domingo, 21 de marzo de 2010

¡Jódete y baila!* (enero 08)

Nunca olvidaré aquella noche. La conocí en el Casal de Barri de Prosperitat, en una exposición de cuadros. Le largué mi rollo habitual, aderezado con artísticas pinceladas. Yo recité unos poemas, ella, bailó una danza, el despertar, el amanecer de una confusa conciencia.
Madura, de pelo negro y corto, bonita y de aspecto estrafalario, con unos lindos y expresivos ojos oscuros, ojos de mujer herida. 
Algo desconfiada pero simpática, y dueña de una mirada cambiante, a ratos, ensimismada y triste, otros, en cambio, alzaba el rostro y te miraba altiva. Un chispazo arrebatador se apoderaba de sus ojos en esos momentos. Aquella mirada, se adueñó de toda la sala con sólo recorrer fugazmente todas las demás.
Desde la esquina, la observaba con curiosidad, dando cortos, distraídos y certeros vistazos. Después, comenzó su lento periplo, cuadro tras cuadro, hasta llegar al rincón donde unos cuantos amigos charlábamos animadamente...

Han pasado seis meses de nuestro primer encuentro, y cuando miro atrás, los recuerdo cargados de brumas. 
Un montón de contradicciones revueltas, desde donde se proyecta hacia delante, a un primer plano, un rostro de mujer, un abanico rebosante de luces y sombras.
Su rostro, un bello rostro, donde destacan unos enigmáticos y hermosos ojos pardos, que me recuerdan un atardecer de verano, cálidos, de dulce y cambiante mirar. Cuando deja caer sus negras y largas pestañas parece que el mundo hecha el telón, que la oscuridad se enseñorea de todo lo que la rodea, yo incluido. De pronto, los abre, y sonríe como una niña pillada en una falta, entonces, se deja ver una tímida sonrisa de nácar.
Cuando le acaricio el pelo, ese pelo de un negro profundo, corto y espeso, ronronea, y un deslumbrante brillo juvenil se adueña de sus ojos, con la soñadora mirada que muestra en sus mejores momentos. Ese fugaz brillo amarillento parece despejar brumas, como unos faros antiniebla, que, al encenderse, iluminan sus sombras más profundas.
Una boca bien dibujada, sensual, pero no demasiado, lo justo para que te fijes en ella, para que desees pasarle la lengua por los, ligeramente entreabiertos, labios, que dejan pasar una delgada línea de marfil, mientras los saboreas despacio, como si de una fruta madura y dulce se tratara. 
Entonces su cuerpo se pega al tuyo, y la sientes estremecerse levemente, como las alas una mariposa que se adentra por primera vez en la brisa primaveral.
Sin una arruga en el rostro -a pesar de su edad-, salvo, cuando, coqueta, hace un sensual mohín. Ese detalle, nos podría llevar a pensar que no siente ni padece, pero no sería cierto.
En el amor su rostro se crispa y relaja alternativamente, se transforma en un rostro para retenerte, adquiriendo, con todo esplendor, una belleza total,  sacando -vete a saber de donde-, en algunos de sus rasgos, una expresión arrebatadora. La primera vez que me fijé en esa cualidad me quedé alucinado. Recuerdo que pensé: “la belleza absoluta se halla en la fuerza que ha producido el cambio. En la energía que ha llevado los rasgos a su máxima capacidad expresiva”. 
Era algo increíble, la pasión aumentaba los atractivos de su cara elevándolos a límites extraordinarios. El brillo de sus ojos se multiplicaba por diez y su boca se dibujaba como nunca, potenciando toda la sensualidad guardada en algún oscuro rincón de su alma, expresándola a través de sus labios, que parecían haber trasformado todo el rostro, dándole unas cualidades que antes permanecían ocultas. En esos momentos lo pasaba bien, muy bien, y eso la trasfiguraba, estaba guapa, guapa de cojones.
Sé que juego con fuego, que es un trabajo inútil, no sabe amar, pero sigue atrayéndome. Se me follará cuando quiera.
Y la vi de perfil, primero me sobresaltó el profundo contraste, y luego pensé en Picasso, en los retratos cubistas que solapan frente y perfil. Dos expresiones contradictorias de un rostro mostradas en las mujeres que pintaba, y que el artista, yendo más allá de lo evidente, conciliaba dos mujeres contradictorias, dos facetas irreconciliables, en una sola obra.
En su afilado perfil vi a la otra mujer. En esos cortantes filos había miedo y una profunda e incomprendida soledad. También vi sus obsesiones sexuales, su falso rostro de mosquita muerta, que alternaba expresiones con una egocéntrica de tendencias sadomasoquistas, se recortaba con aristas muy afiladas en aquél perfil que, ahora si, delataba su edad biológica.
Volví a mirarla de frente por unos segundos, y los contrastes, la enorme distancia entre aquellos dos rostros, me sacudieron de arriba abajo. “Ruido de Fondo”, un bello rostro con ruido de fondo. Un ruido que no le da respiro.
Mar de fondo, la tormenta donde el mar se agita por culpa de un viento lejano que perdió su fuerza por el camino, y del que tan sólo llega hasta nosotros la energía, el impulso que le dio al mar, sería, para este texto, un símil de los que a mí me gustan, marinero.
Sabía donde me metía,y, escarmentado como estaba, me lo tomé con filosofía. Aprenderás Mario, aprenderás, no te involucraras demasiado, pero la amarás, satisfarás tu curiosidad y tu pasión de una tacada, y lo contarás.
Una seductora nata con escaso éxito y muchas pasiones por vivir, cosa que, desde luego, no se atreve a llevar hasta el final, quedándose, tristemente, a las puertas de todo eso, ahogando, en esporádicas ocasiones, y con algún polvo raro, las frustraciones que su miedo atávico le impide vivir con plenitud.
No hay amor, pasión que le dure, pues ella misma se encarga de joderl@, enganchada al dolor, se hace daño,y, si puede o la dejan, se lo hace a sus amantes. 
Asustada y perdida en un informático bucle infinito, de donde no sabe, o no quiere, o no puede, o no se atreve, a salir. Hay que huir, siempre huir. No se puede huir de uno mismo, por mas que se corra siempre está con uno.
Tirada la toalla, sin saber amar, ensimismada en un mundo de recuerdos, de amores que apenas vivió y malbarató. Envuelta en una alegría fugaz y somnolienta, en una narcisista maldad, pasa sus días.
Ha estado meses intentando sacarme de mis casillas. Lo ha probado todo, celos, desdenes, smeses desagradables... etc. cuanto más caso le hagas peor. Sólo deja de dar la tabarra mientras te la follas, y a veces ni eso.
Es en la danza donde la visto mas ella misma, allí se liberaba, exteriorizando su conflicto personal de una manera muy sensual y bella. Por esa razón, sólo por esa, me seduce, me sedujo, me dejé seducir, me seducirá siempre.
El jaguar, la sombra ancestral en el espejo de mi vida, mira a su izquierda, a su muerte, y esta le dice: tranquilo, sólo mi toque importa. Eso, os hace mágicos.
¡Jódete y baila!, mi amor. ¡Jódete y baila!


