lunes, 19 de diciembre de 2016

Corte cuatro, Good morning little schoolgirl 5 (unos días de febrero)

(— No has cambiado las sábanas.
— Desde luego que no. Las puse el lunes, todavía huelen a ella. ¿Crees que soy gilipollas?
— Vale. Supongo que tienes té a mano por si le apetece…
— Sí. ¿Y tú, qué? ¿Tienes pensado algo?
— Tratarla como a una mujer y hacer que se sienta amada. El primer encuentro sirvió para romper el hielo. Ahora conozco un poquito su cuerpo. A poco que pueda se lo va a pasar como una reina.
— ¿Te ha gustado el detalle del regalo, eh?
—  Un montón. Tendré un presente tope de guay. Vacilaré conmigo mismo. Ya ves, tenías razón, estoy un poco agilipollado.
)

Mientras tenía lugar aquel diálogo interior había dado un escobazo rápido, estirado un poco la cama, pero no demasiado –debía estar acogedora y conservar, en la medida de lo posible, la cálida atmósfera que construye el corazón durante el sueño en el dormitorio de un tipo solitario que, después de soñar con ella toda la noche, se acaba de despertar para esperarla–, me peiné un poco y limpié una esquina del espejo manchada de pasta de dientes.
Entonces pensé en aquella inusitada relación… Sí para mí, un hombre maduro medianamente experimentado, resultaba un tanto complicado y arrebatador; para ella ella, una joven de escasa historia sentimental, debía ser una aventura inconcebible, un sueño sensual y prohibido donde su voluntad, su candor y su belleza, habían triunfado sobre los reparos expuestos al principio por mi parte y todas las convenciones sociales adversas que era capaz de recordar.
“Ya habrá doblado la esquina, debe estar al caer”, me dije mientras buscaba a toda prisa música adecuada en la lista del Winamp. Mirando la pantalla tuve un flashback: Por un instante, el recuerdo de aquella mirada sensual, ingenua y turbadora que me dedicó el lunes por la tarde nada mas quitarse el abrigo, produjo una imagen tan vívida que me estremecí de los pies a la cabeza; silencioso y veloz como un latigazo, un hondo y breve escalofrío me atravesó de abajo arriba.
Estaba estirando un poco la funda del sofá cuando sonó el teléfono, era ella. No recordaba el piso ni la puerta y no encontraba donde lo tenía apuntado. Se lo dije, fui hasta la puerta y, a pesar de estar esperándolo, el desagradable timbre del interfono, como casi siempre, me sobresaltó un poco. Después de abrirle me acordé del perchero –todas las perchas volvían a estar abarrotadas –, cogí a toda prisa la ropa de un de los ganchos –por ser más exactos, del mismo gancho que vacié la primera vez – y, como un rayo, la llevé al dormitorio, la lancé sobre la cama, regresé a toda máquina y llegué con el tiempo justo para abrir la puerta un segundo antes de que picara… ¡Wow!, volvía a estar aquí.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Corte cuatro, Good morning little schoolgirl 4 ( unos días de febrero)

Acodado en la ventana de la cocina con el sol dándome en la jeta, las gafas oscuras, el corazón a toda pastilla, con el Good morning little schoolgirl de The Yardbirds sonando festivo, marchoso y juguetón, y fumándome un cigarrito a cara de perro, el tiempo parecía haberse detenido. Los minutos se arrastraban como una tortuga moribunda, en una de las más clásicas y malévolas jugadas con que el tiempo suele obsequiar a los amantes…
Recuerdo haberle dicho que era mucho mejor bajarse en la parada de Vía Julia, la cuesta era bastante más corta y menos pronunciada, mucho más cómoda de subir que Artesanía; por lo que mis ojos de cuando en cuando dejaban de mirar el monótono horizonte que tenía delante y le echaban un corto vistazo al pedacito de la calle Almansa que alcanzo a ver desde mi ventana por si la veía aparecer.
La semana se me hizo dolorosamente larga, solo pensaba en ella. En aquella inusitada y gozosa situación que la vida me había proporcionado, o quizá mejor dicho: En la sensual y maravillosa experiencia que una jovencita sonriente y con carita de rompecorazones me estaba haciendo vivir. Y en cuanto a todo lo demás, sobre todo la diferencia de edad o las posibles complicaciones legales que podría tener si la jovencita me salía rana, llegué a la conclusión de que sí, que podía pasar cualquier cosa; pero mirarla a los ojos y decirle que no me era imposible, no puedo con tanta belleza. Mejor rendirse a la evidencia y disfrutar del regalo de aquellos encuentros apasionados y furtivos…; y que sea lo que ella quiera.
Empezaba a perderme en cavilaciones cuando un impulso me hizo mirar a la izquierda. Ví la gorrita, la melena oscura que tan soñada tenía y el abrigo azul. Imaginando mi cálido regalo entre sus piernas, la miraba ascender, imparable como el sol, con la cautelosa y peculiar cadencia que procuran los tacones cuando no se está acostumbrada. Sentí una llamarada en las entrañas, en tres minutos estaría tocando al timbre… Rojas, seguro que serán rojas…

jueves, 8 de diciembre de 2016

Corte cuatro, Good morning little schoogirl 3 (unos días de febrero)


Desde aquel momento, mi corazón comenzó a latir desbocado.

(— Tío…,¿qué te pasa? Un poco de calma. Ya no eres un jovencito, cojones.
— Es su piel… El fantasma de su piel me toca y me desmayo.
— Pues te ha sentado como un tiro de farlopa. ¡Te gusta, eh!
— Creo que me hipnotizó el primer día. Así, a lo tonto, como sin querer…
— ¿Sin querer? Pues menos mal que fue sin querer, porque si llega a ser queriendo… No hay más que verte: Te ha dejado agilipollado)

El ambiente se había cargado de tensión. A estas alturas ya no me extraña casi nada, me dije. Hasta el sofá se ha puesto contento, parece que da saltitos y todo…
Eran las seis y media, abrí un poco las ventanas y me largué a dar una vuelta y a tomar un par cervecitas para celebrarlo… Ámbar, Ámbar, Ámbar…, mi cabeza era un tiovivo, su rostro daba vueltas y vueltas; vueltas en las vueltas de las vueltas, y faltó un pelo para que me diera de morros con una farola mientras bajaba como un autómata por la calle Artesanía camino del club.
A las ocho sonó el despertador, había dormido siete horas casi del tirón y me sentía lleno de energía. Hacía un día estupendo, y aquel inusual y plácido sol de mediados de febrero entraba sin complejos por la amplia ventana de la cocina y cruzaba decidido por delante de la estantería llenando de destellos amarillos el salón y acariciando suavemente el respaldo del sofá.
Recogí un poco la casa, me di una ducha, desayuné, barrí, abrí las ventanas y salí a tomar un café al bar de la esquina. Nada más volver a casa cerré las ventanas, encendí el radiador y le di un golpe de ambientador a toda la casa, eran las nueve y media… ¡Qué largas pueden llegar a ser las esperas…!

domingo, 27 de noviembre de 2016

Corte cuatro, Good morning little schoolgirl 2 (unos días de febrero)

(Aquel viernes por la mañana escribí un poema de sopetón. Me dejé llevar por las palabras, pero el resultado no me convenció. Era inquietante y contradictorio, aunque no falto de fuerza y pasión. Lo mandé al infierno virtual, pero por la tarde lo rescaté de la papelera y lo leí con atención, y sus ambivalencias volvieron a dejarme mal sabor de boca. No vale nada… Sí que vale. Indulté tres versos –a día de hoy todavía vagan errantes sin un poema que les dé cobijo– y largué el resto al inframundo virtual, esta vez sin posibilidad alguna de reconsideración, como si quisiera, con ese gesto definitivo, expulsar lejos, muy lejos de mí, aquel nefasto temblor sombrío, el viejo y afilado escalofrío que conocía tan bien: El oscuro y desolador fantasma de mis crueles ausencias creciendo imparable a cada minuto hasta devorarme las entrañas…; y a veces, las juguetonas pavesas del viejo y colosal incendio que me consumió en otro tiempo vuelven a danzar ante mis ojos: seductoras, rutilantes, insondables, caprichosas, efímeras…; y poco después el alma cayendo al vacío vertiginosa y marchita…; y me agazapo a toda prisa hasta quedar inerte a la espera del impacto…; y lo que queda de mi camina exhausto y sin rumbo por el reino de las sombras…)


El viernes por la tarde chateamos y me confirmó que sí, que vendría. Cuando corté la conexión me sentía como un ingenuo jovencito que aún cree que lo que se da no se quita. Me di un fulminante zarpazo mental, acabando al instante con aquel primo interior, quizá el más julandrón de todos mis primos interiores. Ésto es terreno minado, ¿comprendes idiota?
“Este año la primavera ha llegado antes a mi casa que al Corte Inglés. Esos mamones codiciosos andan todavía con el rollo patatero del Día de los Enamorados”, me dije.
Serán rojas, seguro que serán rojas…

domingo, 20 de noviembre de 2016

Corte cuatro, Good morning little schoolgirl 1 (unos días de febrero)

