viernes, 6 de febrero de 2015

Niebla (completo)

Aquella mañana, al abrir las ventanas de su pequeño y casi deshabitado apartamento, el halo gélido y azul de la niebla lo sobrecogió. Una corriente eléctrica recorrió como un rayo su columna vertebral. La niebla amenazaba con entrar en su pequeño mundo, y una vaharada pútrida le llegó con toda nitidez desde la izquierda. Los incendios habían desaparecido, pero las negras columnas de humo todavía eran visibles desde su ventana.
El caos del centro de la ciudad se aproximaba inexorable.
Tres rostros infantiles alzan sus brazos cuando abre el container para tirar la basura. El parque de La Ciutadella rebosa de parados vagabundeando sin rumbo a causa de la malnutrición. Encías sangrantes y miradas perdidas alimentándose del césped. Alguien cae de un árbol cuando intenta alcanzar unas piñas. Salen de la niebla unas cuantas manos que lo despojan de todo. Ojos de animal agonizante mientras manos de sangre y miedo se reparten sus despojos. Calzoncillos sucios y calcetines agujereados perecen con el hombre.
Un policía atado a un banco y sodomizado con su propia porra grita pidiendo ayuda, se oyen risas entre la niebla.
Formaba parte del grupo de la zona norte. La zona norte era uno de los pocos reductos donde aún existía un mínimo de organización. Controlaban gran parte de ésa área de la ciudad, el segmento colindante de Collserola, y lo que es más importante, la estación de suministro de agua de la Trinitat. Aquella infraestructura era capital para la ciudad.
— Hace dos noches, todavía no se sabe desde donde, inyectaron gas en la red de alcantarillado. De día reina una calma tensa, pero de noche… De noche es una locura. Grupos de incontrolados armados con todo lo que tienen a mano montan barricadas, asaltan tiendas y domicilios.
Ayer por la noche contabilizaron doscientos muertos ¿Puedes creértelo? Más allá de nuestro perímetro es el caos.
Han saqueado las armerías antes de que la policía, desbordada como está, haya podido reaccionar. Hay cantidad de cretinos vestidos de camuflaje y armados con escopetas vagando por la ciudad.
— ¡Lo qué faltaba! Un montón de desesperados armados hasta los dientes buscándose el sustento por su cuenta.
¿Y los demás grupos? ¿Qué está pasando?
— Todavía no lo sabemos. Salimos cada noche, pero las patrullas han estado en los lugares de cita varias noches y no ha aparecido ni un alma. Estamos convencidos que otros grupos de la periferia siguen funcionando, pero las comunicaciones… las comunicaciones son un problema. Montar una red en estas condiciones es muy complicado.
— ¿Ves a tu chica? — preguntó, con sonrisa maliciosa.
— ¿A la enfermera…? Sí, casi todas las noches que bajo al centro termino en su casa. Después de media vida lamiendo coños de mujeres ingratas por fin he tenido suerte.
Laura me ha dicho que una amiga suya que trabaja en el Valle Hebrón le contó hace unos días que dos cirujanos salieron de la zona de quirófanos dando alaridos bisturí en mano y repartiendo tajos por los pasillos a todo lo que se ponía por delante. Desjarretaron a una docena de pacientes antes que pudieran abatirlos a tiros.
Es más seguro moverse de día, así que espero en su casa el resto de la noche. A primera hora la acompaño al Hospital del Mar. Luego me reúno con el resto del grupo en un bar cercano al Pla del Palau y subimos todos juntos.
Cada vez hay más gente enloquecida por las calles.
En el hospital creen que la niebla es la responsable. La mayoría de ingresados no responde a los antipsicóticos. Todos soltaron el mismo rollo: Primero se sintieron atraídos por la niebla, a partir de ahí no recuerdan nada.
Ayer, mientras esperábamos a Raúl, un militar retirado ido de la olla se lió a tiros junto a la estación de Francia. Tres muertos y cinco heridos. Lo redujeron mientras intentaba cargar la pipa de nuevo.
Aquí arriba tenemos suerte, la brisa dispersa la niebla y parece que al perder densidad disminuye su eficacia.
Unos predican el Apocalipsis en las entradas del metro, otros recorren los vagones con cascos de motorista para que los extraterrestres no les lean el pensamiento y hablan de guerra interplanetaria…; los indepes lo tienen muy claro: Barcelona es víctima de una operación militar con una nueva arma estratégica. Un ataque del ejercito español contra las mentes de Catalunya, aseguran muy convencidos.
