miércoles, 23 de mayo de 2018

Wish here were 3

Me paré en seco en cuanto transcribí la primera nota. La borré inmediatamente, no era cuestión de ir anotando por orden cronológico -aunque la secuencia temporal pudiera tener algún significado no era el momento de tenerlo en cuenta-, así sólo obtendría una copia de las notas pero en formato xxxl.
Me eché la libreta en un bolsillo de la bata, y utilizando una de las sillas en plan taca-taca me acerqué hasta el escritorio, me senté, abrí el primer cajón y saqué una libreta nueva.
Adjudicarles un número y, en la medida de lo posible, anotarlas fielmente, me llevó tres largas y complicadas horas. Por fin estaban legibles y ordenadas, era el momento de pasar a otra fase del proceso; pero había perdido fuelle y el dolor continuo -sin ser severo- ya no me dejaba ver con claridad la finalidad de la tarea. Abatido, me dio por pensar que quizá no servirían de mucho. Un trabajo tedioso y de dudosa utilidad, me dije.
Fue entonces cuando una máxima de Sun-Tzu me atravesó: “No libres batallas que no puedas ganar. Este es un extraño fenómeno al que ya estoy acostumbrado, otra cosa era saber a cuento de qué venía la frase. ¿A cuento de Ámbar?, ¿de la historia?, ¿de las notas?, ¿de la grifa?

-Que lo dejes por hoy. Eso quiere decir. Y en cuanto a la historia: Déjate de circunloquios y busca a la mujer, cojones. ¿Una jovencita fetén rondando por aquí y no tenemos nada que decir?
-¿Más, Grillo?
-Mejor, tío. Has escrito buenas páginas en condiciones infrahumanas. En este caso, sin la perspectiva de una muerte inminente debería estar chupado. Tampoco has dicho nada del puto móvil.
-Pensaba pasar de ese trasto. Me ha recordado tanto a Ruido de Fondo... Y un toque de la muerte a veces ayuda...
-Hace diez meses que dejaste de mirar sus fotografías. Esas imágenes guardadas tan celosamente en el disco duro externo... El mismo tiempo sin atreverte a abrir el cajón donde guardas sus bragas y asumir que sólo son un recuerdo.
-Lo he intentado varias veces, Grillo; pero es como profanar el sarcófago de Nefertiti. O puede que el tiempo las haya convertido en una ominosa metáfora de sí misma, siempre en un cajón... Aunque, para mí, la imagen que mejor la representaría sería la de una mujer atrapada dentro de una burbuja luchando por ver más allá de su propio reflejo.

jueves, 17 de mayo de 2018

Wish you were here 2

Si ahora estuvieras aquí, encontrarías a un hombre abrumado por las circunstancias pero lleno de coraje.
Si ahora estuvieras aquí, lo verías programar este complicado y largo día asaltado por las dudas pero sin lamentos. 
Te sorprenderías al verlo sacar trabajosamente su pizarra, consultar una y otra vez su gastada libreta y -como un lunático- disponerse a transcribir -con una cuidada y diminuta caligrafía- aquel desmesurado tropel de breves y enigmáticas notas en el encerado. Lo sabrías resuelto ante la adversidad, si ahora estuvieras aquí.



