lunes, 11 de julio de 2016

¿El principio del fin? (fragmento de J. mono)

Cualquiera que se hubiese fijado en nuestro protagonista durante los días posteriores a la finalización de las noches en que estuvo posando, le parecería estar viendo a un atormentado y melancólico soldado recuperándose física y emocionalmente de una larga batalla. Matías se levantaba a las tantas y deambulaba por la casa agotado e indolente. Durante los primeros tres o cuatro días se limitó a comer sano, beber mucha agua y pasear con el ritmo pausado de un adicto convaleciente –el viejo ritmo de la desintoxicación que había conocido tan bien–.
De vez en cuando se acercaba a la mesita donde lo aguardaba la documentación de su próximo trabajo, y miraba aquel montón de papeles como si no fueran con él. Sabía perfectamente que debía darle tiempo a su hígado, así que esperaba cansado y ausente, dando sosegados y sugerentes paseos con la única compañía de su sobada libreta, a que su cuerpo recobrase la energía perdida en las largas y excesivas noches que giraron en torno al retrato oscuro; mientras Carlota, se sumergía durante horas y horas en el taller, tratando de terminar aquella profunda y ominosa pintura que había desencadenado la vigorosa e ingobernable catarata de recuerdos chispeantes, febriles y dolorosos de otros tiempos.
Algunas tardes, cuando empezó a sentirse mejor, Matías ponía música a todo volumen y salía a la calle dejando la puerta abierta para poder escucharla sentado en el banco que había bajo la ventana de la salita. Allí, frente al agreste paisaje que lo envolvía y bañado en ocasiones por los tibios rayos del sol de otoño, tomaba notas y más notas; o leía y volvía a leer algún pasaje del fascinante manuscrito de Alejandro Valcárcel. Permanecía absorto, como ido, durante treinta o cuarenta minutos; después hacía un alto, liaba un cigarrillo y echaba a andar por el prado hasta la parte más baja del mismo, justo al principio de la curva ascendente del muro, donde se acodaba para observar el panorama, y, al primer vistazo, entre las manchas verdes del bosque de ribera, siempre destacaba, misterioso y sombrío, abajo, al fondo, el incansable discurrir del río a su paso por el puente, al instante el tiempo se detenía, y él se quedaba mirando y mirando el viejo puente de piedra como si fuera un talismán…; hasta que un escalofrío recorría su columna vertebral como un relámpago, entonces desandaba sus pasos y retomaba sus papeles y notas renovado y meditabundo.
A ella le iba francamente mejor, despejadas sus dudas, y con, por fin, las ideas claras sobre los aspectos fundamentales del rostro que quería resaltar. El perfil soñador y poliédrico del joven amante se impuso a todo lo demás. El azul de sus ojos y su cambiante mirada, efervescente, inquieta y traviesa; o quizá no, quizá ese día era otra, sincera, clara y soñadora, o puede que por la noche estuvieran cargados de misterio y pasión, de deseos inconfesables, etc., etc., etc. Sin duda, sostenía Carlota para sus adentros dibujando una sonrisa imposible de disimular: “El par de ojos más embustero que he conocido nunca”. Ahí radicaba el misterio que tanto trabajo le había dado.
Una tarde, diez días después de dar por acabadas las sesiones nocturnas, subió exultante y resuelta a buscarlo, había dado por terminado el retrato y ardía en deseos de mostrárselo. Lo encontró sentado en sofá de la salita, absorto frente a una mesita atiborrada de posits por todos lados. Cada uno de ellos tenía una o varias palabras escritas, y cualquiera que echara un vistazo a aquella selva amarilla llena de trazos negros pensaría que se encontraba ante algún tipo de ideación paranoide u obsesiva. El buen humor que traía desapareció al instante, y, llena de inquietud y sin saber qué decir, se limitó a carraspear repetidamente para llamar su atención.
— Ah, hola, eres tú. ¡Qué tontería!, ¿quién iba a ser si no? –dijo, levantando la vista de la mesita–. Ven, siéntate, te voy a mostrar todo esto. Puede que se me haya ido un poco la olla, pero me será muy útil. Es una especie de mapa de ideas. Partiendo de unas pocas, las más esenciales, he desarrollado este pormenorizado esquema gráfico. Ceo que abarca todas las tareas y los pasos necesarios para llevarlas a cabo, además, he anotado también toda la documentación que, creo, me va a hacer falta. Voy a necesitar una cartulina grande para copiarlo y poderlo consultar con facilidad.
— ¡Madre mía, Matías, qué laberinto! –exclamó aliviada–. Por un momento pensé que te habías vuelto loco. Anda, vamos al taller. Has de ver la pintura.