jueves, 2 de junio de 2016

Me gustas

Me gustas, malagueña, me gustas. No es una novedad, sé que lo sabes, pero me gusta decírtelo. ¡Joder si me gustas! Más que a un tonto un lápiz.
Me pone contártelo; y seguramente los guisantes que tengo al fuego se cocerán más de la cuenta.
Mi oruga no perdona. ¡Mi vieja oruga!, que me vio escribir por primera vez y me aguantó dos años el mismo cuelgue literario, me enreda y pierdo la noción del tiempo y el espacio. ¡Pobres guisantes!
Escucho a Sabina mientras escribo esto. ¡Qué tienes que tanto me pones! Porque me pones.
Tengo un poema esemese que habla de eso, dice: No sé cómo te pones, que me pones. No sé cómo te miro, que te escondes.
Sí niña, sí, tengo un calentón malagueño; en el fondo es una putada, estás tan lejos, que, en una gestalt improvisada, el resultado sería masoquismo recalcitrante. Prueba dándote con un canto en los dientes, me digo. Acabarás antes.
Imaginarte con, sin, así o asá, aquí o allá, arriba, abajo…
Cambiando de onda, el rollo del enano está en capilla. Le quedan tres o cuatro parágrafos como mucho.
No te creas que no he currado. Incluso tuve que consultar a un amigo especialista en fotografía circense. Necesitaba información a cerca de los enanos que había conocido en ese mundo. Después de que se partiera de risa mientras lo ponía al día sobre la historia me fue muy útil.
Mis amigos más próximos empiezan a quejarse. A ver si acabas con el rollo del enano que estoy hasta los huevos de saltimbanquis. Ayer me pareció verlos haciendo malabares por la tienda.
¿Cómo llevas lo del enano?, pregunta otro. O el guasón de turno: “Dale recuerdos al enano”. De tu parte, le contesto.
Lo cierto es que me brillan los ojos cuando ando liado en alguna historia.
¿Te he dicho que me gustas?
Te rondo. Estoy tras cada ola que rompe cerca de tu vieja casa. Escondido en la brisa te lamo y te recorro.