*Fragmento de los "Cuentos del amor oscuro".

martes, 16 de marzo de 2010

beatniks

Silencios

Y no te encuentro.
Y te siento mía y no te tengo, y cuento,
y no duermo.
Besos azules, besos rojos, amarillos,
blancos de jazmín de la belleza esquiva,
que sueño.
Al caminar, te veo por las esquinas,
y te arrambo en un portal.
Un beso fugitivo, casi un sueño.
Azules, bragas azules, como el mar.

domingo, 14 de marzo de 2010

38 especial

Cuando el ejército abrió sus cuarteles a las mujeres no sabía la que se le que venía encima.
Al cabo de unos pocos años, y después de rigurosos estudios estadísticos y psicológicos, las altas esferas del ministerio de defensa llegaron a la conclusión de que, las mujeres, en determinadas circunstancias emocionales, eran mucho más resistentes, más resolutivas que los hombres, es decir, eran mucho más agresivas, más eficaces, en suma, mucho más despiadadas y letales.
Los responsables del programa de adiestramiento de los grupos de operaciones especiales fueron los primeros sorprendidos. Pero los resultados cantaban.
Estas unidades, mayoritariamente entrenadas y dedicadas a tareas de reconocimiento y acción rápida, a trabajar tras las líneas enemigas de cualquier lugar del mundo, en parajes inhóspitos y de población hostil, eran un barómetro bastante fiable de este fenómeno.
El curso de capacitación para los grupos especiales antiguerrilla urbana es, de lejos, el más duro de los que se imparten en cualquier ejército del mundo.
Mañanas de duro entrenamiento urbano, tardes de teoría militar antiguerrilla, y prácticas de información-contrainformación, sabotaje e interceptación de comunicaciones, y un largo etcétera para el que no tenemos espacio en estas pocas líneas, convertían el curso en algo sólo asequible a los más aptos.
Aquí destacaron las hembras de forma notable. Porque, si a la dureza del entrenamiento físico (alcantarillas, túneles, rascacielos, puentes, y demás trampas urbanas) le añadimos que, durante los seis meses del adiestramiento, los aspirantes debían buscarse, y pagarse, cada uno por su cuenta, alojamiento, manutención y demás gastos vitales, con el salario mínimo interprofesional español (algo que, hoy por hoy, es ya toda una hazaña en si mismo) en una gran ciudad de nuestro país, y encima, pasar desapercibidos, no te digo nada, durillo de verdad, y lo superaron más mujeres que hombres.
A la vista de aquellos resultados, se establecieron, en diversos campos secretos, protocolos y cursos de adiestramiento exclusivamente para mujeres. Cada uno con sus características específicas, y sólo compartían, con el resto de programas afines, el hecho de la ausencia masculina.
Todos los trabajos auxiliares eran hechos por mujeres y para mujeres. Las incautas, nunca sospecharon que esa circunstancia formaba parte esencial del adiestramiento.
Como resultado de aquellos secretos estudios, dos años más tarde, un comando suicida, formado, únicamente, por ocho tías mal folladas, pasó a cuchillo, en apenas dos horas, en absoluto silencio y sin una sola baja, a trescientos talibanes de un remoto campamento perdido en las montañas de Afganistán.
Estos hechos nunca hubieran llegado a conocimiento del público de no ser por Ana, una de las mujeres que formó parte de aquél expeditivo y fatídico comando.
Desaparecida, y buscada desde que el escándalo estalló.
Matamos hasta a los perros. Silenciamos todos los alientos, confesaba aterrorizada una de ellas a una psiquiatra militar.
Una psiquiatra que, poco después de escuchar los ocho testimonios, requirió a su vez tratamiento psiquiátrico y, desde entonces, vive recluida en una grata y discreta casa de reposo.
Fue la muerte del general responsable del adiestramiento secreto lo que precipitó el escándalo. Asesinado de dos tiros en los huevos -con un revólver del 38 especial- en un conocido moblé madrileño.
No se pudo tapar, pues, antes de desaparecer, la astuta Ana avisó a prensa y televisión de los hechos, y remitió copias de documentos clasificados relativos al asunto a diversos medios de comunicación.
De aquél comando, sólo Ana salió más o menos con bien. Del resto, cuatro se suicidaron, y, las otras tres, matan moscas en un seguro y bello jardín militar.

