miércoles, 19 de septiembre de 2012

DDO (El manuscrito de Juan Fernández)*

Sentado en las escaleras del destartalado porche de la casa de su madre, Juan, rodeado de un silencio ensordecedor, esperaba la llegada de la policía.
Su madre yacía inerte en el sillón de la pequeña y cuidada biblioteca. Junto a ella y al lado de la ventana que daba al patio posterior de la casa, la vieja mesita donde solía leerle de niño. Sobre ella, una cafetera, la funda de sus gafas de lectura, un tubo vacío de somníferos, una taza de café y un ejemplar de 1984 de Orwell. Encima del libro, las gafas y un sobre con el nombre de su hijo escrito. La cuidada caligrafía de la madre no dejaba dudas sobre la autoría.
Poniéndole dos dedos en la yugular, comprobó si, como parecía a primera vista, su madre había muerto. No cabía duda, estaba fría como el mármol.
Dejó la habitación sin tocar nada, llamó a la policía y salió al porche.
La mañana era fría y gris, y un ligero chirimiri comenzó a caer a la par que él, caminando lentamente de un lado a otro del jardín, rompía a llorar desconsoladamente hasta que el ruido de la grava del camino le anunció la llegada de los agentes.
Desde hacía unos años, este tipo de muertes eran bastante frecuentes, por lo que los inspectores no solían hacer muchas preguntas en estos casos. Esperaban al resultado de la autopsia para ir más allá.
-Ha dejado una nota para usted. Parece una cita de algún libro -le dijo uno de los funcionarios. 
No la toque -le advirtió al mostrársela. 
¿Sabe qué puede significar?
-Ni idea. Como habrá podido comprobar, mi madre era una gran amante de la lectura. Quizá haya sido su manera de despedirse de mí.
Un par de horas después, el forense, la policía y el cadáver de su madre habían desaparecido. Pero él seguía allí, sentado en el porche con la mirada fija en el jardín que lo veía jugar de niño.
Fue entonces cuando un profundo sentimiento de culpa se adueño de su ser, y, en silencio, comenzó a rememorar los últimos años de su vida…
El país se hallaba entonces en una profunda crisis económica, social y moral, lo que propicio una caída en barrena de las ideas y fuerzas progresistas. Un hecho que relegó a un apéndice irrelevante la representación de estas fuerzas en el parlamento. 
Esto facilitó una sólida mayoría de la derecha más cavernícola, que supo aprovechar esa oportunidad para realizar los cambios constitucionales que, dos años después, dieron paso a la aprobación de la ley conocida popularmente como DDO (Real decreto de defunción obligatoria).
A partir de ese momento, conceptos como: extinción de la renta vital, cuota vital disponible, venta de renta vital… etc. se fueron haciendo habituales en las conversaciones de los ciudadanos.
Según el FMI, la longevidad era profundamente antieconómica y atentaba contra la supervivencia de nuestro modo de vida. A partir de ahí, las grandes corporaciones de relaciones públicas y las empresas publicitarias, elaboraron un cuidadoso y gigantesco plan que cambió radicalmente el modo de pensar de la gran mayoría de las personas, que llegaron a internalizar los valores desplegados con gran maestría a través de los medios de comunicación de masas. Incluso la Iglesia, reticente al principio, a cambio de generosas ventajas fiscales y grandes aportaciones económicas directas, acabó por asumirlo y declaró en pecado mortal a todos los feligreses que se rebelaran contra la normativa. Al fin y al cabo, el paraíso los esperaba más allá de este valle de lágrimas.
Él mismo era funcionario del departamento que gestionaba la RVD (renta vital disponible) de los ciudadanos, y conocía perfectamente los mecanismos administrativos que se fueron poniendo en marcha a raíz de la entrada en vigor del DDO. Jefe de una sección en la oficina encargada del fraude vital, era uno de los responsables de localizar a los ciudadanos mayores de setenta años que habían huido de sus domicilios para no firmar el requerimiento judicial que los obligaba a presentarse en el Ministerio de Finalización dos días después de cumplir los setenta.
La RVD era un bien susceptible de ser comprado y vendido como cualquier otra mercancía. Todos los contratos de compra-venta de renta vital debían formalizarse en el RCV (registro de cuota vital) para hacerse efectivos. No había excepciones ni contratos privados con valor legal.
Toda persona que ocultase o diese apoyo a los huidos era reo de alta traición y condenado a fuertes penas de reducción de su CVD.
La administración era la encargada de comprar y vender la renta vital disponible de los ciudadanos que, por contrato, habían puesto fin a su vida sin agotar su cuota vital; para después, una vez descontada su suculenta comisión, repartir el dinero obtenido entre los beneficiarios del testamento del finado.
Los ciudadanos que querían vivir más allá de su CVD (cuota vital disponible) sólo tenían dos opciones: comprar renta vital u organizarse y hacer acopio de dinero y medicamentos amén de estar dispuestos a llevar una vida clandestina hasta el fin de sus días.
Juan formaba parte de la segunda promoción de rastreadores del Ministerio de Finalización, por lo que había trabajado en todas las fases de implantación del llamado DDO y conocía de primero mano la evolución que había convertido al MF en un mastodonte burocrático ingobernable.