Los tibios días de aquella increíble semana trascurrieron soñando despierto: Aquella tiene unos ojos muy parecidos, otra su caminar, la sonrisa de aquella otra era la suya, su bonita melena ondulada estaba por todas partes, la chica de la panadería parecía haberle robado la mirada… Todas son ella, me decía. Vivía entre ensueños y notas, tomaba apuntes y más apuntes inmerso en una atmósfera febril cargada de sensualidad mientras contaba los días y esperaba impaciente nuestro próximo encuentro. Por fin, el jueves por la tarde mandó un mensaje por el chat, quería saber si tenía libre la mañana del sábado.
El corazón me dio un brinco. — ¡Joder, está más buena que una bolsa de conguitos! –exclamé alborozado. Llevaba tres días soñando con sus bragas… con aquel fresco pecho de tímidos pezones –qué tanto cariño necesitan para alzarse en toda su juvenil plenitud–, con su boca y sus tiernos besos, dulces y faltos aún de malicia, pero llenos de emoción, donde a veces asoma por un instante un cálido temblor fruto del placer de sentir algún inconfesable sueño adolescente cumplido.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Santíbañez (jamón de mono)

 El viento sopla enfurecido
 viene del oeste, de la sierra de Francia
 y los pilla bajando por el prado
 camino del río, de su puente,
 se acurrucan uno contra otro
 mientras caminan, y comprenden,
 cuando por fin se sientan en el pretil,
 que, en realidad,
 nadie sabe nunca
 que nos deparará el destino
 y se miran a los ojos
 sintiendo próxima la despedida
 y observan el fluir de la corriente
 y callan...
 Se cogen de la mano
 hablan del futuro,
 separados, cada uno en su sitio,
 bolígrafo o pincel, qué más da
 pero solos, dolorosamente solos,
 y el aullido del lobo, ese viejo lobo solitario
 dueño de las noches de la sierra
 se abre paso
 como un rayo
 y me despierta.

Ausencia

Ahora, que estás ausente,
que nada sé de ti, ni de tus sueños
se me envenena el tiempo
y respiro hondo el polvo amargo del camino
creyendo que te perdí, sin dar ni un grito
sin lágrimas ni aspavientos.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Corte tres, Sweet Jane 5 (unos días de febrero)

(Levanto los ojos de su deshabitado pubis y, entre pechos en flor, atrapo un rostro encendido de placer. Hacía siglos que no contemplabas tanta belleza, me digo. Carnosos labios, boca entreabierta, grandes y rutilantes ojos castaños entornados de gozo y un plácido y sensual ronroneo hondo y quedo…
Casi me echo a reír, saco la lengua, le doy un lametón al clítoris en plan enseguida vuelvo, despego mis labios de los suyos y le digo en tono socarrón: — Pinchas. Los tiempos están cambiando, jamás pensé que le diría algo así a una mujer en estas circunstancias.
— Tú también –responde Ámbar.
— Y tanto. Desde aquí estoy oyendo como te lamentas.
Me parece oír una risita cómplice mientras entierro de nuevo la cara entre sus piernas…)

Las escenas de amor se fueron sucediendo una tras otra, casi todas tiernas, alguna quizá no tanto. Flexible como una gata y dulce como la canela; seducido y exultante la miraba y miraba mientras mis manos recorrían su piel; esa suave y aromática piel de melocotón en su punto que se gasta la condenada.
La tarde de aquel lunes siete de febrero era tibia, casi primaveral; y Ámbar se desenvolvía con bastante soltura por la salita con solo las medias puestas. Satisfecha y curiosa preguntaba y preguntaba sobre los libros que había en mis estanterías, y yo, desde en el sofá, iba contestando a sus preguntas y mirándole el culo procurando que el fascinante espectáculo no me hiciera perder el hilo en las respuestas.
Más tarde hablamos de música y de escritura. Le enseñé el rincón donde escribo y traté de explicarle el cómo y el porqué del misterio, de la pasión por contar historias; del impulso inefable que se apodera de uno, de aquel mundo ignoto que, a golpe de capricho, se adueña de tu voluntad y tu vida.
De vez en cuando se sentaba en el sofá y habría las piernas invitándome a que me arrodillara delante de su jugoso sexo, su sabor me tenía embelesado; nada que ver con la mojama revenida que corre por ahí.
Después nos abrazábamos apasionadamente y volvíamos a besarnos y besarnos como si no hubiera mañana; luego se sentó en mi regazo, sacó el móvil y tiró un par de fotos, me las enseñó y me invitó a que le hiciera alguna. Le hice una de espaldas medio agachada mirando libros, pero no le gustó mucho y tuve que repetirla; esta vez inclinada sobre las estanterías más bajas para resaltar mejor su trasero.
Ahora, escribiendo estas líneas, lo que más echo de menos es el placer de mirarla, de tener rondando por la casa tanta belleza. Aquél sobrio y monótonamente familiar paisaje abarrotado de recuerdos atroces, aquellos retazos de vida cargada de pasiones inolvidables, música, drogas, risas, libros y ausencias que, durante unas horas, sus ojos… sus sublimes y rutilantes ojos –qué le voy a hacer, fueron los sus suyos– relegaron al olvido.
Poco antes de marcharse se fijo en mis gorras… Miraba atentamente las gorras y luego volvía mirarme a mí y otra vez a las gorras… Cogí la irlandesa de lana y se la ofrecí, sus ojos resplandecieron, se la puso, fue a mirarse al espejo del lavabo y al momento volvió con una sonrisa de oreja a oreja, me miró satisfecha y dijo, señalando las bragas que se acababa de poner: Éstas no puedo regalártelas, me quedaría sin conjunto, pero la próxima vez te regalaré las que lleve puestas.
La acompañe hasta el metro. Allí, junto a la boca de la parada de Llucmajor, la besé furtivamente y me quedé mirándola unos segundos… Qué bien le queda la gorra, pensé mientras desaparecía escaleras abajo.
Tras dejarla caminé hacía el lado mar de la plaza de La República y cogí calle Eduardo Tubau abajo hasta el club. Entré, pedí una cerveza y me hice un garibolo. Sentado en la mesa de mis muchas tardes solitarias, entre cervezas, cigarritos y notas, durante unas horas maravillosas me sentí un tipo muy afortunado.




miércoles, 26 de octubre de 2016

Corte tres, Sweet Jane 4 (unos días de febrero)

Nada más cerrar la puerta nos besamos y besamos; y mis dudas y temores sobre nuestra diferencia de edad se fueron diluyendo entre beso y beso; y por un momento pensé en Nabokov…
Cruzamos la maltratada cortina que separa la puerta del resto de la casa y me parece recordar vagamente un comentario mío sobre lo pequeño que era todo, sobre el relativo desorden reinante y lo poco que había que ver.
Fue a quitarse el abrigo, pero se detuvo a medio camino, desistió y me miró, volvió a mirar el perchero y después otra vez a mí. Una mirada estupenda. Estaba, como siempre, abarrotado, evidenciando una de las costumbres que adquiere uno sin apenas darse cuenta cuando hace mucho tiempo que ya no se espera a nadie.
Saqué la ropa de una de las perchas y me la llevé al cuarto donde escribo, y al salir…, al salir se estaba quitando el abrigo, y entonces me quedé atónito durante un instante que pareció un siglo… y estuve a punto de exclamar: ¡Tachán!
Camiseta roja sin mangas, una minifaldita plisada de color azul marino y medias negras hasta medio muslo… Desde luego no había venido dispuesta a una negativa.
Un minuto más tarde estaba sentado en el sofá, y ella, montada encima con mis piernas entre las suyas, me besaba y besaba; y mi mano izquierda fue perdiéndose poco a poco bajo su falda…
Llevaba sujetador y braguitas de color fucsia con muchas puntillitas. Un diseño tope de mono, sexy y juvenil. Ella me besaba y besaba… y yo, sin dejar de mirarla a los ojos, me dejaba llevar mientras me decía: “Tío, esto no te puede estar pasando a ti”.
Quitarle las bragas ha sido uno de los rituales más hermosos en que he participado en mi vida, me tomé mi tiempo… Poco después estábamos en la cama: Ella a horcajadas sobre mi rostro meciendo despacito su rasurado y dulce sexo sobre mi boca, y yo con los brazos alzados acariciando suavemente sus tiernos pechos de seda; y el Sweet Jane de la Velvet resonando en todas partes.



miércoles, 12 de octubre de 2016

Corte tres, Sweet Jane 3 (unos días de febrero)

Nunca olvidaré el primer beso. Fue frente a la puerta del instituto La Guineueta, un beso breve, cálido y furtivo. El dulce sabor de su boca siempre estará conmigo; y en mis largas horas insomnes, fantasmagórico tiempo de humo y de vueltas, a veces, algunas veces, vuelvo a sentir sus labios entregados, llenos; y vivo de nuevo aquel instante supremo grabado a fuego en mi memoria: La refulgente mirada juvenil gratamente sorprendida, el pelo ligeramente ondulado cayendo sobre el abriguito azul marino y su arrebatadora sonrisa desafiando al tiempo. 

