domingo, 24 de noviembre de 2013

Entre tinieblas (fragmento de Niebla)

Dos semanas más tarde, la luna proyectaba su luz sobre los tejados de una ciudad devorada por sus sombras; el espectáculo era sobrecogedor… La noche de la ciudad era un espectro de sí misma, y un viento helado hacía correr la hojarasca por las desiertas avenidas, transitadas únicamente por las luces amarillas de los vehículos de emergencias, que aullaban como lobos solitarios, rompiendo, de tanto en tanto, el lúgubre silencio de aquellas noches inacabables y sombrías donde reinaban las tinieblas.
A partir de aquella primera noche de oscuridad absoluta, cada mañana, desde la terraza, Andrés recorría con unos prismáticos el perfil marítimo de la ciudad para asegurarse de que el viejo carguero -rebautizado como Sant Jordi- seguía fondeado delante del puerto. Al sexto día, después de observar durante unos minutos el horizonte, dejó los binoculares sobre la mesa de la terraza y llamó a Inés.
-Toma, míralo tu misma –le dijo, dándole los gemelos. Lo más probable es que lo hayan atracado en el puerto y esté en uno de los muelles que no podemos ver desde aquí.
-Habrá que asegurase ¿No tienes un amigo en la revista esa… cómo se llama… El Vigía o algo por el estilo?
-Amigo mío no, amigo de Miquel. El viejo lobo parece una top model, tiene una agenda interminable.
-¿Dónde anda?
-Estará en La Astilla. El dueño del bar es un colega de la infancia.
-En realidad, no sé gran cosa de Miquel.
-¿No te contó nada tu tío?
-Poca cosa, aparte de recalcarme que era la persona en quién más confiaba del mundo.
-Miquel llevó una vida aventurera hasta que un accidente laboral lo dejó imposibilitado. De hecho, le pegaron un tiro en un bar del puerto de Orán. Después de aquello, le dieron una fuerte indemnización y lo jubilaron. Tras unos meses de trámites burocráticos relacionados con el asunto que lo sacó de España, vendió el piso que tenia en Marsella y volvió al barrio de su infancia. 
Tuvo que dejar el país mediado el 77, en plena Transición. Cursaba el último año de periodismo cuando “Billy el Niño” (un conocido torturador de la época) se pescó una historia para meter en el trullo a unos cuantos del grupo izquierdista en el que militaba. Uno de ellos era Miquel. Los montajes policiales eran moneda de cambio habitual en aquella época, Inés.
Su única opción era salir por patas inmediatamente, cosa que hizo; y, no me preguntes cómo ni por qué, pero acabó de oficial de información en la legión extranjera francesa.
Guapa, no te dejes engañar por los gestos de padrazo que se gasta contigo ni por su sillita de ruedas, puede llegar a ser un tipo muy peligroso.
Inés lo miró a los ojos -con la mirada risueña que parecía habérsele pegado al rostro en las últimas semanas- y le dijo: -Venga, vamos a tomar algo a La Astilla, invito yo. Hay que contarle las novedades.
-A estas alturas, me juego algo a que ya está enterado de lo del barco.
Cuando llegaron a La Astilla no había ni rastro de Miquel. El dueño del bar, un tipo larguirucho, carienjuto y cejijunto pasaba un trapo húmedo por una barra desierta.
 
(Anselmo -el dueño del bar- y Miquel, eran compañeros de correrías infantiles cuando a su barrio todavía no había llegado el urbanismo. Unas cuantas barriadas aquí y allá salpicaban el territorio, algunas pequeñas industrias que se habían atrevido a saltar la frontera de la Meridiana, los viejos talleres de RENFE junto a la tapia del cementerio de Sant Andreu, los lúgubres e imponentes pabellones del Manicomio, recortados tras los desconchados e interminables muros que lo circundaban; y las faldas de Collserola de patio trasero. El resto eran descampados, barrancos y maleza. Polvo en verano y barro en primavera y otoño. Todo un paraíso para dos niños inquietos como las moscas.)

-Anselmo, pon un orujo de hierbas y un té verde sin azúcar.
-Marchando. 
Si buscas a Ironside, se acaba de ir. Creo que iba al estanco, no tardará mucho.
Bañados por el tibio sol de media mañana que entraba por la gran cristalera que daba al paseo, Inés le contaba las dudas y el lento progreso del relato en el que estaba embarcada. Andrés, de vez en cuando asentía con la cabeza, hasta que, sorprendido, le hizo un gesto con la mano para que se detuviera; entonces le preguntó: -¿De verdad vas a poner eso? ¡Pero si fuiste tú la que…!
-Sí –cortó tajante-. Soltó una carcajada, se puso sería…, y, continuó: -Digas lo que digas queda mucho mejor así.
-El punto de vista me parece acertado. Es mejor contarlo desde el prisma de unos personajes concretos, de cómo lo perciben y afecta a sus vidas, que no de manera global, desde un ángulo más lejano; quizá más representativo y preciso, pero, por lo impersonal, más frío y carente de la tensión emocional que nos hace llegar hasta el final impacientes y curiosos, pues el destino de los personajes se ha convertido en nuestro destino.
-Todavía no tengo claro el final… ¿Que pasará con la ciudad, con todos ellos?
-Sea como sea, llegará dentro de poco.
Creo que la carta que trajiste está impregnada de la fatalidad de su autor. Tu tío, Inés, se enfrenta al fin de su vida, y es más que probable que este hecho haya afectado a su valoración de la situación; parece estar convencido de que algo saldrá mal y será la ciudad quien pague las consecuencias. Un psicólogo lo llamaría sustitución, proyección… o algo por el estilo.
La referencia a su tío pareció disgustar a Inés, que se levantó bruscamente y se acercó a la barra, pidió dos orujos, pagó las rondas y volvió a sentarse frente a Andrés al tiempo que le espetó: -¿Y a ti, qué te pasó con Laura?
Sin darle tiempo a responder, le dijo:-Mira a tu alrededor… ¿te parece normal? La gente parece agazapada, sale lo menos posible. Un miedo indefinible parece habernos poseído a todos. Un halo inquieto y sombrío se ha adueñado de la ciudad, recorre sus calles como un fantasma del que intuimos su presencia, pero, a pesar de sufrir sus efectos, sus consecuencias, nos negamos a ponerle la etiqueta de real, algo parecido a lo que la razón suele hacer con el inconsciente. La gente, aparentemente, parece creerse la tranquilizadora versión oficial, pero, al mismo tiempo, se comporta como si presintiera alguna amenaza que no alcanza a identificar…
-¡Coño, Inés! No eres solo una mirada atractiva con un culo interesante.
Es cierto, en mayor o menor medida a todos nos ha afectado, pero eso no contradice lo que dije antes, lo ratifica. Tu tío, quizá con doble motivo, el colectivo y el meramente personal, ha llegado a la conclusión de que la ciudad, como él, está atrapada, o se siente atrapada, que para el caso viene a ser lo mismo.
En cuanto a lo de Laura, me parece que no es el momento más adecuado para hablar del asun…
-Muelle Contradique Sur, en la terminal cementera. 
El tono resuelto y firme de Miquel resonó por todo el local, cortando en seco la voz de Andrés y desplazando la inquisitiva mirada de Inés hacía la izquierda para encarar al recién llegado.