lunes, 23 de abril de 2012

El Club 400*

-Damián, ¿se puede vivir con cuatrocientos pavos al mes?
Me miró de arriba abajo, volvió a levantar despacio la cabeza, sonrió socarrón y me dijo: Si y no, pero no se debería.
Damián llevaba ya cinco años en el, cada vez menos exclusivo, Club 400.
Hacía tiempo que no lo veía y parecían irle bien las cosas.
-Verás Matías –continuó-, depende de muchos factores. No todos los agraciados con esa limosna del estado tienen la misma edad ni circunstancias. El sexo también cuenta en la lucha por la supervivencia; asimismo, el entorno puede ser propicio u hostil…
Mientras Damián estrenaba conmigo su conferencia, poniendo el énfasis en que las diferentes circunstancias sociológicas del entorno de cada cual eran el elemento clave, el que con más frecuencia decantaba el resultado, comencé a repasar su historia:
Los seis primeros meses de Damián en el Club 400 fueron un desastre, los días diez ya no tenía un duro, perdió quince de sus ochenta kilos, la poca barriga que tenía y las ganas de vivir.
Pero no todo fue infortunio, pues fue entonces cuando conoció a Rosita, una de esas solitarias madres Teresa ateas que van por la vida intentando salvar hombres descarriados a toda costa.
Se llevó a Damián a su casa. Y en tres semanas, con tres comidas por día, un par de tubos de pastillas efervescentes polivitamínicas, y unos cuantos polvos, Damián dio un cambio radical, y comenzó la planificación de su futuro. Al calor de las tetas de Rosita tomó la decisión que cambiaría el rumbo de su vida.
Al comenzar su periplo, Damián era un tipo tímido, respetuoso con las leyes y temeroso de Dios; pero los innumerables días de arroz a la cubana a mediodía y bocata de chopped a la hora de cenar, que casi acaban con él, lo convirtieron en otro hombre.
Lo primero que hizo al llegar de nuevo a casa fue llamar a un amigo para que le pinchara la luz; después habló con Carmen (la vecina cajera de un supermercado próximo).
Al poco, todos los jueves Damián iba al súper a una hora previamente convenida y llenaba el carro de delicatessen pagando por ello un precio irrisorio. Viandas que luego revendía a medias con la cajera.
Aprendió a cambiar las etiquetas de las prendas caras en el Decatlon, lo que renovó su vestuario y le hacía ganar un dinerillo extra con los excedentes de alta calidad que no necesitaba.
A pesar de que se movía bastante, gastaba un promedio de dos tarjetas multiviaje al año, algo que, de facto, lo convertía en uno de tipos que más sabía sobre transportes públicos de la ciudad.
Dejó de beber y de fumar, y hasta perdió la pinta de pagafantas que siempre había tenido.
Disfrutaba orgulloso de una cubertería que había ido sustrayendo poco a poco del Casal de Barri. Tres años había tardado en procurársela; tres años de una hábil y paciente labor de zapa fueron necesarios para hacerse con ella sin que nadie se enterara. Un trabajo expuesto y muy sutil, que le sirvió para afinar sus dotes de superviviente en medios densamente poblados.
Nunca más compró un periódico o un libro, el diario lo leía en el bar; y de libros se proveía en las bibliotecas públicas, salvo las novedades, de las que, todos los Sant Jordi, aprovechando el barullo de los tenderetes, se despistaba una docenita el año que venía malo y unos cuantos más los años afortunados.
Se convirtió en un manitas de las chapuzas caseras; y reciclaba muebles, electrodomésticos, ordenadores, lámparas… ¡en fin! todo lo que se terciara.
Experto también en ofertas, promociones y productos low cost, sus gastos fueron disminuyendo en picado, un hecho que causó un enorme impacto entre los socios del club, que lo nombraron presidente honorario el año pasado.
A partir de ahí, Damián complementa sus ingresos con sus celebrados seminarios sobre supervivencia urbana, que imparte los fines de semana por toda la geografía catalana y que dieron pie a que la facultad de sociología de la UAB lo invitara a dar una conferencia.
-¡Qué te ha parecido? –preguntó, cuando acabó la perorata que no había oído.
-¿Cómo piensas llamarla?
-“La influencia de los factores socioeconómicos del entorno más próximo en la planificación y desarrollo de estrategias de supervivencia urbana” –afirmó, con rotundidad-, y, a continuación, me espetó: Hay quién dice que se está desmantelando el estado del bienestar, pero no es cierto; no nos pueden arrebatar lo que nunca hemos tenido.


*Para la revista anual La Prosperitat