martes, 24 de mayo de 2011

Noni

Noni: ¿Por qué te llamarán así? ¿Serás familia lejana del Nani? ¿O fuiste niñera en alguna otra reencarnación? Todo es posible, las pistas que se dejan en el ciberespacio suelen ser poco o nada fiables. No es que no me fíe de ti, entiéndeme.
Tiempo y letras para quién lo vale. Y te huelo y te presiento.
Barcelona, malagueña virtual, es una ciudad creativa y marinera, llena de derrotados que llevan su mal fario con todo el garbo que pueden o les dejan.
Recuerdo con añoranza mi Barcelona vivida. El barrio rodeado de descampados donde yo soñaba praderas de oeste con indios emboscados detrás de cualquier matorral.
Sin coches, mi calle acababa en la riera de Canyelles (un pequeño barranco atravesado por dos puentes). El futuro nos trajo un barrio nuevo cuando taparon la riera y construyeron el parque de La Guineueta.
El barrio chino de mis 20 años era fascinante. Ahora, con la nueva Rambla del Raval, se han perdido calles y callejas cargadas de luces de neón, de vida, de sueños y miseria.
La Barceloneta ha perdido parte de su familiaridad, pero sigue estando llena de mar y turistas guapas.
Te imagino con poca ropa y un sombrero años cincuenta, caminando por el Paseo Marítimo, un amanecer de la verbena de Sant Joan. La gente comienza a despejar las playas, y el sol trae consigo una brisa húmeda y caliente cargada de una añoranza que te devuelve a la niñez.
Aunque, quizá, a tí te gustaría más un amanecer en Cadaqués. No. Te gustaría más en el Cap de Creus, entre las mágicas piedras donde antaño las brujas te leían el destino en el rugir del viento por entre los agujeros de las fantasmagóricas formas de la piedra, que desafían, desde el amanecer de los tiempos, los furiosos embates de la Tramuntana.
Te imagino medio mora, tierna y visceral. No es verdad, no reúnes tantos tópicos. ¿Una enteradilla de casa bien y vida cómoda? Tampoco. Guapa malagueña seguro. Quizá, aunque duermes mucho y bien, sueñas poco y mal.
La vida en los juzgados es una cloaca. Sólo he estado una vez, además me dieron el papel más chungo en aquella función, el de quien se va a comer el marrón. Cosas de juventud. Nada serio, dos años en condicional. ¿Lo llevas bien? Sinceramente, con un poco de meditación y algo linimento en los tobillos puedes seguir años allí. Debe ser duro vivir entre conflictos que no son los tuyos.
La Sagrada Familia en realidad no existe. No es mas que un camelo para atraer a orientales despistados. Creen estar viendo una basílica, pero en realidad solo es una proyección 3D de la factoría de Disney. Esta información es clasificada. Si se enteran de que me he ido de la lengua caerá sobre mí todo el peso de la normativa cívica, así que espero la discreción que el caso requiere.
En el casco viejo, entre las grietas milenarias de la vieja muralla, como si de un pistolero de la FAI se tratara, se esconde parte la historia de la ciudad. Tiros y emboscadas. Las carreras resuenan en el empedrado. Una explosión. Dos anarquistas muertos y un policía herido de gravedad.
Pegada a mi barrio como una amante posesiva, la Collserola de mi infancia aún existe, y por ella camino, y de vez en cuando me contemplo de niño, trepando por los pinos a la caza piñones o nidos, o cortando una rama para conseguir una horquilla de madera para el tirachinas. Ahora paseo jugando con palabras, buscando, siempre buscando. Y a la vuelta, el mar se huele o se presiente, está ahí detrás, justo después del próximo recodo.
Peinarte sentada en una terraza que mira al mar, mientras los barcos se desplazan lánguidamente por los entresijos del puerto, quizá te gustara, pero no sería una novedad para una andaluza marinera. Una lástima, era una buena baza.
¿Hacerte un poema o contarte un cuento? Me niego en redondo a la literatura utilitarista… pero… siempre hay un pero…
La piedra del Casc Antic la desdentaron cuando sustituyeron el adoquinado, pero sus muros siguen mostrado mordiscos de balas de otros tiempos. Las chiquitas que pasean por allí son lo mejor. Curiosas, te preguntan por alguno de sus palacios. Entonces te inventas una historia nueva y reluciente que no acaban de comprender desde su castellano breve. Las más jóvenes y alternativas suelen preguntar sobre la guerra civil o los años de plomo. Ahí, poniendo la pasión y el entusiasmo que el tema requiere, me puedo estirar bastante más.
Desde esta orilla recuerdo Alborán… es como tenerte cerca. Busco tu cuerpo entre las ondas, pero solo hay fotografías flotando en el agua.