martes, 4 de octubre de 2016

Corte tres, Sweet Jane 2 (unos días de febrero)

Alrededor de las once de aquella mañana interminable salí a comprar. ¿Vendrá comida? ¿Qué le gustará beber? ¿Vendrá? Los interrogantes, esos viejos y entrometidos parientes de la incertidumbre, se me iban acumulando mientras caminaba como un sonámbulo de una tienda a otra.
Hora y media después descargaba la compra preguntándome qué iba a comer. Quizá algo de pasta, seguro que si viene directamente del insti traerá hambre, y un poco de pasta sin la rutinaria salsa de tomate, mejor al pesto o a la carbonara, es bastante probable que le venga de gusto. Está en la edad. Aunque los carbohidratos tienen el inconveniente de producir una digestión un tanto pesada y a mí hoy no me conviene, paso de verla en pleno estado soporífero; pero, por otro lado, estoy hecho polvo y necesito combustible.…
Entonces pensé que llevaba haciendo el gilipollas toda la mañana y que no iba a venir. Encendí el ordenador y me puse a trabajar. Mi novelita no iba a escribirse sola y no era cuestión de perder lo que quedaba de la mañana especulando sobre si la jovencita vendría o no. A la media hora apenas había avanzado nada, me costaba un montón concentrarme en la tarea; y los ojos de la chiquita aparecían una y otra vez ¡Mierda, así no sé puede!
Entre unas cosas y otras eran casi las dos, deje el texto como estaba, abrí el Winamp, puse música y me metí en la cocina. Una ensalada, pollo a la plancha y yogurt. Comí despacio y mirando constantemente hacia el estante donde tengo el reloj… A las tres estaba fregando los platos con los ojos de Ámbar danzando a mi alrededor. Por distraerme, me fui al bar de la esquina a tomar café, algo que no hago casi nunca; y allí estuve hasta menos cuarto, intentando en vano leer las noticias del periodico, no podía concentrarme en nada y pasaba las hojas mirando los artículos pero incapaz de meterme en ellos.
A las cuatro y diez, cuando ya estaba convencido de que todo aquello no había sido más que una broma de muy mal gusto, sonó el teléfono. Era ella, había tomado mal la dirección. Le di unas indicaciones, y más contento que si me hubiera tocado la primitiva salí a su encuentro.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Un recuerdo

— “Yo, Mario, fui alcohólica hasta los treinta, y me reía de todo. Salía de marcha con el hijo de Vargas Llosa, éramos amigos… Pero entonces…”
De pronto se calló y miró hacía otro lado. No hizo falta preguntar nada. Enseguida supe lo que le había sucedido. Los hay que se quedan atrapados para siempre.
Levanté los brazos y le cogí afectuosamente el rostro. Esperé unos segundos para dar tiempo a que el calor de mis manos corriera por sus mejillas. Después le fui girando suavemente la cabeza hasta que estuvimos de nuevo cara a cara. Estaba a punto de romper a llorar… Acerqué muy despacio mi rostro al suyo y la cubrí de besos…

lunes, 19 de septiembre de 2016

Corte tres, Sweet Jane 1 (unos días de febrero)

(De hecho, creo que las atraigo. El porqué, desde luego se me escapa. Yo lo achaco a mi manera de ir por la vida, un tanto fuera de los modos convencionales y a ciertas carencias maternales de mi primera infancia, pero supongo que esto último es una banal hipótesis un tanto forzada, un lógico subproducto de mis muchas lecturas freudianas; aunque en realidad trato de convencerme de que todo es más sencillo: Simplemente, siempre he atraído a mujeres que buscan algo diferente.)

Nada más llegar a casa todo se aceleró. Primero me metí en el baño y le di un buen repaso: Azulejos, inodoro, lavamanos, grifos, espejo, suelo etc. Después le llegó el turno a la cocina: las puertas de los armarios, la de la nevera, la del horno, quemadores, mármoles, microondas, baldosas, suelo etc. Cuando acabé allí, sin tan siquiera un respiro, me lancé sobre el dormitorio con el brío de un pirata en pleno abordaje: Le quité el polvo a los libros del estante, a la mesita de noche, barrí, fregué, cambié las sábanas; y en el último momento, en pleno fragor de la batalla, me volví a fijar en la vieja mesita; me acerqué hasta allí y le di un manotazo al blister de pastillas para la tensión que había sobre ella, abrí el primer cajón, saqué una caja de condones y la dejé donde antes habían estado las pastillas. Mucho mejor así, me dije mirando la mesita mientras intentaba recuperar el resuello.
Saqué el polvo, barrí y fregué la habitación pequeña y el comedor. Para entonces estaba exhausto y sudaba como un condenado a galeras. No me quedó otra que darme una buena ducha con la esperanza que el cansancio y el bañito combinados me harían dormir el par de horitas que tanta falta me hacían. Fue imposible. Lo intenté, por mi madre que lo intenté, pero era cerrar los párpados y ver aparecer como por ensalmo los refulgentes ojos castaños que me habían robado el sueño durante la noche.
Eran las once de aquella mañana interminable cuando salí a comprar. ¿Vendrá comida? ¿Qué le gustará beber? ¿Vendrá? Los interrogantes, esos viejos y entrometidos parientes de la incertidumbre, se me acumulaban mientras caminaba como un sonámbulo de una tienda a otra 

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Corte tres, Sweet Jane (unos días de febrero)

A la siete de la mañana, cansado de dar vueltas, me levanté. Abrí la ventana de la cocina, y el viento cortante y frío que viajaba con el alba invadió la casa mientras fumada un cigarrillo mirando a las nacientes y tímidas luces del amanecer batirse sin tregua al amparo de la noche.
Estaba hecho polvo, apenas había dormido cuatro horas, aun así, me puse ropa ligera y salí a caminar rondas adelante. El tráfico rodado ya ocupaba completamente el lateral del lado montaña camino del centro; y al pasar frente a la parada de metro de Canyelles los primeros rayos de sol se estrellaron contra los altos bloques que escoltan ese tramo de la ronda. Las frías rachas de viento me avivaron el paso y el pensamiento, y repasaba a toda pastilla una y otra vez todas las tareas que tenía previstas para aquella mañana sorteando semáforos y coches; y creo recordar que fue entonces cuando volví a preguntarme, por enésima vez, por qué me atraían tanto las bellezas oscuras.

jueves, 18 de agosto de 2016

Corte dos, "Walk on the wild side" (unos días de febrero)

Nuestro primer encuentro me sumergió en un mar de dudas. Estaba perplejo, y la guapa jovencita siempre estuvo detrás, al fondo. Debía tomar una decisión, y el hecho de que le faltase un año para tener derecho de voto era entonces un muro infranqueable. Lo último que necesitaba, tras mis largos años de vida en la senda peligrosa, una vez conquistada cierta estabilidad vital y emocional, era una irresistible jovencita con una sonrosadita manzana en la mano –inmensos y tristes ojos de mirada bella y oscura sobre labios pintados de negro dibujando el fracasado atisbo de una sonrisa; cuarteada de sombras, y bajo cada una de aquellas sombras, el temblor de otra sombra– llegara a complicarme la vida, o peor aún, a arruinármela.
Le enorme distancia entre aquella imagen oscura colgada en su perfil y la de la jovencita que había conocido una semana atrás era escalofriante, y una inquietante sensación  de dèja vu se apoderó por un momento de mis entrañas. Estaba en guerra con todos, con el mundo; y, si seguía adelante, probablemente acabaría laminado entre aquellas dos imágenes irreconciliables y contrapuestas. Pero la sonrisa risueña y la vigorosa luz de sus bellos ojos castaños, aunque aún no fuera consciente de ello, se habían clavado con una energía inusitada en mi corazón. Quizá ya nada dependía de mí, sino de su capricho. 
Sea como fuere, lo cierto es que, a pesar de mis muchas objeciones, continué chateando con ella:
— Pero… ¿Tú sabes la edad que tengo?
— Sí.
— ¿Esto no será una broma de niñatas de instituto? Porque me cagaré en todo… ¿sabes?
— No, va en serio.
— ¿Cómo llevas el libro?
— He acabado el primer relato. ¡Cuántas emociones!
— ¿Te gusto el poema que hay al final?
— Sí, mucho.
Tras cada una de sus, casi siempre, lacónicas o cortantes respuestas, resonaba en mi interior el eco de su voz; la fértil semilla de una evidencia.
Apenas la conocía. Solo tenía de ella los pocos datos personales que había puesto en su perfil –básicamente nombre y primer apellido y que cursaba sus estudios en un instituto del barrio del Clot–, que no tenían porqué ser necesariamente ciertos, y tampoco teníamos amigos comunes en la red; así que era todo un misterio. Pero hubo tres cosas de las que, chateo adelante, llegué a estar seguro: Iba a un instituto, estaba tope de buena y venía a por mí:
— ¿Cómo vas con el libro? 
— Bien, voy por “El Bluesman”. Me ha sacado una sonrisa.
— Me alegro. Una sonrisa es mucho.
— ¿Y tú, cómo estás? 
— Bien, pero empanado
— ¿Por tu novela?
— También.
— Ja,ja,ja,ja.
— Eso, tú ríete.
— ¿Sales con alguien?
— No. Estoy más solo que la una.
— ¿Dónde vives?
— En Verdun, Vía Favencia.
— ¿Y eso dónde está?
—  Es la Ronda, cerca de las pistas de skate.
— ¿…? 
— Justo encima del parque de La Guineueta.
— Ah.
— ¿Sabes dónde es?
— Más o menos.
— ¿Y tú qué tal?
— Aburrida. Solo pienso en hacer el amor. Huy, no debería haber dicho eso.
— Tranquila, no pasa nada. He de dejarte. He bajado al club porque necesitaba buscar documentación para el libro y en casa no tengo conexión.
— ¿Qué club?
— Uno de fumadores que hay cerca de la oficina correos de Nou Barris.
— ¿No tienes teléfono?
— Sí, pero es fijo y no está conectado al ordenador.
— ¿Me das el número?
— Por supuesto. Anota, es el…