jueves, 11 de marzo de 2010

¡Joder!*

¡Joder! es martes y estoy exhausto. Los domingos y lunes me auto secuestran. He llegado a casa hambriento y con un cansancio mortal, achacable, exclusivamente, a femeninas causas naturales. Que conste que no me quejo. Es mucho más divertido que hacer deporte.
Mi polla, ahora mismo, es lo más parecido a un pájaro muerto que he visto en mi vida. 
Ella también está para el arrastre -me digo. Es todo un consuelo. No se ha ido de rositas. Ha dormido más que yo, pero dado lo que se mueve, ahora debe estar en las últimas. Por lo menos, esperará, aunque sólo sea por cubrir las apariencias, un par de días para dar señales de vida animada, la chica quiero decir.
Poble Nou, se ha convertido en una sensual trampa mortal. Tengo que dosificarlo, que me cunda, sacarle rendimiento erótico sin caer en la rutina.
He tenido que ducharme tres veces para quitarme el olor a coño. Hasta Rufo, el perro de un colega, me miraba de reojo esta mañana, cuando me he parado en su tienda a tomar aliento, justo antes de iniciar el último tramo del ascenso a mí Lhasa particular. 
Hoy, la cuesta, la temida Almansa, estaba un poco más empinada que de costumbre. Al revés que yo -me cuento, con una media sonrisa agonizante.
Con descanso y un poco de linimento, en dos días como nuevo. Con la motivación correspondiente, el viernes volveré, sexualmente hablando, a estar operativo.
Mientras le iba dando golpecitos con la polla en el pubis, gemía como una fiera malherida, cerraba los ojos, un suspiro, y vuelta a ronronear. Pareces una gata esta noche -le he dicho, nabo en mano y con mucha convicción. Tenía un buen día, mirándole el coño ya se ponía cachonda. 
La semana pasada, después del malogrado, por causas exclusivamente meteorológicas, polvo montañero, teníamos que desquitarnos a toda costa. Nos cayó la del pulpo en el Montseny. Era una acuática espina que los dos llevábamos clavada, como un arpón, desde aquel diluvio.
Nos lo montamos el domingo en mi casa, en la suya el lunes y el martes.
Al volver de la playa -le dije, con un tono de voz suave y cálido, mirándola con ojos de luna: ¡por favor no te duches ahora! Me gustaría comerte así, saladita. 
Sonríe, volviendo a dejar la toalla en su sitio. Comienza a moverse calculadamente, como un felino alrededor de su presa. Hace posturitas delante de mí. Siempre con las piernas abiertas, invitándome con los ojos, atrayéndome hacía su sexo que, palpitante como un corazón, me atrae como un imán. Le paso la lengua por todo el cuerpo una y otra vez. 
¡Que rico! -exclama con gran entusiasmo, abriendo las piernas en un ángulo inverosímil.
Le puse tanta saliva que estará reluciente un mes por más que se duche. Dos horas bebiendo agua y pasándole la lengua por donde, según ella, mejor le sentaba.
Se me pega como una lapa mientras le cuento al oído, muy despacito, un relato pornográfico inventado sobre la marcha. Le meto mano y le susurro cochinadas eróticas que la hacen gemir como una gatita retozona.
Le paso la lengua por la barriguita, justo encima del pubis. Le doy mordisquitos y le acaricio suavemente el pelo del coño, de pronto, fuera de si, me exige que la penetre. No le hago caso, quiero pasarla de vueltas, enloquecerla, llevarla más allá, a un lugar donde nunca haya estado. 
Quiero que se acuerde toda la vida de mí, de mí lengua, de mí sexo, de mi piel y mis palabras, de mis manos, que la tocan, lenta y delicadamente donde tanto le gusta, arrancándole susurros que nunca antes había pronunciado.