jueves, 19 de mayo de 2011

Duda

“Poco pan para tanto chorizo”. El eslogan me llega por el feisbuc. No a los políticos. No, a los medios de comunicación convencionales. No, a la democracia de pastel que sufrimos. No a la banca.
Algo que los jóvenes de la transición ya decíamos. Nunca he votado, y jamás  he participado en una mani en la que convocasen Comisiones y/o Ugeté. Ahora, con la acampada en la Pl. Catalunya, con las élites políticas y los enteradillos de los medios desconcertados, lo he de confesar: poner una rodaja de chorizo dentro de un sobre y lanzarlo dentro de una urna me tienta. ¿Estaré renunciando a mis principios?

martes, 10 de mayo de 2011

L'Asosi

Jevi, radical, barriobajero, disipado, oscuro, desnortado, idealista, febril, dislocado, gris, bullanguero, descarado, inquieto, suspicaz, genial, atolondrado, siempre humeante, fumigado. Real, o quizá solo imaginado.
A mediados de marzo, y después de diez años, nos dijo adiós l`Asosi.
Deja un hueco que va a ser muy difícil de llenar. Los Inmortales deben andar moribundos buscando un garito donde seguir realizando sus oscuros y diabólicos sortilegios.
¿Adónde puede ir un tipo como yo las amuermantes tardes dominicales ahora que las negras y batientes puertas del local de la calle Boada se han cerrado?
Allí, el que esto suscribe, fumaba, elucubraba historias inverosímiles, admiraba a las jovencitas, engullía alguna que otra cerveza, tomaba apuntes buscando personajes poco convencionales y, entre guitarras de barrio y una espesa y blanquecina niebla merodeando siempre a su alrededor, seguía fumando.
Fui cliente pertinaz durante los últimos siete u ocho años. Cliente tempranero y breve, pero de una constancia casi militante, al que le gustaba pasear la mirada por las escasas y deslucidas mesas los días en que, a causa de alguna extraña circunstancia, amainaba la espesa niebla interior, haciendo posible llevar a cabo tal hazaña.
Y detrás de la barra, un suspicaz grandullón con greñas, o uno bajito de tez lechosa, coleta y gorra de visera por montera, o quizá, otro día, un tipo moreno, pequeño e inquieto, de ojos brillantes, sonrisa amplia y greñas y perilla jevis.
Imposible recordar todas las caras, todas las sonrisas, que, durante las otoñales y aromáticas Jornadas Verdes, cata tras cata se adueñaban toda una semana de todos los rostros. Mucho humo, mucho zumo…
Su banda sonora, basculando entre AC DC, Los Ramones, Rosendo… y temas canallas de casi todos los estilos, sigue sonando en mi memoria.
El núcleo creativo, radical y anarquizante, germen de l'Asosi, parece haberse ido diluyendo con el paso de los años. Aunque quisiera equivocarme, y poder, dentro de un tiempo, recobrar aquella añorada atmósfera en algún otro lugar.
Todavía hoy, cuando, huyendo por un rato del jolgorio inacabable de la plaza, mis despistados pasos me llevan a darme de bruces contra su metálica y gris persiana, me acuerdo de una pequeña barra, donde, en una esquina, sentado como una esfinge en una alta silla, y apoyando la espalda contra la pared por si acaso, había siempre un tipo gordito y con gafas jugando a los dados.