Al principio los rastreadores no tenían mucho trabajo, la mayoría de los jubilados, imbuidos por la intensa campaña mediática, se presentaban convencidos en las instalaciones gubernamentales que los devolverían a sus seres queridos dentro de unas toscas urnas decoradas con los colores nacionales; pero, poco a poco, comenzaron a huir de sus domicilios. Con poca maña y ninguna estrategia al comienzo y gran habilidad y maestría en los años finales de aquella pesadilla.
La respuesta ciudadana fue trasversal, pues los altos precios de los bonos de renta vital hacían inasequible su compra para la gran mayoría de la población. Este hecho facilitó que jubilados y jubiladas de todas las profesiones llegaran a formar parte de la red clandestina más importante de nuestra historia. Médicos, militares, científicos, artistas, profesores, expertos de los diferentes servicios de información, falsificadores, ladrones, en fin, profesionales de todos los ámbitos de las actividades humanas, se conocieron en los diferentes centros clandestinos donde convivían. 
Desde esos centros partieron las ideas y estrategias que acabarían por llevar al colapso al temido Ministerio de Finalización, que se desplomó y, como un castillo de naipes, acabó por arrastrar en su caída al resto del entramado institucional.
Nos cuenta Fernández lo mucho que se complicó la localización de los huidos al multiplicarse las fugas de forma generalizada y bien organizada. Este hecho fue fundamental en la caída del DDO, pues, si bien el gobierno tenía razón en cuanto al cuantioso ahorro en gastos sociales, sanitarios y farmacéuticos, no contaba que, con el paso del tiempo, el MF se había ido convirtiendo en una máquina gigantesca que fue devorando más y más recursos económicos y humanos hasta convertir en una falacia estalinista las supuestas ventajas económicas que ofrecía sobre el papel la implantación del DDO.
Los últimos años fueron años de complots y emboscadas, de lucha sorda, despiadada y sangrienta. Fue en el contexto de aquellos últimos años cuando aparecieron los odiados “Finalizadores”, una sección de asesinos que elegía a sus funcionarios entre individuos que presentaban rasgos psicopáticos muy acusados.
Otro hecho clave fue la capacidad y pericia que mostraron los resistentes en la falsificación de documentos, pues las circunstancias dieron pie a que llegasen a trabajar juntos expertos falsificadores y funcionarios que se habían dedicado a ello en su vida activa. Ésto facilitó en gran manera la movilidad de las diferentes colectividades clandestinas y una comunicación mucho más fluida con los grupos de apoyo que se habían ido organizando entre la sociedad civil.
El conocido como “Manuscrito de Juan Fernández”, es un valioso documento al que tuve acceso hace unos meses. Una amiga que trabaja en el archivo histórico del DDO se lo tropezó una mañana que, a petición de un periodista que debía escribir un artículo sobre una efeméride, buscaba los documentos relativos a la finalización de un conocido escritor. 
Tuvo el detalle de escaneármelo, y lo tengo por el documento más importante de los que he podido reunir en toda una vida dedicada al estudio de la negra historia del DDO. 
El DDO (Real decreto de defunción obligatoria) fue en realidad la punta de lanza de los grupos de poder interesados en instaurar una sociedad totalitaria en nuestro país.
Lo que más me sigue impresionando del que podríamos llamar “testamento vital de Juan Fernández”, es su drama personal. Las consecuencias fueron terribles para él. Incapaz de asumir el vergonzante trabajo que su marido desarrollaba en el odiado MF, su mujer lo abandonó llevándose a sus dos hijas consigo. 
Sus veinte años de lucha clandestina como infiltrado en el MF lo convirtieron en un hombre solitario y taciturno. Incluso la madre, con la bofetada moral que le dio con su suicidio, pues fue el único beneficiario de su seguro, regalándole así los diez años de vida que ya no quiso vivir, renegó del hijo.
“"Nada es verdad, todo está permitido”", decía la cita literaria que su madre le dejó a modo de despedida.
Por lo que he podido averiguar, el último día de Juan Fernández transcurrió en la vieja casita que con tanto cariño había conservado, la casa de su madre.
Los libros abiertos de William S. Burroughs que se encontraron en la salita de lectura donde su madre le leía libros de aventuras cuando era un muchacho, nos cuentan que estuvo buscando un fragmento en la obra del autor de la cita que ella le había dejado quince años atrás.
A las cuatro y media de la tarde hizo una llamada al centro de emergencias. Después de colgar, cargó con una sola bala el revólver que lo había acompañado durante veinte años, se sentó en el sillón preferido de su madre y se pegó un tiro.
En la mesita, el manuscrito, encabezado por un parágrafo de la novela Nova Expres escrito con una caligrafía apresurada que rezaba así: 
"“He dicho que las técnicas esenciales de Nova son muy simples: consisten en crear y agravar conflictos."




*Para la revista "¡A les barriades!"