miércoles, 12 de marzo de 2014

Despertar

Llevas razón, no ha quedado mal si se tiene en cuenta que fue improvisado. Hasta tiene una falta de ortografía de primaria, fruto del flujo de tiempos verbales que se manejan -o te manejan- y el atropello de palabras que aparecen y desaparecen a toda pastilla. Un sinfín de procesos corren desesperados por los laberintos inconscientes en un barullo entre festivo y adolescente; y un cosquilleo eléctrico se apodera de los oscuros senderillos de la mente como una dosis de cocaína. Subidón, subidón.
La culpa no fue del todo mía, la maría jamaicana también puso de su parte, que conste. El rollo zen no se me da bien, así que me lo monto con el petardo de toda la vida.
“En los directos, ya se sabe”, diría otro.
La obsesión de corregir, y el viento frío de una mañana de primavera recorriéndote el cuerpo mientras caminas Rondas adelante. La ciudad despierta. Yo despierto. Y camino y camino… 

Senderos

Buscaba entre los claroscuros del bosque el sendero de la vieja fuente de mis paseos. Los trabajos de limpieza y aclarado del año anterior habían transformado el paisaje. Trocado la pista en vereda y viceversa; cegado algunas de éstas con la maleza sobrante de la tala, y abierto caminos nuevos con la intención de facilitar la circulación de los vehículos contraincendios en este sector del parque.
Perplejo e indignado delante del lugar donde intuyo arrancaba mi camino miro hacía atrás… El viejo sendero, hecho paso a paso, hora a hora, con todo lo que hace a un  sendero serlo, su alivio en una dura ascensión o la ruta rápida, imposible para los vehículos, hasta mi fuente. La planificación había ganado la partida al hombre desnudo y su experiencia, a su sentido común, a sus latidos y afanes. 
Siempre mareando al personal. Esta vez, con la excusa de la lucha contra el imprevisible incendio forestal, que se agazapa furtivo, como una alimaña acorralada dispuesta a vender cara la piel a las primeras de cambio, me han robado un viejo camino, bello y eficaz; un lugar donde el ritmo y la sagacidad del hombre le siguen ganando la partida a las máquinas. Eran rutas compatibles, pero la pista forestal se ha impuesto y ejerce su implacable hegemonía sobre las veredas humanas, cegando mi sendero querían también arrebatarme el recuerdo de un mundo, para ellos inoperante y pasado de moda.
Más allá de la metáfora social, que el personal con mucho tiempo libre pueda llegar a interpretar al leer estas palabras, lo cierto era que la entrañable ruta era el camino más corto para llegar a la fuente y ya no existía.
¿Tendré que ir por la pista, llena como suele estar de ciclistas psicópatas bajando a toda pastilla sin tocar el timbre? Un paseo apacible se había transformado en una ruta implacable. Había que elegir… entre una batalla sobre una pista polvorienta, o arriesgarse y, en plan kamikaze, tratar de abrir trocha con mi navaja suiza por la selva inexpugnable paralela al regato de mi cañada. 
La pista es cómoda, pero peligrosa. Larga y plagada de curvas sin visibilidad, una serpenteante metáfora contra reloj por llegar a tu destino antes de morder el polvo en una profunda cuneta camino de la fuente. Los caminos sin corazón acaban matando, pero abrir trocha en esa selva es un suicidio. Tardarían años en encontrar mi cadáver y acabaría por ser pasto de las alimañas que recorren las noches del parque. ¡Noches como esta! –exclamé por lo bajini, al ver que la luz desaparecía con rapidez tras una colina próxima al Tibidabo. La noche, voraz y posesiva, se avalanzaba sobre el parque con el frenesí de una desequilibrada cachonda.  

Nunca seré un tipo de mayorías. Soy un hombre de sendero.