Este breve resumen de nuestras conversaciones solo es una aproximación, un torpe intento de reflejar la evolución de nuestra charla durante aquella última semana de enero, concluyendo, más o menos como he descrito, el domingo que cerró el mes.
El aquel momento, mi corazón era un abandonado y yermo descampado salpicado de ortigas, escombros y sueños; y mi vida una monótona secuencia de saludables rutinas de las que, afortunadamente, escapaba durante las mágicas horas de mis mañanas inhóspitas; cuando me zambullía profundamente en la novela corta que ocupaba el resto de mi tiempo. Un proyecto desatinado, crudo, erótico y jocoso que no fluía conforme a mis deseos; donde la inesperada y pasional entrada en escena de Ámbar acabó teniendo un papel determinante, pues detuvo sine die su redacción. Aquella fascinante interrupción acabó dando sus frutos: proporcionando una nueva perspectiva a mi tarea, cerrando caminos errados, abriendo otros nuevos y, andando el tiempo, propiciando la peculiar conclusión de la historia.

miércoles, 17 de agosto de 2016

Corte uno, "Well meet again" (unos días de febrero)

Pues eso, que chateamos durante un buen rato… Después me acerqué a su perfil y miré sus fotos. Quizá no mentía en lo referente a su edad… ¿Qué piensas hacer? Nada. Es más prudente no hacer nada, Mario. Sí, es un bellezón de miedo, pero…
Días más tarde, durante un recital poético la vi por primera vez. Salí a la calle a fumar y ella apareció de no sé dónde con un ejemplar de “El eco de mis pasos”. — Hola, soy Ámbar –dijo suavemente– ¿Me firmarías el libro?
Charlamos unos minutos. Me puse nervioso. Despisté el mechero. 
Ahora me recuerdo como un imbécil intentando hacerse el interesante. Fue su voz, sospecho que fue su voz la que acabó por rematarme. Le hice una bella dedicatoria con cagada incluida: Una de esas misteriosas permutas silábicas que tengo a veces cuando escribo todo lo rápido que puedo una palabra que temo olvidar antes de tenerla bien anotada. 
Ni siquiera era mía. La saqué de la puerta del tigre de un garito del Poble Nou años atrás. Acababa de echar la pota, me enjuagué la cara…, y cuando me di la vuelta para salir me la encontré de sopetón. Todo un poeta, el tipo debía ser todo un poeta. Llamar “callejón del silencio” a los lavabos de uno de los garitos con más bulla de toda la ciudad, sin duda requirió de una capacidad lírica que estaba fuera de mi alcance y, por supuesto, lejos de mi interés en aquellos tiempos. Nunca había visto a tanta gente ir y venir del lavabo tantas veces en tan poco tiempo.
Estaba guapísima. Insultantemente joven, el rostro ligeramente ovalado, sus grandes ojos castaños brillando como luciérnagas, la melena negra, lisa y desplomada sobre los hombros, la nariz recta y bien proporcionada, los labios llenos y la sonrisa fácil y desenfadada; y su deliciosa voz, la voz insegura e inquieta de quién cree estar siendo evaluada.
Desde luego debía ser una jovencita muy especial. La afición a la lectura no es, desgraciadamente, lo más popular entre los jóvenes en este país de catetos y analfabetos funcionales.
Por primera vez en mi vida, a medida se alejaba, comenzó a sonar el “Well meet again” de Hooker dentro de mi cabeza a la par que la distancia fue oscureciendo su silueta hasta disolverla en la noche calle abajo; y el acariciante timbre de su voz regresó a mis sentidos, desplazando de un plumazo el tono imponente y grave de la profunda voz Hooker.
Melocotón en almíbar. Sangre caliente a finales de enero.
Me gustó un montón, me gustó tanto que me dio miedo. 
Ignoraba entonces que su refulgente mirada, aquel prístino estallido de energía que me atravesó en un instante, me acompañaría el resto de mi existencia. Ignoraba también, que aquella jovencísima mujer, frágil y sensible, cargada de soledad y misterio, de miedos y aspavientos, pero más bella que la vida, que todas las vidas juntas, me traería el fuego. Ardería con ella, por ella.

lunes, 15 de agosto de 2016

Preambulo (unos días de febrero)

Todo comenzó como suceden las grandes cosas, sin buscarlo, ni planearlo, ni pollas en vinagre. Fue por el chat. “Una lectora en potencia”, me dije…
— Eso no es del todo cierto, cantamañanas…
— Aquí entre nosotros… Estoy acojonado. Ya sabes el porqué. Es una máquina de matar y se mosquea a las primeras de cambio. ¿Cómo pretendes que empiece? ¿Digo que saltó en paracaídas y cayó en mis brazos tentadoramente envuelta en lencería mientras estaba sentado en un banco junto a las pistas de skate?
— ¿Seguro que fue entonces? Porque yo no lo tengo tan claro.
— Mal empezamos, tío. Si vas a estar así todo el tiempo, Pepito Grillo, se complicará la cosa y acabaremos mal parados.
— Eso es, en plural. Ahora nos vamos entendiendo.
— ¡A la mierda! ¡Vete a la mierda! Voy a necesitar cierto ritmo y que se entienda. Y contigo en plan soviético es imposible
— Pues no times al personal. Ni a ella.
— ¡Ni me la nombres, hijoputa; a ella ni me la nombres! Necesito dormir por las noches, ¿sabes cabrón?... Ámbar pertenece a esa categoría de hembras que tus prontos acaban ahuyentando sin remedio. Por una vez en tu puñetera vida estaría bien que mantuvieras el pico cerrado.
— Soy un lobo bueno. Y lo sabes perfectamente; de hecho, lo sabes mejor que yo. Si no fuera así, hace tiempo que estaríamos en un manicomio, matando moscas, intentando ligar con perturbadas y fumando como carreteros.
— Eso, ahora hazte la víctima, lobito bueno. Tranquilo, aunque acabe partiéndonos la boca, ella o alguno de sus novios, estaremos juntos en esto.
— Y yo, para asegurarme de que lo hagamos, te digo: No hay huevos.

viernes, 12 de agosto de 2016

Ámbar 2

Conozco una flor con cumpleaños
nunca vi flor más delicada
vive tan cerca
que sus espinas me clavo por las esquinas
no sé qué tiene que me estremece
no sé qué pasa, que ya no viene.

martes, 2 de agosto de 2016

lunes, 11 de julio de 2016

¿El principio del fin? (fragmento de J. mono)