Está irreconocible. Busca desesperadamente mi sexo con las manos, diciéndome que tengo unos ojos muy bonitos y dedos de artista. La esquivo y voy dándole golpecitos con la polla en el coño, que, húmedo, como el mar mediterráneo, se expande y contrae, como una medusa hambrienta.
Me mira con ojos de fiera, pidiendo más, y la complazco. No tendrá que ducharse para quitarse la sal. Me levanto a buscar una cervecita fresca. Tanto lengüetazo da una sed de cojones. Mientras me la tomo, sentado en una silla delante de la cama, la miro sensualmente. 
Se acaricia frenéticamente, los pezones, el sexo, mirándome pasada de rosca. La observo tranquilamente, fumándome un porrito, mientras me mira fijamente la polla. Ahora ella es un volcán, un volcán de los que más me gustan, fraguando una erupción histórica.
Tienes un polvo de miedo -le digo, entre calada y calada. Da gusto verte así, deseándome de esa manera. 
Me llama a gritos con la mirada. El olor de su sexo me llega con toda nitidez. Salado y caliente se contrae, mientras me mira seductora, maliciosamente. Es una experta con algunos músculos. Podría ganar una medalla si las contracciones vaginales fueran un deporte olímpico.
Escucha, como en sueños, las improvisadas cochinadas que le cuento, tumbada en la cama con las piernas abiertas, con los ojos cerrados y sobándose a dos manos. De mi boca, va saliendo una historia tope de guarra que, hasta a mí, me la empieza a poder dura de nuevo. 
Da grititos, abriendo muy despacio, los ojos. Esta en otro mundo y lo sabe. Me llama para que vuelva con ella. No tiene bastante con sus manos, le falta algo que, según dice, tengo yo. 
Estiro la cerveza todo lo que puedo. Intenta atraparme con las piernas cuando me acerco para pasarle el porrito de maría. Me zafo con un requiebro, y le acaricio el coño de pasada, mientras me alejo gateando hacía atrás como un felino.
Se coloca la almohada entre las piernas y comienza a restregarse contra ella como una posesa, mirándome con ojos suaves, provocativa y dulce, como una fruta madura, asomando la punta de la lengua entre los dientes, con un despliegue de recursos de golfa de armas tomar. 
Esta fuera de sí. Cuando noto que baja la intensidad del brillo de sus ojos me invento algún rollo bien cachondo, entonces se vuelve a poner a mil, y me mira con una impaciente luz animal, entre cariñosa y feroz.
-Házmelo a mí -exige, con cálida voz. No me lo cuentes más, házmelo ya. No ves que me matas, cabrón, que me vas a matar.
No quiero darle lo que me pide. Me acerco a la cocina. Cojo el rollo de plástico, y de vuelta, agarro los móviles. 
-Polvo Vodafone -le digo en un susurro, tumbándome a su lado. Me mira sorprendida, de pronto, comprende, y, sonriendo astutamente, mira los teléfonos. Ya sabe de lo que va. Lo ha leído. Ha leído el cuento -me digo, con una mirada soñadora y feroz en el rostro.
Comienza haciéndome una felación suave y dulce. Yo, sin prestarle demasiada atención, me concentro en la tarea. Configuro mi terminal. Después, corto un pedazo de plástico de cocina y envuelvo cuidadosamente mi viejo, sencillo, pero altamente eficaz y fiable, Siemens C60. Lo introduzco en un condón de los que le gustan, es decir, sin lubricante. Le hago un nudo para cortarle la retirada al teléfono.
Deja eso y ponte boca arriba cariño. Anda preciosa, no te hagas de rogar. Será mí regalo de San Valentín, que viene unos meses adelantado    -le digo bajito. 
Le explico lo que ha de hacer con su teléfono. Mándame mensajes de amor, de los que tu sabes -le susurro al oído.
