres, cuando marchaban de compras al centro decían que iban a Barcelona, y la vida de la ciudad se desarrollaba a nuestros pies. La urbe estaba allí abajo, entre el puerto, las fábricas y empresas logísticas del Poble Nou y el centro administrativo y comercial que, durante siglos, había ido creciendo en espiral desde el barrio gótico.
Carlitos no llegaba al metro ni de puntillas, era cabezón, de pelo ralo, corto, rubio y ensortijado; barbilampiño de ojos claros, gafas de concha de culo de vaso y más boca que el tío del Netol. Patizambo y marchoso lo veía caminar con su vieja guitarra española al hombro. Calle arriba, calle abajo.
Durante las vacaciones veraniegas el enano caminaba con paso alegre y decidido por entre los patios interiores con su guitarra a cuestas. Todas las tardes se sentaba en un bordillo o un escalón, colocaba boca arriba la guitarra sobre sus cortas piernas y tocaba y cantaba canciones infantiles y populares con una técnica parecida a la de la guitarra hawaiana antecesora del estilo “slide”.
Y los niños lo escuchábamos embelesados hasta que, media hora después, la caza de lagartijas volvía a ser una novedad. Entonces se levantaba sonriente y se perdía con paso vivo por los entresijos de los patios del polígono en busca de otros ojos infantiles que lo mirasen arrobados durante unos minutos.
Esta bucólica imagen de Carlitos se fue desdibujando a medida que yo dejaba atrás la tierna infancia, hasta que, justo cuando el Tío Paco entró en capilla, comenzaron los rumores…
El lado oscuro de Carlitos se nos hizo evidente cuando éste se acercaba a los treinta años. Según corroboraron unos amigos, que se dejaron caer por el bar en cuestión, los rumores eran fundados. Al enano le gustaba chupar pollas por debajo de las mesas del bar de una conocida sala billares de Horta.
Sus padres, escandalizados por el asunto, lo facturaron con un tío suyo, abogado y representante de una pequeña compañía de enanos saltimbanquis que solía trabajar largas temporadas en un conocido circo italiano.
A partir de aquí, encanto, la historia del enano da un vuelco; y ya no es un testimonio de primera mano, sino un relato compuesto por lo leído en los papeles y algunas habladurías de testigos no demasiado fiables, que, en sus constantes entradas y salidas del trullo, iban dando retazos de información cuando alguien les preguntaba por el enano. Las noticias corrían, se contradecían y exageraban de bar en bar.
La banda cayó a mediados de los ochenta. Una organización delictiva compuesta por un tipo desgarbado de pelo blanco y unos cuantos enanos dio mucho juego a la prensa del momento; y no se limitó a las páginas de sucesos, bastantes columnistas le dedicaron su espacio en los rotativos. Carlitos ya no era el enanito cantarín, sino “El Nano”, un tipo duro de los bajos fondos.
El asunto pasó a anales del crimen como “El Caso Blancanieves”. Su tío, era sin duda la Blancanieves de aquella historia, pues los otros siete eran enanos y él lucía barba y cabellos blancos; que recogía en una coleta al estilo Radovan Karadzic en el esperpéntico papel de médico alternativo de sus años furtivos. Vamos, que se lo pusieron a huevo a los periodistas.
Robo con escalo, contrabando y tráfico de diamantes, asociación de malhechores y evasión de impuestos, fueron los delitos por los que se les juzgó y condenó según su grado de implicación, pues no todos estaban al corriente del contrabando de diamantes de sangre que “Blancanieves” y “El Nano” llevaban a cabo aprovechando las giras circenses y los contactos del primero con un temido grupo mafioso francés.
Los robos de joyas y obras de arte se organizaban a partir de la información proporcionada por una peligrosa organización de los bajos fondos de Lyón, algo que no se pudo probar fehacientemente pero estuvo en boca de todos los investigadores y periodistas próximos al caso.
Los más pringados fueron: “Blancanieves”, dieciocho años y un día, y “El Nano” y su novio Manué -el acróbata canastero-, doce años y un día.
El resto salió mejor parado: Rafi y Rufi -los gemelos funambulistas-, ocho años y un día; Jean Pierre -el trapecista- y Nené -contorsionista punkarra y amante del anterior-, seis años y un día; Jorgito -el llorón as del monociclo- fue el que salió mejor librado. Gracias al informe presentado por el psiquiatra forense no tuvo que cumplir los cuatro años, dos meses y un día que le cayeron; pues la condena le fue conmutada al acceder éste a su ingreso en una institución mental por un periodo no inferior a dos años.
