lunes, 26 de abril de 2010

Multas. multas. multas...

"En una plaza de Prospe, de cuyo nombre no quiero acordarme, navega, aun con mal tiempo, un poeta suspicaz. De ojos claros y astutos, sonrisa fácil, pelo cano, bolígrafo de gel, ordenador diminuto y gorra pertinaz…
¡Coño! Se me ha ido la flapa -efectos secundarios de la semana del libro sin duda.
Lo más chungo que, en mucho tiempo, aterrizó en mi buzón, ocurrió hace cinco años… Fue un vale de descuento para el servicio de pompas fúnebres, que, en las especiales e irrepetibles circunstancias que vivía en aquellos tenebrosos tiempos, me sonó a complot entre la sanidad pública y los servicios funerarios. Se pasaban información, fijo.
¡En fin! Desde entonces hasta hoy, sólo llegaban a mi domicilio facturas y propaganda, que, aunque parezca mentira, es lo mejor que te puede pasar.
Hasta que una mañana de mediados de primavera, las negras alas de nuestra administración más próxima, cual siniestro heraldo, dejaron en mi buzón, como el que no quiere la cosa, una lluvia, torrencial y cara, de multas.
Unas, contra la ordenanza del medio ambiente urbano. Otras, contra un oscuro precepto, que, en resumen, y copiándolo textualmente, viene a decir: Precepto 47.1 Conv  O.M. Per fomentar i garantir la convivencia.
¿Os queda claro? Pues a mi tampoco.
Oscuras reglas de una inacabable normativa cívica que, de antemano, cuando se aprobó, todo el mundo era consciente de que para no incumplir ningún precepto había que estar clínicamente muerto o ser anacoreta.
Una noche te piden la documentación, y, mes y medio después, te llega a casa un bonito ramillete de surtidas e inventadas multas invernales de las que no tenías ni idea.
Me transportó a otro tiempo… Tiempo de abusos de autoridad, de tufo a miedo, a campos de concentración, a garrote vil.
¿Por qué se intenta acogotar, a base de multas, a una persona que participa activamente en la vida cultural y asociativa del distrito de Nou Barris?
Larga pregunta para la que no tengo respuesta.
Sinceramente, creo que a los funcionarios municipales no les debería faltar el trabajo. Así, evitaríamos que los más inquietos y creativos funcionarios tuvieran tiempo libre que dedicar a falacias de ánimo represivo y espíritu recaudatorio.
Por no hablar del nefasto desperdicio que significa canalizar las energías creativas intentando putear a los sufridos contribuyentes, en lugar invertirlas en realizar alguna obra de arte que sirviera al resto de ciudadanos, y a ellos mismos, de cultural esparcimiento.
Nunca había tenido la oportunidad de ejercitar mis escasas habilidades literarias en el árido campo del recurso administrativo y exculpante, pero…, después de un póker de sanciones inventadas, que no estaba dispuesto a pagar, no me quedó más remedio.
El preciso y directo lenguaje burocrático, tan ajeno a los dispendios metafóricos, no da para muchas alegrías literarias. Todo un reto para el que no estaba preparado.
Pregunté. Pedí consejo. Me informé, y, poco después, ya tenía en las manos el primer borrador que, todo hay que decirlo, salió cargado de alegóricas ironías y con las fechas equivocadas, pues, en mi precipitación, había confundido la fecha de las sanciones con la de la imposición de las mismas.
El primer asalto lo había ganado la burocracia. Pero no estaba dispuesto a rendirme tan fácilmente. Una vez establecida la verdadera fecha de mi supuesta, nocturna, alcohólica, coral y pública fiesta, tuve que comenzar de nuevo el trabajo.
En aquel instante, la idea de declararme insolvente, es decir, la más sencilla y cómoda de mis opciones, me salió al paso. Pero era casi lo mismo que asumir unos actos que no habían tenido lugar.