Se lo meto en el coño despacito, con mucho mimo y cuidado, acariciándole el clítoris con la yema del pulgar. Se lo beso. Lo lamo todo. Le introduzco la lengua. Cojo el con los dientes el nudo del condón que sobresale de su sexo. Primero, tiro hacia atrás, después, se lo empujo bien adentro con la boca.
Necesito mensajes de amor -le suplico entre lengüetazos. Suspira profundamente. La oigo preparar la llamada. Al poco comienza a sonar, a vibrar, mientras paseo la punta de la lengua por su escondido y más vivaz rinconcito.
Me matas, hijoputa, me matas -gimotea.
Pasado un minuto hay que volver a mandar otro -le recuerdo, sacando la boca de su sexo. No te olvides. 
Su coño vibra enloquecido mientras suena mí Roadrunner en lo más hondo de su feminidad. Un teléfono que nadie cogerá, vibra, resuena, como un lamento amoroso, dentro de lo más profundo de su ser. 
Con el octavo mensaje su cuerpo comienza a vibrar, y un minuto después, a sacudirse sin control. Grita, como nunca había oído gritar a ninguna mujer. Me aprieta la cabeza contra su sexo. Me clava las uñas en los hombros mientras dice en francés: je t'aime... hasta que, fuera de sí, enloquecida, explota, muerde la almohada, ríe, llora, me araña con toda su energía, para, al poco, desplomarse bañada en sudor, en sus propios jugos íntimos, como una húmeda muñeca de trapo, en un extraño y plácido sopor.
Date la vuelta y ponte a cuatro patas. Apóyate en las rodillas y los codos -le digo, tierno, susurrante.
Está como hipnotizada. Me obedece sumisa. Entonces, mojo mi dedo corazón en aceite de almendras dulces que siempre nos acompaña junto a la cama. Le acaricio el culo suavemente y se lo introduzco despacio en el recto. 
Ahora, podría clavar clavos con la polla -me digo, mientras me coloco uno de los condones que compró.
La penetro despacio, suavemente, pero con firmeza. La sodomizo con cuidado. Al principio parece algo tensa, pero enseguida se relaja, le entra toda con facilidad. Entro y salgo lentamente, una y otra vez. La hago mover el culo cogiéndola por las caderas.
A los pocos minutos siento un leve temblor, entonces, le digo: manda algún mensajito preciosa, anda mi vida, mándame mensajitos. Me obedece automáticamente, como en un sueño. 
Al instante siguiente, su sexo comienza a vibrar de nuevo, y esta vez, el mío con el. Le muevo las caderas, mientras resuena, en mi sexo y el suyo, su llamada de amor. Mi cuerpo comienza a sacudirse fuera de control. Entre sacudidas, doy un fuerte grito, entonces, un atronador relámpago me recorre todo el cuerpo, y me desplomo como una piedra.
Abro los ojos y es de día. Huele a desayuno. La veo moverse con soltura. Revolotea a mí alrededor, como un pájaro en una danza nupcial.
-Buenos días leopardo cabrón -saluda divertida. He hecho desayuno para dos tigres hambrientos -continúa entre risas. Lo de anoche, requiere "a posteriori" un suplemento altamente nutritivo.
La sonrisa amplia, la mirada dulce, serena y cálida. Nada que ver con la fiera de anoche. De pronto, un escalofrío recorre mi columna vertebral.
-¿Te gustó el regalo de San Valentín? -le pregunto curioso.
-¿Y a ti? -pregunta, a modo de respuesta.
-A partir de ahora, durante lo que me quede de vida, cada vez que oiga la palabra Álava, me acordaré de ti, de Poble Nou -le contesto muy serio.
Ya pasados unos años, evocándola mientras escribo esto, la recuerdo con dos caras. Una de perfil, ceñuda y lejana, y otra muy diferente, de frente, a un palmo de mi rostro, mirándome serena y sonriente, bella, como una ninfa de sueños prestados, que, curiosa, se observa en mí.