Cualquiera que se hubiese fijado en nuestro protagonista durante los días posteriores a la finalización de las noches en que estuvo posando, le parecería estar viendo a un atormentado y melancólico soldado recuperándose física y emocionalmente de una larga batalla. Matías se levantaba a las tantas y deambulaba por la casa agotado e indolente. Durante los primeros tres o cuatro días se limitó a comer sano, beber mucha agua y pasear con el ritmo pausado de un adicto convaleciente –el viejo ritmo de la desintoxicación que había conocido tan bien–.
De vez en cuando se acercaba a la mesita donde lo aguardaba la documentación de su próximo trabajo, y miraba aquel montón de papeles como si no fueran con él. Sabía perfectamente que debía darle tiempo a su hígado, así que esperaba cansado y ausente, dando sosegados y sugerentes paseos con la única compañía de su sobada libreta, a que su cuerpo recobrase la energía perdida en las largas y excesivas noches que giraron en torno al retrato oscuro; mientras Carlota, se sumergía durante horas y horas en el taller, tratando de terminar aquella profunda y ominosa pintura que había desencadenado la vigorosa e ingobernable catarata de recuerdos chispeantes, febriles y dolorosos de otros tiempos.
Algunas tardes, cuando empezó a sentirse mejor, Matías ponía música a todo volumen y salía a la calle dejando la puerta abierta para poder escucharla sentado en el banco que había bajo la ventana de la salita. Allí, frente al agreste paisaje que lo envolvía y bañado en ocasiones por los tibios rayos del sol de otoño, tomaba notas y más notas; o leía y volvía a leer algún pasaje del fascinante manuscrito de Alejandro Valcárcel. Permanecía absorto, como ido, durante treinta o cuarenta minutos; después hacía un alto, liaba un cigarrillo y echaba a andar por el prado hasta la parte más baja del mismo, justo al principio de la curva ascendente del muro, donde se acodaba para observar el panorama, y, al primer vistazo, entre las manchas verdes del bosque de ribera, siempre destacaba, misterioso y sombrío, abajo, al fondo, el incansable discurrir del río a su paso por el puente, al instante el tiempo se detenía, y él se quedaba mirando y mirando el viejo puente de piedra como si fuera un talismán…; hasta que un escalofrío recorría su columna vertebral como un relámpago, entonces desandaba sus pasos y retomaba sus papeles y notas renovado y meditabundo.
A ella le iba francamente mejor, despejadas sus dudas, y con, por fin, las ideas claras sobre los aspectos fundamentales del rostro que quería resaltar. El perfil soñador y poliédrico del joven amante se impuso a todo lo demás. El azul de sus ojos y su cambiante mirada, efervescente, inquieta y traviesa; o quizá no, quizá ese día era otra, sincera, clara y soñadora, o puede que por la noche estuvieran cargados de misterio y pasión, de deseos inconfesables, etc., etc., etc. Sin duda, sostenía Carlota para sus adentros dibujando una sonrisa imposible de disimular: “El par de ojos más embustero que he conocido nunca”. Ahí radicaba el misterio que tanto trabajo le había dado.
Una tarde, diez días después de dar por acabadas las sesiones nocturnas, subió exultante y resuelta a buscarlo, había dado por terminado el retrato y ardía en deseos de mostrárselo. Lo encontró sentado en sofá de la salita, absorto frente a una mesita atiborrada de posits por todos lados. Cada uno de ellos tenía una o varias palabras escritas, y cualquiera que echara un vistazo a aquella selva amarilla llena de trazos negros pensaría que se encontraba ante algún tipo de ideación paranoide u obsesiva. El buen humor que traía desapareció al instante, y, llena de inquietud y sin saber qué decir, se limitó a carraspear repetidamente para llamar su atención.
— Ah, hola, eres tú. ¡Qué tontería!, ¿quién iba a ser si no? –dijo, levantando la vista de la mesita–. Ven, siéntate, te voy a mostrar todo esto. Puede que se me haya ido un poco la olla, pero me será muy útil. Es una especie de mapa de ideas. Partiendo de unas pocas, las más esenciales, he desarrollado este pormenorizado esquema gráfico. Ceo que abarca todas las tareas y los pasos necesarios para llevarlas a cabo, además, he anotado también toda la documentación que, creo, me va a hacer falta. Voy a necesitar una cartulina grande para copiarlo y poderlo consultar con facilidad.
— ¡Madre mía, Matías, qué laberinto! –exclamó aliviada–. Por un momento pensé que te habías vuelto loco. Anda, vamos al taller. Has de ver la pintura.

jueves, 2 de junio de 2016

Me gustas

Me gustas, malagueña, me gustas. No es una novedad, sé que lo sabes, pero me gusta decírtelo. ¡Joder si me gustas! Más que a un tonto un lápiz.
Me pone contártelo; y seguramente los guisantes que tengo al fuego se cocerán más de la cuenta.
Mi oruga no perdona. ¡Mi vieja oruga!, que me vio escribir por primera vez y me aguantó dos años el mismo cuelgue literario, me enreda y pierdo la noción del tiempo y el espacio. ¡Pobres guisantes!
Escucho a Sabina mientras escribo esto. ¡Qué tienes que tanto me pones! Porque me pones.
Tengo un poema esemese que habla de eso, dice: No sé cómo te pones, que me pones. No sé cómo te miro, que te escondes.
Sí niña, sí, tengo un calentón malagueño; en el fondo es una putada, estás tan lejos, que, en una gestalt improvisada, el resultado sería masoquismo recalcitrante. Prueba dándote con un canto en los dientes, me digo. Acabarás antes.
Imaginarte con, sin, así o asá, aquí o allá, arriba, abajo…
Cambiando de onda, el rollo del enano está en capilla. Le quedan tres o cuatro parágrafos como mucho.
No te creas que no he currado. Incluso tuve que consultar a un amigo especialista en fotografía circense. Necesitaba información a cerca de los enanos que había conocido en ese mundo. Después de que se partiera de risa mientras lo ponía al día sobre la historia me fue muy útil.
Mis amigos más próximos empiezan a quejarse. A ver si acabas con el rollo del enano que estoy hasta los huevos de saltimbanquis. Ayer me pareció verlos haciendo malabares por la tienda.
¿Cómo llevas lo del enano?, pregunta otro. O el guasón de turno: “Dale recuerdos al enano”. De tu parte, le contesto.
Lo cierto es que me brillan los ojos cuando ando liado en alguna historia.
¿Te he dicho que me gustas?
Te rondo. Estoy tras cada ola que rompe cerca de tu vieja casa. Escondido en la brisa te lamo y te recorro.


jueves, 26 de mayo de 2016

Por un beso (fragmento de J. mono)

En el fondo, Matías se sabía un romántico a la defensiva, un soñador multireincidente escarmentado. El hecho de  no escarmentar a tiempo, de necesitar más hostias que la mayoría para darse por aludido siempre le trajo problemas, pero a la larga forjó en él una peculiar fortaleza de carácter, y, una vez encarrilado, se construyó un mundo y una vida a medida de sus insuficiencias y sus escasos logros, o al menos eso pensaba…
Se sentía mucho más cómodo ante el relato corto, donde, cualquier acción o circunstancia poco convencional o disparatada, arrastraba a los personajes y los llevaba en volandas hasta el desenlace; pero sentado delante del voluminoso sumario, por no hablar de las extravagantes confesiones contenidas en la libreta del padre de Carlota, o de la suya propia, llena de notas sueltas, personajes estrafalarios, ocurrencias, pormenorizadas escenas cotidianas y claroscuros, la promesa hecha a la pintora se le antojó una quimera imposible de llevar a cabo.

Durante la comida hablaron del asunto y, una vez más, tras darle algunos detalles del galimatías en que se hallaba inmerso y de sus muchas dudas, ella decantó la balanza. Sí, era un trabajo complejo y asquerosamente mal pagado en el improbable caso de que la historia acabara en novela y fuese publicada; pero la tenía a su lado y nada cambiaría eso. —Y si no quieres hacerlo por ti, hazlo por mí –apostilló Loti.
Pasaron la tarde cada uno a lo suyo: ella en el taller ocupada en sus retratos y Matías sentado delante de una mesa camilla, que colocó junto a una de las ventanas con vistas a la sierra, pasando a limpio las notas y apuntes sobre el padre de Carlota. Era una tarea delicada, porque, por más cabrón y egoísta que hubiera sido, seguía siendo su padre; un padre pendenciero, excéntrico y prácticamente desconocido que debería mostrarle aquella misma noche.

sábado, 21 de mayo de 2016

Trabajando... (cómplices)

Ando subiéndome por las paredes. Aquí estoy, más solo que la una y con una empanada mental de aquí te espero…
¡Mierda, ésto no se acaba nunca…!
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, media vuelta, uno, dos, tres…, en fin…
Necesito un puñado de personajes nuevos para un pasaje pintoresco y descabalado pero crucial…
He sacado la pizarra. No me mola, pero no hay más remedio…
Dudas, dudas, dudas… Uno, dos, tres, cuatro, cinco, media vuelta… Uno, dos, tres, cuatro, cinco, media vuelta…
Ésto no funciona, desenchufa, tío. Desenchufa por unas horas y vuelve con ojos nuevos…
Como un sonámbulo, me voy al dormitorio, abro el armario, me agacho, tiro de un cajón y saco un sobre de plástico de cierre hermético, lo abro, acerco la nariz al sobre y me pego un tiro de bragas rojas…
Sutiles y sensuales efluvios de canela con un etéreo final a gominolas…
¡Joder, qué morbo…!

viernes, 13 de mayo de 2016

Una noche en Leningrado (fragmento de J. mono)

* “Noche desangelada hombres vestidos de blanco pasos sordos sobre la nieve silencio entre escombros de edificios desmoronados buscan posiciones enemigas de artillería silencio fugaz relámpago de cuchillo sangre manando en la oscuridad cae enemigo sobre la nieve silencio arden hogueras rumor de voces soldados rusos silencio es la hora de los asesinos. Grito de alarma  bengalas rompiendo la noche balas silbado hombres carreras ruido de botas sobre el asfalto tableteo de ametralladora sal de ahí respira hondo nieve sigilo repliegue entre escombros abrigo enemigo sobre los hombros aliento bolchevique tras cada esquina nieve silencio lento paisaje hasta los arrabales mirada alerta portal a portal manzana a manzana respira hondo corta carrera al cruzar cada calle disparos silencio nadie en punto de reunión no hay tiempo horizonte de nieve respira hondo pasos cortos y rápidos arrastrando una pierna por estepa hostil para respira hondo un grito cuerpo a tierra reptando bajo fuego de mortero para respira hondo avanza para voces patrulla hombre de blanco tirado sobre la nieve sin mover ni un músculo sudor frío silencio miedo al latido de su corazón pasos acercándose más y más pasan por su lado respiración contenida cuchillo alerta horas de frío hombre herido reptando en la oscuridad sendero de sangre en la nieve viento helado entre dos fuegos respira hondo silencio para avanza para avanza bendita interminable noche para respira hondo avanza para afloja el torniquete avanza silencio voces patrulla enemiga tirado en una zanja bajo un cuerpo congelado nieve frío silencio respira hondo avanza para puñados de nieve en la boca frío miedo al alba avanza para respira hondo avanza para respira hondo avanza y avanza y avanza…, ¡santo y seña! Cinco salieron uno vuelve.”