¡Y una mierda! -exclamé para mis adentros.
Eran tiempos agitados en las cercanías de los equipamientos municipales de Prosperitat, donde, en grupos de a ocho, solían aparecer los agentes guardia urbana dispuestos a joder la marrana.
Todo un excesivo, nefasto y represivo despliegue que, en realidad, todavía no sé qué objetivos perseguía.
¿Buscarían ahuyentar a los ciudadanos de dichos equipamientos, cuando era el mismo municipio el que los había dispuesto para uso y disfrute de los contribuyentes? ¿Esquizofrenia municipal? ¿Delirio estalinista? ¿Retorcida venganza funcionarial? ¿Paranoia administrativa corriente y moliente?
Como iba diciendo: ya tenía casi listo mi segundo intento de recurso administrativo, cuando me di cuenta de que para que éste tuviera toda la eficacia que el caso requería me faltaban los vocablos del conciso lenguaje legal.
No hubo más remedio que recurrir a un amigo abogado en busca de aquellos precisos términos de los que no disponía y del asesoramiento legal correspondiente.
Pasamos una primaveral mañana en su casa del Maresme. Yo lo adiestré en la germinación y cuidado de las plantas de marihuana, y él me puso al día en todo lo concerniente a recursos administrativos que, dado su oficio de picapleitos, tenía por la mano, y que yo tanto necesitaba. Todo un intercambio cultural.
Para entonces habían transcurrido dos semanas. Dos largas semanas de fallidos escritos consecutivos y mala leche. El tiempo apremiaba… pero ya disponía de un organigrama de la estrategia a seguir y de información suficiente y eficaz.
Dividí el recurso en dos partes, según las franjas horarias de mis supuestas infracciones, y las ataqué de dos en dos y por orden cronológico. Unas de medianoche, otras de madrugada. Sin duda, era la mejor opción estratégica.
Así comenzó mi tercera redacción del pliego de descargo, que, sin prisa ni pausa, se iba perfilando y puliendo en mi entorno narrativo y descartante.
(Lástima que los recursos administrativos no puedan llevar una banda sonora que amplíe y refuerce el mensaje. Hubiera sido un interesante ejercicio buscar un par de temas que acompañasen y pusieran unas pinceladas musicales al aburrido lenguaje burocrático en el que me hallaba inmerso).
Cuando, tres días antes de que finalizara el plazo para la presentación de los recursos, daba los últimos retoques a la cuarta edición de los dos pequeños textos, suspiré aliviado. Había currado como un enano, pero estaba contento y satisfecho.
Remití los textos a los compañeros del Casal de Barri y a mi amigo abogado. Sólo faltaba ir a buscar los impresos correspondientes y esperar las respuestas a mis emilios. Aquí también hubo movida, pues al llegar a casa después de recoger los impresos, me di cuenta de que me habían endilgado impresos para recurrir multas de tráfico. Vuelta al Consell del Districte. Otro pateo en busca de los genuinos formularios.
Por fin, la tarde anterior a la expiración del plazo, tenía en mi poder todos los elementos que necesitaba para encarar los textos definitivos. Pero, por aquel día, estaba hasta los huevos de burocracia y decidí irme a dormir tempranito y terminar de componer el puzzle al día siguiente.
La mañana del último día del plazo me senté ante el ordenador y me pasé una horita componiendo y revisando los dos pliegos. La jungla burocrática no había podido conmigo.
Tras tres cuartos de hora en una cola municipal, tenía en las manos lo que tanto ansiaba desde hacía semanas. Unas bonitas hojas de color asalmonado que certificaban la presentación de los documentos dentro del plazo correspondiente…" 
¡Plop! Desperté sudando y con diarrea ¡Qué pesadilla!