                                                           
 * Fragmento de "Cuentos del amor oscuro".

Bernardas

Todos tenemos nuestra Bernarda, nuestras Bernardas, porque, no te engañes, todos los humanos llevamos a cuestas alguna Bernarda.
Las mías, pues he tenido más de una al mismo tiempo, han sido dos. Y te lo cuento en pasado, no porque haya superado a ambas, sino porque una de ellas yace vilmente asesinada a manos de mi determinación, que no es moco de pavo, y la otra, que, al final, seguramente, me cueste la vida, no es más que una pequeña Bernardita que apenas asoma el morro en mi vida, pues se la tengo jurada y sabe como las gasto con algunas cosas.
La Bernarda colectiva también existe y, como todas, también se alimenta de nuestros miedos. Y las religiones, universales Bernardas que nuestro miedo a la muerte construye.
Un@s tenemos miedo a la muerte, otr@s, en cambio, miedo a la vida, o a si mism@s. Bernardas, más Bernardas. Bernarda también, la pena negra de Federico.
Vivimos rodeados de Bernardas. "El coño de la Bernarda" es un claro ejemplo de eso. Un coño inquieto y juguetón el de la Bernarda, como el conejo de la Lole pero mucho más popular, de hecho, está en boca de todo el mundo. Ha llegado a convertirse en sinónimo de desmadre.
Si estás atento, puedes llegar a ver una Bernarda asomando en el cambio de luz de unos ojos, o en un gesto furtivo.
La sombra alargada, tenebrosa, rígida y oscura de la Bernarda, anida en el corazón mismo de lo humano. No podemos vencerla, pero podemos pactar con ella. Es la única técnica que conozco para que esa autoritaria fiera no nos joda la vida.
Me gustaría verte actuar de verdad, encima de un escenario, no protegida detrás de una barra, ni tras un montón de palabras que no dicen nada, o, puestos a pedir, encima mío.
La Bernarda, esa dictadora implacable, forma parte de nuestro lado más oscuro, y su función, ha sido y es, ampliamente debatida e investigada por las ciencias de la conducta.
El primer hombre que estudió seriamente el mundo donde la Bernarda tiene su negra morada fue Freud, que, aunque erró lo suyo por esos pioneros, intrincados y siniestros senderillos de lo inconsciente, abrió una caja de Pandora hasta entonces sólo intuida.
¿Y la tuya? -me pregunto.
El olímpico trasero que te gastas es una cruz para tu Bernarda Alba. Fíjate cómo será tu Bernarda, que hasta le he puesto apellido.
¿Ofenderán mis palabras a tu Bernarda? La pregunta es obligada. Espero que si. ¡Qué se joda! En cambio, espero que a ti, al menos, te entretengan unos minutos del día de tu cumpleaños.
(Aquí, estaría bien una sonrisa).

