domingo, 21 de mayo de 2017

Who are you 2 (unos días de febrero) final

Las ideas orbitaban sin descanso a mi alrededor. Compré una libretita de notas nueva, no quería, como me ha sucedido en otras ocasiones, que mis inquietos y copiosos apuntes acabaran desperdigados por todas partes. Fueron días mágicos: Haré una breve introducción. ¿Cómo se llamará ella? ¿Le meto un poco de ficción o no? El detalle de las bragas quedará cojonudo. Creo que lo mejor será poner el nombre de una canción a cada apartado. A lo mejor se mosquea y me la arma cuando empiece a colgar fragmentos en el blog, pero qué más me da, son gajes del oficio. O quizá era lo que buscaba, vete a saber. Apuntes, interrogantes, conjeturas, más apuntes… Y las rojas bragas de Ámbar siempre delante del teclado, al pie de la pantalla, incitándome a seguir adelante, a perderme entre sus piernas. 
Después de darle todas las vueltas de que soy capaz –que, os puedo asegurar, son bastantes–, decidí empezar de manera realista y dejar que el desarrollo del texto y el despliegue de mis instintos y deseos, y, por qué no decirlo, de la arrebatadora imagen de sus juveniles tetas, altas, firmes y tersas, fueran forjando el destino de aquella insólita historia.
En definitiva, durante unos días me poseyó el frenesí del que sabe que ha dado con una buena historia y siente que tiene el deber de contarla a toda costa. Ese imparable arrebato suele adueñarse de tu tiempo y comienzas a andar despistado de aquí para allá, inquieto y feroz como hiena hambrienta e incapaz de prestar atención al mundo que te rodea; se adueña de tu vida, de tus mejores horas, de tus mejores sueños, de todas tus ausencias.
El día veinticinco –mi cumpleaños- recibí un correo suyo con unos cuantos archivos adjuntos. Eran fotografías que había tomado en mi casa. Me las miré perplejo… ¿Eran un presente o una advertencia? ¿Qué pretendía con aquel gesto? ¿Otra tocacojones? Quizá buscaba atención, o estaba hecha un lío. O las dos cosas.
La primera consecuencia que tuvo su regalo fue la reanudación de nuestros chateos y, poco a poco fui descubriendo alguno de sus propósitos; desde luego quería verse en mis ojos: —Conmigo podrías escribir una historia…. –dejó caer un día como quien no quiere la cosa.
Por descontado que lo haría, pero no era el momento. La sierra de Béjar y una siniestra pandilla de fascistas colgados reclamaban a gritos toda mi atención, y no era cuestión de dejar trabajos sin terminar.
En tres semanas tuve más o menos diseñado lo esencial. Guardé en una carpeta con su nombre todo lo que, en principio, podía necesitar para cuando llegara el momento de sumergirme en los radiantes y enigmáticos ojos de Ámbar; y regresé a la áspera sierra salmantina lleno de energía con la seguridad de que, cuando acabase aquella descabalada historia, ella seguiría allí, en aquella diminuta y solitaria carpeta, adormecida; tal vez seducida por el amargo don de la tristeza, esperando una palabra, quizá un beso, esperándome.
Aquellos tibios días de febrero pasaron y el frío invierno hizo acto de presencia de nuevo. Retomé mi trabajo, y mis rutinas y soledades fueron ocupando de nuevo su lugar en mi vida, pero he de reconocer que, a pesar del tiempo transcurrido, su fresco aroma de mujer sigue aquí; sólido como una roca, imperturbable.