Mira, esto es nuevo, unas estampitas de la Virgen del Petróleo. Me las dieron ayer dos beatas que paseaban por la rambla de Poble Nou.
— ¡Qué morenita!
— No te rías cabrón, no te rías… Resulta que un julai que iba a repostar dice se le apareció en uno de los postes de la gasolinera de Pere IV. Han instalado una pequeña ermita en el surtidor, y aquello se ha llenado de beatas vestidas de negro sentadas en sillitas plegables rezando el rosario a todas horas.
Al parecer, piden a “La Negrita de Dios” que interceda por nosotros y consiga que el Altísimo se lleve la niebla. El dueño de la gasolinera está que se sube por las paredes con el circo que le han montado. ¡Qué flipe, eh!
Hasta el arzobispo tuvo que intervenir cuando las beatas se emperraron en encender unas velas negras para su virgencita.
¿Y tú?, ¿sabes algo más?
— Se investiga, se investiga… Se han puesto sensores, se recogen y analizan muestras…; incluso varios centros de meditación, junto con un reconocido lama tibetano que se encuentra en la ciudad para dar unas conferencias en la Casa Asia, convocaron una concentración de esas donde se medita colectivamente con el objetivo de crear un frente energético que neutralizara la niebla.
Quinientas personas en trance enfrentándose a la bruma… Un veinte por ciento de ellos, con sensores y  cámaras instalados en la cabeza, fueron los encargados de grabar y enviar la información a tiempo real.
El envío falló a causa de los estallidos electromagnéticos que periódicamente despide la niebla, pero los equipos portátiles de grabación de imágenes y registro de datos que llevaban incorporados funcionaron bien.
Parece ser que estos estallidos son de tal magnitud, que neutralizan todas las señales eléctricas en varios kilómetros a la redonda. Ni móviles, ni fijos, ni internet, nada de nada. Quinientos metros a su alrededor, la niebla es capaz de freír este tipo de conexiones, y los equipos corrientes quedan tan inservibles como si los hubieras metido en un microondas.
El maestro lama -no sé qué Rimpoché- y un centenar de discípulos suyos se levantaron tan campantes después de que, tres horas más tarde, la bruma se disipara con las embestidas del fuerte viento de levante que comenzó a soplar a medianoche; pero el resto…
— ¿Qué ha pasado con el resto?
Bueno… solo han pasado dos semanas, pero…, tras un montón de pruebas, encefalogramas, análisis, resonancias magnéticas y toda la pesca, el pronóstico en general es desolador… Poco más de cien están acabados sin remedio, en estado catatónico profundo y con nulas posibilidades de volver a ser quienes fueron; setenta y uno ya han palmado, y los demás padecen psicosis más o menos agudas, y, de momento, la fuerte medicación que se les ha proporcionado parece no dar ningún resultado positivo; aunque no se descarta que más adelante puedan mejorar.
Las descargas electromagnéticas de la niebla cortocircuitan las conexiones sinápticas de las neuronas. O dicho de otra manera: la mierda esa te acaba achicharrando el cerebro. Las autopsias son concluyentes en eso. Te los podrías comer con sanfaina.
Durante el experimento pasó algo muy extraño: Salieron de entre la niebla seis o siete tipos muertos de risa. Iban tan fumados que no se enteraron de nada. Pasaron por delante de los que meditaban junto al Arco de Triunfo tomándose unas latas, incluso se pararon unos minutos en un banco de los que hay frente a los antiguos juzgados a liarse unos canutos.
“La niebla azul es flipante”, aseguraron a los médicos mientras los reconocían. Nada, estaban, como ellos mismos decían, de puta madre. Se partieron de risa con las pintas que hacían los de emergencias dentro de los trajes antirradiación. Hasta se tomaron unas cervezas que llevaban en un macuto enorme mientras eran interrogados por los facultativos desplegados en los alrededores…
Seguramente han abierto otra línea de investigación con este asunto. Esa inmunidad, sea pasajera o permanente ha de ser estudiada a fondo.
Me han llegado sus datos. Son socios de un club de fumadores. El Lagarto Verde, creo que se llama. En fin, la dirección está en el informe.
Mañana has de hacer algo por mí. Esta silla de ruedas no me permite hacerlo con la debida discreción, y tal como está el centro…
Castellví es un sabio, una de las mentes más preclaras de la ciudad, y es de los nuestros. Un barcelonés que, por encima de todo, ama esta ciudad.