Lejos de amilanarse por la larga pena que debía cumplir, Carlitos empleó el tiempo de su condena en estudiar y dar clases de guitarra a otros presos. Debido a su aprovechamiento en los estudios y su buena conducta, ocho años más tarde, una desapacible mañana de febrero del 1994, “El Nano” salía de la prisión de Lleida con un proyecto, una licenciatura en administración de empresas de la UNED y la boca llena de pupas de tanto chupársela a los funcionarios.
Cuando, pasados dos años, derrotado y enfermo del pecho, Manué era excarcelado, lo primero que hizo fue cruzar a toda prisa la calle Entenza. Después se metió en el bar que hay justo enfrente de la puerta principal de La Modelo, donde, a pesar de sus achaques, nada mas entrar pegó un acrobático salto que lo dejó sentado en un taburete de la barra y, ante el estupor general, a continuación pidió su primer café como hombre libre. Café, al que, a modo de bienvenida, tiene a gala invitar el dueño del establecimiento a todos los presos cuando les dan bola.
Al servirle el café, el camarero hizo un gesto con la cabeza para que mirase a su espalda…
-Buen salto, Manué –escuchó, segundos antes de darse la vuelta-. “El Nano” viene ahora mismo. Ha ido al estanco de la esquina a por unos puritos –gimoteó la voz.
En la mesa del rincón, sentado delante de una cerveza y medio bocata de anchoas, Jorgito lloraba como una Magdalena.

Trini, esto último te puede parecer inverosímil. En realidad a mí también me lo pareció. La fuente de información no es demasiado fiable, pero, de las historias que escuché, es la menos surrealista. “El Chino” -vecino de mi barrio y delincuente habitual-, fue el que me contó el desenlace del “Caso Blancanieves”:

Bajo los soportales de la ya desaparecida plaza de Verdum, mientras compartíamos unas chuletas a la brasa con alioli y una botella de priorato de granel en el bar de “El Patas Cortas”, “El Chino” me largó esta historia:
La mañana que Manué salió de la trena, “El Chino” aguardaba en el mismo bar que Jorgito; “El Chupas”, un viejo compinche suyo, debía salir en bola aquella misma mañana.
Almorzó con los enanos, pues había vivido en la misma escalera que “El Nano” durante muchos años y, además, habían compartido galería en alguna de las frecuentes entradas de “El Chino” en el talego.
Durante aquél almuerzo, los enanos le contaron que fue del resto de la banda:
A los pocos meses de su puesta en libertad, Rafi y Rufi -los más jóvenes del grupo- cruzaron el charco contratados por un circo norteamericano; Jean Pierre y Nené se casaron estando en prisión, y, en cuanto los liberaron, se marcharon a un tranquilo pueblecito del pirineo vasco-francés, donde Nené tenía un viejo caserón heredado de su abuela paterna; “Blancanieves” no sobrevivió a su cautiverio, murió de cáncer en la prisión provincial de Tarragona meses después de salir su sobrino de Lleida 1.
Los pasos de “El Nano”, según contó éste a “El Chino”, fueron discretamente vigilados durante meses; y el fulano que se asoció con él y puso el parné para montar su primer negocio -una sauna de ambiente gay en la Travessera de Gràcia- fue investigado por hacienda e interrogado en varias ocasiones por la policía.
Con Manué en libertad nada los retenía en la ciudad. Para cuando éste estuviera recuperado ya habrían ganado suficiente guita y se largarían a Madrid. Entre los tres pensaban montar un negocio en el barrio de Chueca.
El relato de “El Chino” termina aquí, y, como era de esperar, los enanos no dijeron ni una palabra sobre el suculento botín que la policía les suponía. Aunque “El Tiri” -disc-jockey y traficante de perico-, otra de las fuentes consultadas, me aseguró que, cuando él estaba en Tarragona cumpliendo su último año de condena, “Blancanieves” recibió dos visitas de un extranjero. Un abogado holandés muy elegante, según supo por boca de un funcionario con el que hacía negocios. Todo un currante “El Tiri”, no se tomaba vacaciones ni estando preso.
Las sospechas de la policía y las insinuaciones de la prensa sobre las conexiones internacionales de “Blancanieves” se quedaron en éso, meras sospechas que no habían sido capaces de demostrar y especulaciones periodísticas difundidas con ánimo de vender más periódicos.
El botín, si es que lo hubo alguna vez, se había esfumado sin dejar rastro.