martes, 3 de mayo de 2011

Àger*

“Cuando culminemos el puerto podrás ver el valle”, me dijo Jandri.
Atardecía cuando, tras cruzar el Segre por Balaguer, encarábamos la lenta subida al puerto que dejaba atrás la llanura de Lleida, los monótonos campos de cereal y los enjaulados cultivos de fruta, que, alineados con pericia militar y ensartados cara al sol en interminables hileras de alambre, habían adornado las ventanillas del coche durante muchos kilómetros.
El paisaje se levantaba y ondulaba a medida que Balaguer se alejaba por la  C-12 y los cultivos se vestían de secano mientras avanzábamos camino del puerto. La encina carrasca se hizo omnipresente poco antes de que Jandri me anunciara la llegada del valle.
Dejaba atrás una larga, improductiva y frustrante temporada barcelonesa cargada de tedio, con salud regular y ánimo marchito y cansado.
El prepirineo se alzaba orgulloso unos minutos más adelante, y yo, como siempre que iba a su encuentro, imaginaba entonces al maqui solitario agazapado entre las altas peñas de la sierra del Montsec, esperando al resto de la partida…
Prácticamente me había pasado casi todo el camino pensando en el texto de Borroughs que preparaba como cierre de la lectura que teníamos prevista Riot y yo para un S. Jordi atípico en el Casal. Debía, en aquellos escasos dos folios y pico, recortar y pegar un texto demoledor. Tan demoledor como una primera lectura adolescente del “Almuerzo desnudo”, y acorde con los tiempos de guerra y radiación que vivimos. Corrupción, codicia, miseria, mentiras… bambalinas y largas colas de parados de mirada sombría y gesto caído…
Había elegido unos fragmentos de “Nova Expres”, y buscaba en ellos la combinación precisa para mis propósitos: Un encadenamiento de palabras que sacudiesen la imaginación de los asistentes, dándoles así, una sucinta pero eficaz visión del universo del viejo Bull Lee. Un aullido en la noche radioactiva de Japón, que los dejara atónitos y clavados en sus sillas durante cinco minutos, tiempo más que suficiente para mostrarles un pequeño fragmento de la caótica vida de mierda en la que quieren que vivamos. Mierda occidental de tercera proyectada en todas las pantallas, y en todas partes bobos y pantallas…
Huía de la ciudad, y sin embargo, llevaba en la maleta un libro de Paul Auster, su “Trilogía de Nueva York”  Una paranoia urbana a más no poder, y además por triplicado ¿Miedo a la abstinencia? ¿Masoquismo? Era mi primer libro de Auster. No podía dejarlo en casa a medias, así que, como si fuera una mascota o un talismán, viajó conmigo al Montsec.
La carretera comenzó a caer cuando lo vi por primera vez: atrapado entre sierras al norte y al sur, y cortado entre pantanos por levante y poniente, y en el centro, retrepado en una breve colina de la falda del Montsec, el pueblo de Áger desafiando a los altos farallones de la sierra, que ceñían por el norte todo el valle.
Jandri entonces redujo un poco la velocidad y me miró inquisitivo por un instante. Sus ojos parecían preguntar: ¿Y bien?
Un bello y pedregoso jardín entre agrestes y resecas montañas de monte bajo y encina cascarra –le respondo ahora.
Él vive en Corçà, un diminuto pueblo con el embalse de Canellas a sus pies,
recortado en un risco que cierra el valle por el noroeste unos pocos kilómetros después de Àger.
Aparcamos en el carrer de la Font, a escasos metros del lugar donde pasaría los próximos días, y me preguntaba, mientras sacaba mis escasos bultos del maletero, cómo estaría mi viejo amigo, enfrascado como andaba en un montón de trabajos que no había tenido que ejercer nunca. ¿Acabará deslomado, o le pondrá algo de mesura a sus esfuerzos? No era capaz de imaginarme a Alfonso haciendo de payés.
Sin duda, los requiebros que a veces da la vida nos empujan por senderos insospechados. Si hace treinta años alguien le hubiera dicho que acabaría cavando un huerto se habría pegado con él.
Subiendo las escaleras camino del segundo piso, el sordo y atronador ruido de la lejana urbe que había dejado atrás se fue disipando escalón tras escalón, hasta que Jandri, que iba delante, tocó al timbre. Ya estaba en Àger.



*Continuará...