¡Felicidades!

miércoles, 10 de marzo de 2010

¿Sabes...?

Tengo una noche muy larga. 
El corazón no resuelto. 
Y tus ojos bailan a mi alrededor 
como oscilantes candelas.
Me revuelvo entre dudas. 
Ni tiempo, ni ganas tengo 
de mirarme por el forro.
Me conozco, a mí pesar. 
Y te sueño y te presiento.
Un no vivir. Difícil hasta el final. 
No hay sabio que te entienda mujer.
Imposible comprenderte, pero quererte... 
¡Ay, quererte!

miércoles, 3 de marzo de 2010

Juvenil

Aire juvenil
tejanos..., y camiseta,
de un color que no alcanzo a definir
cadencioso y suave el perfil.
Si, un cierto aire juvenil,
ojos curiosos, melena rizada,
y ligero acento extranjero,
pero, según cuenta, es de aquí.
Una pregunta sin respuesta
un sin vivir...

Ana

Acabo de darme cuenta de que el teclado de la oruga tiene un montón de jiña. Iba a contarte una historia, y cuando me siento delante de este trasto, miro hacia el teclado y… está pringoso. Te juro que hace dos meses le pasé un trapo por encima.  En este rincón, donde, desde hace ya algunos años, me las veo conmigo mismo, las palabras corren que se las pelan, y las ideas se pierden por un túnel infinito. 
Si, ya sé que soy un guarro, pero si este ámbito, con cierto polvo en las estanterías, un póster de Marilyn, un equipo estéreo de tecnología ultraobsoleta, y largo etcétera de cajas de cartón, que ya no sé qué coño pintan aquí, pues la mayoría están vacías y, salvo la que contiene todo el material de "Ruido de Fondo" y alguna más, que también cumple el requisito de la utilidad, el resto, es puro embalaje no reciclado.  
Desesperado. Comencé sonriente y travieso a escribir… Pero…, al poco…, escribir desesperado…y este pequeño rincón, este espacio infinito, es mi talismán. El coño de la Bernarda pero en bonito.
Traficar con palabras conlleva cierto romanticismo implícito, y además no está penado. Una especie de Robin Hood pasado de rosca se puede apoderar de uno en cualquier momento.
Como te decía: Quería contarte una historia de esas mañaneras. Ideales para leer una soleada mañana de casi primavera en un parque o una terraza. Una mañana como la de hoy, cuando, al mirarme en el espejo, allí estabas tú.
¡En fin! Creo que mis propósitos literarios se van al carajo si se me cruza una frase, una imagen, un recuerdo, que, como una incordiante y sonora mosca, me saca de la senda trazada, de la intención inicial y primitiva.
Aun así, puedo imaginarte gateando lasciva en ropa interior por encima de la barra como si nada. En un abrir y cerrar de tus ojos. No me hace falta más.
El pelo ondulado y travieso, y una mirada azul y cálida desplazándose por tu espalda mientras gateas despacio hasta llegar a una copa. Un vaso largo que, seguidamente, atrapas con los dientes, para después, al levantar orgullosa la cabeza, derramar su contenido por rostro y cuello hasta que se pierde por entre las curvas de tu escote, donde, unos centímetros más abajo, una sedienta copa aguarda el gotear de tus perfiles.
Tienes mirada de sultana, y en la noche, los colores de tu ropa se perdían por el asfalto, recortando tu silueta al pasar por debajo de las farolas que iluminan el lateral de la Ronda, fundiéndose con los artificiosos claroscuros invernales de las noches de Verdún.