Se acercan las fiestas… Así que dense por avisadas vuesas mercedes. Anden ojo avizor por si ven aparecer en el horizonte un nutrido grupo de corchetes municipales y… ¡Feliz Fiesta Mayor!


                                                               

miércoles, 14 de abril de 2010

Autoretrato (enero 06)

Pasamos los primeros veinte años de nuestra vida decidiendo qué partes de nosotros mismos debemos meter en el saco y ocupamos el resto tratando de vaciarlo.
Robert Bly. Encuentro con la sombra. Pág. 98.

Sal en los labios. Pimienta y asfalto en el paladar. Eléctricos y ácidos pinchazos, como agujas atrapadas en un árbol milenario. Sabor de menta almidonada en la garganta, donde se mueven alfileres a la velocidad de la luz. Los ojos centelleantes, de un tono displicente, desvaído, como si buscaran todavía la luz que ya tienen, que ocultan muchas veces, sólo por pura y simple malicia, o quizá pura exhibición de colores. 
Rayos, truenos, se lanzan como una luz eterna, primitiva, capaz de agujerear almas duras, aceradas.
Miradas como serpientes luminosas, diamantinas, afilan sus colmillos en las imágenes que transpiran las farolas, el sol, el mar. Luces frías, como premisas nunca resueltas, devuelve el espejo, al mirar distraídamente mis tres ojos al afeitarme. Rasuro el mundo mientras lo hago. Le arranco la enmascarada y oscura mirada durante la delicada y pueril tarea.
Acero y mierda, basura metálica, vulgar, sin brillos ni luces, como una orgánica cadena de un gris maloliente que se pudre al sol.
La multitud observa al pasar a su lado, se siente atraída de forma malévola y repulsiva. El muerto levanta un dedo y grita: quiero arroz, sólo arroz, agua y saludos. 
Visitas al interior de mis ojos, como un turista extranjero que, por un instante, se ve a si mismo vuelto del revés, iluminado por un haz de luz oscuro, introvertido, curioso y penetrante a la vez. 
Recorre su rostro con la cuchilla, recogiendo nieve salpicada de puntos negros, como semillas de opio entre cúmulos espesos y blancos.
La sonrisa en el cálido rostro, resplandeciente, como una danza ancestral, enérgica, primitiva, desmesurada. Luminosa y eterna se extiende en toda su potencia. Hace reír, se ríe de si mismo, de todo. 
Pasea su alma entre vidas ajenas. Dando vistazos cortos, rotundos. Oliendo, lamiendo todo lo que encuentra a su paso. Sacando a la expresión toda su arcaica fuerza, su luz primordial, con una energía, un vigor, que sólo la tierra seca y polvorienta es capaz de reflejar. 
Luz, esa luz brillante y audaz, ligeramente azul, con finos y fugaces reflejos turquesa, teñidos, en ocasiones, de un breve hálito gris espumoso. Donde el sol se abre paso como una delicada y suave melodía marinera. La luz de su viejo y esperanzado mar, su mar, el mar mediterráneo.
El espejo devuelve entonces una nueva faz, surcada de arrugas y cicatrices, producto del tiempo y la vida a partes iguales. Los ojos recuperan un cambiante azul que disfraza su tono, como el azul del mar. Ora algo verdoso, ora azul profundo, a veces, salpicado de grises leves y metálicos, plomizos tonos que alternan brillos con los formidables e inquietos rayos de sol.
Sus labios, como su boca, amplios y sensuales, siempre andan a la búsqueda de besos inalcanzables, lejanos. Anhelan una boca soñada, real, labios, ojos que absorban su luz y su mirada. 
Una risa franca, tronante, sale resuelta de su interior a la menor oportunidad. Mirando siempre a su alrededor buscando un rostro, unos ojos donde sumergirse y nadar, bucear almas femeninas, mundos insondables donde suele perderse y encontrarse. Rostro de superviviente, de vagabundo de infinitos paisajes.
Me veo a mí mismo como si fuera otro. Diapositivas pasan ante el espejo, distintas, iguales, consecutivas, y río. Río ante el calidoscopio de gestos, miradas, poses, que corren fugaces ante la mirada atónita, mientras se reconoce en mil lugares cuando se limpia la cara de jabón.
La imagen, juguetona, hace guiños, como un felino camuflado en mil rostros que son el mismo, visto de cerca, de lejos, de perfil, audaz y temerario, débil y escurridizo, amistoso, duro, y en algunas ocasiones, casi feroz, como un leopardo en una cacería que, sin embargo, sonríe plácidamente mientras espera a su presa sin buscarla, sin planearlo. 
Mientras tanto, con movimientos ágiles y furtivos, contempla el mundo maravillado, curioso, con una traviesa curiosidad infantil, inocente, sin edad.