* Extraído del cuaderno de Alejandro Valcárcel

lunes, 9 de mayo de 2016

Un retrato oscuro 1 (fragmento de J. de mono)


Matías despertó bruscamente y miró el reloj de la mesita, eran las diez y cuarto, por un instante acarició con los ojos el pelo de Carlota, que asomaba revuelto entre las sábanas, se levantó, se puso una vieja bata de ella y salió de la habitación procurando no hacer ruido. Fue hasta la cocina, puso agua a calentar, echó dos tabletas efervescentes en un vaso con agua y mientras se deshacían hizo una rápida visita al lavabo.
Al regresar se tomó el analgésico, preparó té, y, con la taza en la mano, fue hasta puerta de la calle y salió al prado. El día era claro, el sol brillaba espléndido y pegaba con fuerza en la parte delantera de la casa. Dio unos pasos por el prado admirando el paisaje de Santibáñez…, el cielo inabarcable, la  Sierra de Francia recortando el horizonte, rodeado de cerros, con el río corriendo a sus pies, y la positiva energía de aquella mujer, temperamental y mandona, que le robaba el sueño…; aquel cúmulo de circunstancias hacía que el pequeño pueblo se le antojara irreal y arrebatador.
Se sentó en el banco de madera que había junto a la puerta y encendió un cigarrillo pensando en la tarea que le aguardaba; y dudaba, como le pasaba casi siempre que empezaba un trabajo nuevo. Dio un repaso mental a la documentación de que disponía…, la libreta del padre de ella, eje cardinal de la historia, el sumario conseguido gracias al primo de Jacinto, al que todavía no había tenido tiempo de echar ni un vistazo y sus vivencias y apuntes, cada vez más prolijos y extensos.
Y la fuerza y la ilusión proporcionadas por el compromiso –qué vete a saber adónde lo llevaría– contraído tras la promesa hecha a Carlota abarcándolo todo; y por sus besos, por encima de todo sus besos…
Volvió a recorrer con la mirada el rotundo y bello espectáculo de la sierra, y se sintió insignificante y afortunado; y pensó que si la felicidad y la belleza coexistían, aunque solo fuera fugazmente, en alguna parte de nuestro despiadado y doloroso mundo, en este planeta de odios y venganzas, de muerte y desesperación, donde la sangre de los hombres ha empapado sin cesar la tierra por los siglos de los siglos, a él, después de mil fracasos, por fin le había tocado un pedacito.





jueves, 5 de mayo de 2016

De poesía y otros cuentos (cómplices)

Hay algo que no te he contado:
Hace poco conocí por el face a una chica de Logroño. Vino a Barcelona un fin de semana. Lo pasó en casa. No vio la ciudad, no vio nada de nada; solo mis ojos acechándola, buscándola…
Tengo la sensación de que no es de las que repiten. Y ahora lleno el vacío que dejó intentando cantarla por prolongar su recuerdo. Otra herida que sangra, y creo que no hago bien, pero la escribo, me escribo.
Y al final no se las envío, las guardo en una carpeta y clavadas en la memoria como el día en que nací.
Ayer hablábamos de poesía ¿recuerdas?, y hoy camino tras los ecos de una cadencia, tras una sombra imprevisible, en un mundo donde todos los horizontes se diluyen como el fugaz fotograma de una película.
He decidido, Ámbar, no dárselos nunca, aplastarlos más allá de la conciencia y morir con ellos si es preciso.
Quizá pensarás que debo enviárselos, y quizá tengas razón. Pero ahora, el paisaje a mí alrededor –su paisaje– yace moribundo o galopa como un caballo desbocado, y me da miedo.
Buenos días, me encantó tu irónica despedida. Que usted lo estudie bien; sea lo que sea que estudie.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Un retrato oscuro (fragmento de J. de mono)

A las diez menos cuarto de la mañana el pequeño cuatro por cuatro de Carlota entró en la plaza y paró delante del bar. Matías bajó del vehículo y se metió en el local, habló un par de minutos con Jacinto, salió con una bolsa de plástico que contenía un abultado sobre marrón, se metió rápidamente en el coche y pusieron rumbo a Santibáñez.
Carlota conducía pensativa, tenía por delante un desafío subyugante y sobrecogedor, y dudaba; dudaba del resultado, de si todo acabaría bien, de si afectaría a la relación que mantenía con el hombre al que iba a pintar, de si valía la pena haberse metido en ello, de qué haría después su amante, aquel tipo inquieto y soñador que a veces parecía estar en otra parte y se pasaba la vida persiguiendo palabras y tomando notas a cada momento.
Paró en el arcén, echó para atrás el respaldo del asiento, se dejó caer, metió las manos dentro de la falda, levantó un poco el culo, agitó un instante las caderas y dio un tirón hacia delante con las dos manos a la vez que alzaba las rodillas y se despojó de las bragas, y, tirándoselas a la cara a un boquiabierto Matías, dijo: —Rockanrol, estos días vamos a recordar tiempos sombríos y a follar como si se fuera a acabar el mundo.
— Rockanrol.

martes, 3 de mayo de 2016

Tomando notas 1 (fragmento de J. de mono)

Carlota empleaba su tiempo en supervisar la marcha del hotelito: echarle una ojeada a las cuentas, hablar con proveedores, empleados, clientes, agencias de viajes, etc.  También hizo un sorpresivo viaje a Salamanca, pero no quiso que Matías la acompañara, al parecer iba a visitar a una vieja amiga dueña de una pequeña galería de arte que estaba pasando un mal momento tras otra ruptura sentimental y se quedó a pasar la noche allí. Desde que habían vuelto a Béjar no estaba muy comunicativa ni especialmente cariñosa, sumergida en su trabajo se refugiaba de las tiernas miradas de su amante que, por otro lado, viendo el panorama, acabó por desarrollar una cierta querencia con el bar de Jacinto y pasaba la mayor parte del tiempo entre sus mesas confraternizando con los más  habituales, fumando canutos sentado encima de una bombona de butano en un pequeño rincón a cielo abierto del almacén contiguo a la cocina y tomando apuntes y copas de orujo a mansalva. 
— Pues sí, Jacinto –dijo uno de aquellos días, desvariando-, cuando llegue el momento del retrato oscuro estaré para el arrastre, mi hígado ya no es el que era y estos excesos, si no acabo en urgencias, serán un acto de amor y parte del peaje que nos exige la vida para que el arte suelte la mosca y nos dé alguna de sus cicateras limosnas; pero estoy convencido de que en cuanto vuelva de-ese-viajecito-al-que-no-ha-querido-que-la-acompañara me va a leer la cartilla bien leída; y cuando llegue ese momento, Jacinto, cuando llegue, requeriré del patrocinio y de las habilidades diplomáticas de algún amigo de esa mala mujer, para apaciguar, al menos en parte, su proverbial mala leche bejarana.       

lunes, 2 de mayo de 2016

Esperando

Todas las tardes, cuando llegaba a casa, lo primero que hacía era acercarse hasta el teléfono y descolgar el auricular con la esperanza de que la impersonal voz del contestador le anunciase que tenía un mensaje esperándolo; después colgaba decepcionado y encendía el ordenador, abría el Winamp, seleccionaba un cedé de Amy Winehouse y se ponía una copa con gesto resignado; y en cuanto la voz de Amy se adueñaba del paisaje, se sentaba delante del procesador de textos hasta  medianoche. En las pocas ocasiones que el timbre del teléfono interrumpía su trabajo se levantaba presuroso a atender la llamada, pero al poco volvía a sentarse desencantado… ...

domingo, 24 de abril de 2016

Tomando notas (fragmento de J. mono)

Le gustaba el bar de Jacinto, los parroquianos eran gente recia pero amable, mayoritariamente de la cuarentena para abajo. El “Aquí te espero” tenía fama de ser un bar de radicales, gente que no frecuentaba la iglesia ni la veías en las procesiones. Unos pocos anarquistas entrados en años, marxistas que buscaban la verdad más allá de Lenin, socialistas foragitados por contravenir las politicas liberales de su partido; disidentes, cada uno a su manera, que se habían desligado del asfixiante corsé moral y cultural de la castilla profunda y encartonada. Por allí, sobre todo durante el buen tiempo, se dejaban caer almas reivindicativas e inquietas que habían entregado a la cultura y la creación lo mejor de si mismos y solitarios de toda condición: cantautores de medio pelo, actores sin trabajo, poetas desnortados, poetisas atormentadas y calentonas, ecologistas intransigentes y soñadores, novelistas sin suerte, pintores de mal trazo y peor carácter, cineastas sin película, profesores y profesoras solitarios, punkis que vivían deprisa pero no se habían muerto a tiempo, informáticos que no encajaban en ninguna parte, mucha gente joven, sobre todo los fines de semana, que solía ocupar las mesas de los soportales todas las tardes, y buscavidas de todas las leches que se daban una vuelta por allí de vez en cuando a la caza de primos de paso. En definitiva, un pequeño, contestatario y festivo baluarte de la comarca donde se aglutinaban: la diferencia, la discrepancia, la creación y el extravío.