lunes, 14 de mayo de 2018

Wish you were here 1

Al abrir los ojos vi las luces del alba asomar tímidamente por el ventanal de la cocina, había pasado la noche en el sofá. Me incorporé bruscamente para mirar la hora y la novela de Le Carré salió disparada hasta aterrizar -con bastante fortuna para ella- sobre la mesita, pero llevándose por delante la taza del té; que se hizo añicos al estrellarse contra el suelo. Eran la seis y diez.
Cogí el espray de Reflex del estante, me quité el calcetín izquierdo y le di unas cuantas aplicaciones al tobillo. Ahora sólo era cuestión de esperar unos minutos... Entonces sentí una fuerte arcada, me levanté a toda pastilla y, a pesar del tobillo y sorteando los restos de la taza, conseguí llegar al váter justo a tiempo. 
-Hoy va a ser un gran día -me susurré irónicamente en cuanto pude respirar-. Pero no seré yo quien le ponga mala cara. Qué se joda el destino.
Mientras escribía Ruido de Fondo aprendí a barrer sentado. Te sientas, das unos escobazos y haces un montoncito, arrastras un poco más allá la silla llevándote en montoncito con la escoba y así sucesivamente. Tardé diez minutos en recoger los restos de la taza. Y, por enésima vez, me pregunté por qué coño no había comprado todavía una silla de despacho con ruedas; ahora me iría de fábula.
Desplazarse por un piso a la pata coja es como tocar instrumento, un arte en el que sólo la práctica acabará determinando el grado de pericia del pringado de turno. Moverse lo justo, aprovechar bien todos los viajes, tener siempre lo más imprescindible al alcance de la mano y no ponerse demasiado pijotero pueden servir como pautas generales para los novatos atrapados en esta circunstancial y paralizante disciplina.
Pero las cosas no están tan chupadas si vives solo. La soledad en estas condiciones puede convertir cualquier actividad cotidiana en una caótica aventura de imprevisibles consecuencias. Lo más importante es la planificación -hasta la tarea más nimia la requiere-. No es cuestión de ir dando saltitos sin ton ni son a cada momento, en dos días la otra pierna comenzará a quejarse y podrías sufrir unos calambres que te harán olvidar que lo que tienes jodido es el tobillo del otro pie. 
Para evitarlo, una vez establecido el sofá como campo base, hay que ir colocando puntos de apoyo móviles -en este caso sillas- en los trayectos más frecuentes donde no los haya. Una disposición estratégica combinada: Con cuatro sillas plegables, un taburete de baño, otro de bar y el escaso mobiliario -cuarenta metros cuadrados no dan para mucho- debía diseñar una metodología que me permitiera desplazarme apoyando el peso del cuerpo en los dos brazos la mayor parte del recorrido, fuera el que fuera. En mi caso los estrictamente necesarios giraban en torno al eje sofá-baño-ordenador-cocina. Por suerte, hace unos meses -un lunes de trastos viejos- me tropecé con el taburete de bar unos portales más allá del mio, ahora me irá genial para “cocinar” y fregar platos. 
El cenizo del Enano estaba fuera de juego, si no fuera por ese cabroncete hubiera podido eliminar uno de los recorridos; pero el muy manta me tiene tomada la medida y siempre que se huele algo de curro le da un chungo. ¿Se le ha atragantado esta historia o sólo es una víctima más de la obsolescencia programada?
Eran las siete, y fuera llovía y llovía...
Ya tenía mi teatro de operaciones...

miércoles, 2 de mayo de 2018

Wish you were here

Entré en casa intelectualmente embalado pero absolutamente deslomado. Vacié la mochila, tiré el descalabrado paraguas a la basura, me quité toda la ropa, la metí en la lavadora, encendí el radiador, lo llevé hasta el lavabo y cerré la puerta. Desandé mis renqueantes pasos, me puse mi vieja bata azul, cogí un pijama limpio y lo dejé sobre el brazo del sofá. Fui hasta el cajón de la mesita donde guardo los condones y algunos medicamentos y pillé un rula de paracetamol y otra de diclofenaco, me las tragué a palo seco y me tendí sobre la cama con la esperanza de que, al menos, las punzadas más dolorosas amainaran en unos minutos.
Un buen momento para dar un repaso a las tareas que tenía por delante, y la primera y más importante era de tipo emocional. No soy rencoroso, pero cuando me molesto de verdad me suele durar lo suyo; y estaba francamente dolido ¿Cómo se le ocurre soltarme que me estoy riendo de ella? ¿Por qué clase de tipejo me habrá tomado? 

- Recuerda sus atenuantes, son de peso.
- Ya lo sé, Grillo.
- Pues deja atrás esos resquemores, no deben interferir en nuestro trabajo; y a estas alturas son una estupidez carente de utilidad, no nos hacen más feliz ni más fuerte; son un lastre inútil.
- Tienes razón. ¿Por qué te acabo dando la razón tantas veces, enteradillo?
- Soy el encargado de la empatía, de ponerme el lugar de los demás. Vamos a estar sin poder salir unos cuantos días y hay un montón de trabajo pendiente, así que menos humos y al tajo. Para narrar este embrollo sólo necesitamos dos cosas: Sinceridad y eficiencia.
- Lo primero una ducha bien caliente, después nos pondremos todo lo cómodos que podamos y le echaremos un buen vistazo a las notas de hoy. Hay un cacao de miedo.
- Esa es la onda, tío. Somos un buen tipo, que piense lo que más le convenga.
 

Treinta minutos más tarde estaba enfrascado delante de Vagabundo buscando una canción. La seleccioné, le di al play y en unos saltitos estaba en el sofá con un té bien caliente. Cuando comenzó a sonar “Wish you here were” -un tema cargado de interrogantes- abrí la libreta sonriente y me zambullí en aquel intrincado archipiélago.

El archipiélago era un guirigay de cojones... 
-!Mierda! -exclamé consternado-. Ésto va a ser un curro de chinos.
Era un caos. Salvo las notas que había tomado en el bar, más o menos sujetas a una secuencia temporal, bien articuladas y bastante concisas; el resto era un extenso catálogo de imágenes sin conexión alguna entre sí, al menos a primera vista. No me iba a quedar otra que tratar de sistematizarlas. En fin, debería categorizarlas y establecer algún tipo de patrón jerárquico. Y de postre intentar atribuirles alguna significación simbólica o emocional a todas ellas. 
-Joder Ámbar, el trabajo que me estás dando -musité aturdido-. Como no pille la onda pronto me puede llevar meses salir de aquí. Habrá que tirar de pizarra si quiero ver resultados a medio plazo.

(Lo más interesante de esta experiencia está siendo la interacción entre musa/lectora y relato, y, desde luego, a través de éste, conmigo. Estás inesperadas contribuciones están dando lugar a miradas nuevas.
La última ayer mismo: Al conectarme al feis después de un par de días sin hacerlo tenía dos peticiones de amistad pendientes. Cuando traté de echar un vistazo a los perfiles ya disfrutaban del cartelito de “no accesible”. Pero por la tarde ya había otra esperando. Esta vez era un tipo de Dubai que ofrecía servicios financieros, y en su portada, aparte de una indescifrable jeta de hindú calvito y medio devorado por los años, abajo, a la derecha -en minúsculas y entre paréntesis-, se podía leer: (babygirl).
A los dos minutos de aceptar su solicitud, en el chat apareció el aviso de llamada -un servicio del que sabe que no dispongo en el lugar donde me suelo conectar por las tardes-. Una, dos, tres veces en cinco minutos. Cerré la ventanita y sonreí, ya ha leído Ruido de Fondo. Tres o cuatro días atrás había colgado el fragmento nueve de  “Maldita sea mi estampa”, donde, a propósito de Ámbar, el protagonista le hace una confidencia a Alberti: “Está en otra frecuencia pero en la misma onda, Rafael”. 
A veces se hace querer...
Ámbar es una jovencita muy observadora y con bastante tiempo libre, aunque no muy dada a relacionarse; además, está francamente molesta -con razón o sin ella- con un servidor. No lo considero una ofensa, dada su particular manera de ser sólo era cuestión de tiempo que intentase trasformar una -al menos para mí- estimulante y seductora relación epistolar en una especie de disputa en la que yo no estaba dispuesto a participar. No tengo ningún interés en herir a nadie ni en que me hieran. “No me interesan las relaciones de dolor”, le dije.
Y desde luego tampoco me seduce la afición por ganar conversaciones ni la de competir con nadie. Las personas inseguras tienden por naturaleza a rivalizar por cualquier motivo, como los niños. En aquel momento no creo que fuera consciente de algunas de las cosas que hacía o decía, y no era saludable para mí quedarme a verlo. 
Ésto último quizá no lo ha entendido aún.)

Una vez establecida a grandes rasgos la magnitud de la tarea que me esperaba me dio un bajón del quince. Cerré la libreta abrumado. Pillé la novela de espías que tenía entre manos, me tumbé en el sofá, me tapé con una mantita y me dispuse a dejar atrás aquella sombría y descorazonadora jornada con los inquietantes agentes del astuto y viejo Smiley.