Cómplices 1

Levanto los ojos de su deshabitado pubis y, entre pechos en flor, atrapo un rostro encendido de placer. Hacía siglos que no contemplabas tanta belleza, me digo. Carnosos labios, boca entreabierta, grandes y rutilantes ojos castaños entornados de gozo y un plácido y sensual ronroneo hondo y quedo…
Casi me echo a reír, saco la lengua, le doy un lametón al clítoris en plan enseguida vuelvo, despego mis labios de los suyos y le digo en tono socarrón: — Pinchas. Los tiempos están cambiando, jamás pensé que le diría algo así a una mujer en estas circunstancias.
— Tú también –responde Ámbar.
— Y tanto. Desde aquí estoy oyendo como te lamentas.
Me parece oír una risita cómplice mientras entierro la cara entre sus piernas…

lunes, 28 de marzo de 2016

Luces y sombras (fragmento de J. de Mono)

— Contártelo requerirá su tiempo, Carlota.
— Desde luego. Con eso cuento para mantenerte ocupado durante el día, porque las noches, las noches serán para posar. Para tratar de buscarte en el mundo sombrío que se adivinaba tras la festiva y contenida sonrisa que mostrabas cuando te conocí. Tras aquellos ojos apasionados y curiosos que parecían querer dejar atrás alguna oscura tragedia. Tardé tiempo en darme cuenta de lo embusteros que podían llegar a ser aquellos ojos azules de mirar tierno. Ahora sé qué buscaban cuando me mirabas y decías que la belleza sería la llave de tu redención… Ahora son otros Matías, limpios y traviesos, pero busco aquellos; quiero pintar aquellos cariño, los ojos del abismo, de la mirada sombría que trataba de olvidar el dolor de una tragedia; y me miraban con la atención con que se contempla una obra de arte. Estregados, sumisos, a veces fieros, desgarrados, profundos y misteriosos… Tras los que se sospechaba un vértigo lóbrego, un abismo de sueños rotos, de alma malherida; y en lo más hondo, una profunda luz esperanzada y tímida donde se emboscaba el superviviente que ya eras, aunque todavía no lo supieras.
— No creo que a estas alturas mis ojos den para tanto, la verdad.
— Donde no lleguen los tuyos llegará el recuerdo de los míos, te lo aseguro.
— Una de las cosas que más me gusta de ti es la fe que tienes en tu trabajo. Yo no lo veo tan claro. 
— ¿Qué tal la noche con Segis?
— Un tipo alucinante. Ha sido una de las noches más extraordinarias de mi vida. Un personaje desorbitado y enérgico que aloja en su seno un espíritu insondable y desarticulado. Hubiera dado cualquier cosa por poder grabar aquel despliegue inagotable de oratoria. Apenas pude abrir la boca, y él no paraba de hablar y hablar, de liar canutos o pedirme que los hiciera yo. Se infló a comer y beber... vino, orujo. Hasta el zumo, que había ignorado sistemáticamente durante toda la noche, acabó mezclándolo con el orujo que quedaba en la botella y se lo zumbó al final. Su Charles Manson de pacotilla, o el desvarío uterino de la criolla peyotera, por mi madre que no los olvidaré en la vida. Mañana estaré más fresco, entonces anotaré todo lo que recuerde del eremita de la estación agropecuaria. De su carácter indómito y su ingobernable locuacidad; y de aquella cara de caballo que parecía tener solo una ceja recorriéndole toda la frente. Yo no bebí ni fumé la mitad que él y estoy medio en coma; y el tío, tan campante, se larga a patrullar por los ásperos senderos de su querida sierra.

viernes, 4 de marzo de 2016

Obvio

Trató de hablarle de la diferencia de edad, y ella tiró de lencería. Ganó de calle la lencería, tardó tres segundos en perder la cabeza...

miércoles, 2 de marzo de 2016

Segis 1 (jamón de mono)

Verá usted, don Matatías: Yo era profesor de secundaría en un instituto de Béjar. Daba clases de historia y literatura. Un profesor un tanto despistado y no demasiado sociable. No me queda más remedio que reconocerlo, después de años de vagar por la península por fin conseguí plaza en mi pueblo natal, años me costó, años y años de solicitarlo, de reclamaciones; de instituto en instituto como un nómada, siempre de aquí para allá, dando vueltas y vueltas como una peonza, y no crea que me salió gratis, de eso nada, don Matatías; tuve que acostarme con dos tías que formaban parte del tribunal de méritos. Siempre lo mismo, para bien y para mal, don Matatías. Y ya ve usted, a los dos años de regresar a mi sierra natal el infortunio se cebó conmigo. Sí, don Matatías, sí. Usted no sabe las que me han hecho pasar esas condenadas con tanta sonrisa y tanto parpadeo, esas gatas despiadadas y egoístas. La condenada de la rumana, que se me llevó al huerto de mala manera y me buscó un lío de tres pares de cojones. Verá usted, la rumana apareció por Béjar de la mano del Picao, que la sacó de la rotonda de las afueras de Madrid donde trabajaba. Montó un bar en las afueras del pueblo, y con lo buena que está y esa mano izquierda que tiene con los hombres, siempre está lleno. Se le da bien el negocio, buen servicio y buenas vistas. Todo empezó después de las navidades en que me tocó la lotería, Ya ve, tres décimos del gordo para mi solito nada menos. Usted dirá, qué suerte. Pues no, don Matatías, no. Fue el principio de mis desgracias más negras. Poco tardó la rumana en intentar echarme el guante, y por mi madre que se habría salido con la suya de no ser por el cabrón del Picao; algún chivato de los que tiene por ahí le fue con el cuento. Una mujer de miedo, de miedo don Matatías, de miedo; alta, rubita, con todo súper bien puesto y un castellano de sensual y exótico acento eslavo que te dejaba transido. Y si al principio se fijo en mí por mero interés económico, poco de después la cosa derivó en un asunto pasional. Aunque está mal que yo lo diga, don Matatías, fueron las proporciones de mis atributos masculinos los que nos llevaron a un frenesí que se nos fue de las manos y se hizo más que evidente para los parroquianos del bar. Las lánguidas miradas que me dedicaba cuando iba a tomar el café o la cervecita de la tarde no pasaron mucho tiempo desapercibidas para aquellos sátiros malfollados que se pasaban la vida allí. La envidia, don Matatías, la cochina envidia que anida en los corazones de mis paisanos de la sierra… Veo que me mira con sorna, don Matatías. No se cree usted que fueran mis atributos viriles los que la hicieran perder los papeles ¿verdad? Ya verá, ya verá, ahora le muestro…
— Deja, deja, te creo Segis, te creo –contestó el aludido, viendo que su interlocutor parecía dispuesto a bajarse los pantalones.
— Ya verá, ya verá, le voy a enseñar una foto de cuando hice la mili. Ni las curtidas putas de Cartagena, salvo alguna especialmente furibunda, que se han triscado reemplazos y más reemplazos de marineros durante años y años, se atrevían a pasar un rato conmigo. Ahora se la enseño, creo que la tengo en un cajón de la cómoda.
Segis se levantó a buscar la fotografía. Carlota hacía rato que se había quedado dormida bajo el influjo de las cálidas manos de Matías y su masaje de pies. Y éste, aprovechando el respiro que el cese momentáneo de la aplastante oratoria de su anfitrión le brindaba, decidió liarse un porrito que amortiguara, al menos en parte, aquel torrente verbal, aquel proceloso caudal de elocuencia que lo tenía enmudecido y atónito. Trataba de fijarlo en su memoria, pues no le pareció adecuado sacar la libreta y tomar algunas notas. Deseaba que el sorprendente monólogo fluyera tal y como era, natural, implacable e insólito; un despliegue dialéctico que, sin duda, con él tomando notas, perdería espontaneidad y brío.

domingo, 28 de febrero de 2016

Ámbar 1

Solo con quitarse el maquillaje de los ojos y recogerse la ondulada y sensual melena en una coleta, dejaba de ser Ámbar para convertirse en una jovencita común y corriente; aquella facilidad con la que, en cuestión de un par de minutos, desaparentaba ser la mujer sofisticada y fatal que venía a visitarme, me tenía fascinado.
La miro mientras se viste: liguero, medias, sujetador… Entonces se vuelve hacia mí y pregunta: — ¿Has visto mis bragas?
Se las voy a buscar a la habitación. Encontrar algo tan llamativo no era tan sencillo como parece a primera vista. En aquel revoltijo pasional donde todo estaba manga por hombro encontrar algo tan diminuto era una hazaña que tomaría su tiempo llevar a cabo.
Busqué en las rendijas que había entre el colchón y la pared sin ningún resultado. Me arrodillo y busco bajo el canapé. Nada, tampoco estaban allí.
— ¡Joder, voy a tener que ir yo a buscarlas¡
Con la cabeza metida entre el barullo de sábanas, en aquel voluptuoso paisaje después de la batalla, la oigo remota, como si su voz llegase desde otro mundo.
— ¡Mierda de vida, siempre igual¡ Siempre me toca a mí buscar transparencias y puntillitas –exclamo por lo bajini.

jueves, 25 de febrero de 2016

Segis (Jamón de mono)

Por un instante todo se iluminó y pudieron ver a Segis que avanzaba hacia ellos con su zurrón y su paraguas, y a Moctezuma correteando junto a él. La penumbra trajo consigo un trueno ensordecedor que recorrió la montaña y el valle, apagando la voz de Matías. La tormenta se acercaba y la mortecina y cicatera luz del ocaso desaparecería tras las montañas en pocos minutos…
Moctezuma llegó hasta ellos, los olisqueó y soltó un ladrido festivo, entonces vieron avanzar el haz de luz de la potente linterna de Segis por el camino.
— Tenemos que darnos prisa, señorita – dijo Segis, nada más llegar hasta ellos–. La tormenta no tardará en llegar y nos queda un trecho muy abrupto por hacer. Mocte y yo iremos delante. Caminaremos despacio, pero procuren no quedarse atrás. Si hay algún problema o voy muy rápido para usted me avisa. Y tengan cuidado con las ramas de los arbustos, mantengan cierta distancia para que no les golpeen las que yo vaya apartando.
La luz de las dos linternas se abría paso por la estrecha y empinada senda, creando un espectral juego de luces sombras, de perfiles telúricos e intermitentes, a medida que avanzaban lentamente sendero arriba.
Apoyada en el hombro de Matías, Loti, a pesar de que andaba dolorida, no soltó ni un suspiro durante la ardua ascensión. Los resoplidos de Matías, que acusaba el esfuerzo, y algún ladrido extemporáneo del perro, que iba y venía constantemente, rompían de tanto en tanto el sepulcral silencio de la caminata.
— Tengan cuidado ahora, tenemos que rodear una gran peña. Procuren seguir el sendero que la rodea sin acercase demasiado a ella, podrían golpearse la cabeza con alguna de sus aristas.
Tras superar la pequeña colina llegaron a la vieja pista abandonada. Descansaron un poco sentados sobre el tronco de un árbol caído y retomaron la marcha por el sendero en desuso que los llevaría directamente a la estación.
Soplaba un ventarrón racheado de mil diablos cuando comenzó a llover a cántaros. Las fuertes ráfagas de viento empujaban el agua de costado, haciendo inútil es enorme paraguas de Segis donde iban los tres acurrucados.
Al poco amainó, el viento y la lluvia desaparecieron tan rápido como habían venido, las nubes se esfumaron, y las estrellas estallaron en la noche de la sierra. Y el lobo, el aullido profundo y solitario del lobo, volvió a surcar la noche reclamando su espacio y su momento.
— Ya veo las luces de la estación, señorita. Siempre las dejo encendidas por si me entretengo por ahí y llego tarde –comentó Segis, señalando con la luz de la linterna un lugar invisible a su izquierda.

domingo, 21 de febrero de 2016

Cómplices

Hace danza desde que era una niña, así que está hecha un roble, más dura que las piedras y flexible como una gata. Me rindo ante esas tetas marmóreas, doblo el espinazo delante de ese coño primigenio. Me la voy a follar como un campeón, aunque palme encima o debajo de ella, qué más da. Quiero sentirla mover el culo, estremecerse, hacerla reír, llorar, mearse de gusto. Ver su mirada radiante después de un polvo. 
Adoro esa boca golosa, insaciable, que recoge mi sexo y lo succiona y lame suavemente mientras la miro y acaricio su ensalivado clítoris. Acariciarle el pelo y empujar su cabeza hacia mi sexo. Eso es mi amor, trágatela toda, chúpala como tú sabes, mi vida.
Se pone a horcajadas sobre mi boca moviéndose suavemente adelante y atrás. Alzo los brazos hasta alcanzar sus juveniles pechos y la veo entre ellos; contemplo el vaivén de su hermoso pelo caído sobre los hombros, entonces mira hacia abajo y nuestros ojos se encuentran; los míos abiertos de par en par, los suyos sensuales y entrecerrados.
Ámbar apareció en mi vida a tope de lencería y con las tetas en punta...

sábado, 20 de febrero de 2016

Reencuentro (Jamón de mono)

En los senderos de piel que transitaron aquella primera noche, el muchacho impetuoso y la niñata inacabable de otros tiempos suplantaron a los amantes y fueron los verdaderos protagonistas de una función donde los cuerpos se barajaron sin tregua una y otra vez; al principio con el apremio de ahuyentar soledades y ausencias, y después –sobre todo él, enardecido por aquella mujer que lo había reconciliado con el gozo y el misterio– con pasión y sabiduría. Durante unas horas sublimes recobraron aquel tiempo remoto en el que todavía conservaban la esperanza en el amor y la vida, y recorrían, entre requiebros y besos, los laberintos de la noche barcelonesa.

martes, 16 de febrero de 2016

Ámbar

Un poema de amor en la noche yerma
sueño pechos en flor entre sábanas muertas
un, te extraño, mi duermevela de ausencias. 
Desvelo de besos furtivos, de caricias nuevas, 
de núbiles audacias, de carne trémula… 
Del sabor de tus labios, entregados, llenos, eternos.
De mis manos en tu piel desnuda,
paisajes húmedos, tiernos, sonoros, 
besos, dulces besos,
descubriendo curvas, sospechando vértigos, 
deshojando primaveras.
Una tarde de amor, o una mañana inolvidable
y tus ojos, por fin, deslumbrantes, cálidos, serenos
y te miro y te miro, obnubilado y vencido.
Y tus bragas…, tus bragas de cabecera.

viernes, 1 de enero de 2016

Orange 8 (fragmento)

— ¿Qué te atrajo de mí? – preguntó, saliendo de detrás del lienzo y acercándose a él.
Se levantó y comenzó a caminar. Se detuvo en un extremo del estudio, dio media vuelta y avanzó en diagonal hacia la puerta. Un par de metros antes de llegar a ella giró a la izquierda, ando unos pasos más y se detuvo frente a una estantería metálica llena de tubos para guardar planos, donde Loti tenía algunas de sus pinturas; fue mirando las etiquetas de unos cuantos hasta que encontró una que llamó su atención, sacó el cilindro de su estante, se volvió hacia ella y preguntó: — ¿Puedo? 
— Desde luego –contestó ella, consciente de que él quería demorar su respuesta.
— Es magnifico –dijo, alejándose del lienzo que acababa de desenrollar. Un paisaje de la sierra donde un sol todavía indeciso se habría paso entre la niebla, dejando entrever, como si fuera un buque fantasma navegando furtivo entre la bruma, un viejo puente de piedra sobre un río sombrío.
— Es el río Valvanera en un amanecer de primavera. La niebla en Santibáñez tiene personalidad propia y se manifiesta sobre todo en invierno y primavera. Tinieblas insondables y caprichosas que fabrican efímeras quimeras, donde los sentidos se extravían sin remedio, tergiversando a su paso todo lo que tocan.
— ¡Joder, nena! Me acabas de recordar a Mateo Díez.
— ¿A quién?
— A un escritor leonés contemporáneo. Premio nacional. De estilo preciso y alambicado, al menos para mí. Deberías leer alguna de sus obras.
— Hará un par de años me lo pidieron prestado para una exposición sobre la sierra. Cuando me lo devolvieron alguien había escrito a lápiz por detrás del cuadro el parágrafo “Tinieblas insondables... etcétera, etcétera”. Me gustó y nunca lo borré, debe seguir ahí.
— Me recordaste a alguien. Eso fue lo que pasó, Loti –dijo por fin–. La media melena ensortijada y descuidada, los almendrados ojos castaños, la boca golosa, y esos labios brillantes y carnosos… Te parecías un montón a María Schneider. Una bellísima y sensual síntesis de ángel y putón que me tenía fascinado de joven…
— Mantequilla no tengo, pero hay aceite de almendras. ¿Qué, te apuntas? –atajó ella.
— Aquí mismo. Ponemos una estera delante de la estufa y listo –contestó al instante.