Investigador del CSIC y profesor universitario, se jubiló hace un par de años; pero sigue muy relacionado con el mundo de la ciencia. Sabe quién es quién en el pequeño mundo de la investigación catalana y española.
Te he preparado un sobre con el dossier y una carta de presentación. Tienes que dárselo cuanto antes.
— Quizá este fin de semana no pueda. Alguien ha de ir a hablar con los fumetas. Iré con Raúl, es un conocido militante cánabico. Frecuentamos el ambiente, no daremos el cante. Con los fumetas hay que ser discretos, tienen una locuacidad legendaria.
— Tampoco hacemos nada ilegal.
— Ya lo sé Miquel, ya lo sé, pero me huelo algo raro…; flota en el ambiente, como esta pesadilla.
— Se ha hecho algo tarde ¿pasarás la noche aquí?
— Sí, oscurece y no quiero correr riesgos innecesarios.
He traído una botella de Néspola, un tinto artesanal. Me lo regalaron hace unos meses. Nos la beberemos a la salud del Palla -uno de sus creadores- antes de que esta ciudad se vaya a la mierda con todos nosotros dentro.

Mientras tanto, en otra parte de la ciudad…
El imponente grupo de garrulos poligoneros baja por la calle Lepanto cantando Ciutat Podrida. Navaja en mano, destrozan a patadas coches y mobiliario urbano. Tatareando el viejo tema Trapero van sirlando a todos los que les salen al paso.
Un enjambre de treintañeras verriondas avanza por la calle Bruniquer, desnudas de cintura para abajo agitan bragas y condones levantando los brazos hacía las ventanas de los edificios adyacentes. ¡Bajar si sois hombres! ¡Bajar, hijos de puta! ¡Os vamos a enseñar lo que no os enseñaron vuestras mamás, maricones de mierda! ¡Salir si tenéis huevos! Apoyan los codos en los coches aparcados y sacuden el culo desesperadamente. Muslos mojados chispean a la luz de las farolas…
El choque con los adolescentes navajeros es inevitable.
La Abeja Reina -una choni bollera entrada en años- es la primera en verlos. ¡Zorras, ir a por ellos! ¡Caparlos a todos, no dejéis ni uno!
Una de las treintañeras se encara con ella y le grita: —“¡Cierra el pico, puta vieja! ¡Vete a oler bragas a otra parte! Esta noche queremos nabo”.
Al amanecer, cientos de bragas, gayumbos y condones usados alfombran la plaza Joanich; y tres tías despanzurradas y ocho adolescentes capados, que se han desangrado durante la noche, yacen muertos junto a la boca de metro de la esquina de la calle Lepanto.


— Bueno, ahora somos socios del Lagarto Verde…
— Menuda movida para entrar… ¿Dónde están los garitos llenos de humo y  tías poco recomendables?
— Han pasado a la historia, Andrés; salvo en fiestas clandestinas y algunos conciertos en centros sociales ocupados. Y ni allí es lo que era…
— ¿Por qué tanta ventilación?
— Dicen que han de cumplir una normativa muy estricta, pero estoy convencido de que lo hacen para que la gente no se ponga gratis.
¿Los tipos del club te han parecido fiables?
— Bueno…, al principio sí; pero cuando el soplapollas aquel, el bajito de las gafas de concha, ha empezado con su rollo ya no lo ha soltado: “¡Cómo mola, tío, cómo mola! ¡Qué guay, tío, qué guay! ¡Lo flipas, tío, lo flipas!”.
Si son capaces de aguantar horas y horas a un tipo así es que son unos santos o no se enteran de nada. ¡Qué hijoputa! No puedo quitármelo de la cabeza: ¡Lo flipas, tío, lo flipas! ¡Qué guay, tío, qué guay!
— Un colgado hiperpelma. Si fuera un poco más listo se podría buscar la vida abriendo cajas de caudales a base de palique.
Menos mal que lo grabé todo. Dos horas… La primera es la que más nos interesa. Están los hechos. Casi toda la segunda son interpretaciones y opiniones personales, que pueden aportar algunos detalles pasados por alto al principio de la entrevista, pero nada más. Lo fundamental está en la primera hora. Cuando el julandrón de las gafas ha empezado con sus: ¡Cómo mola, tío, cómo mola! ¡Lo flipas, tío, lo flipas!..., nos hemos descentrado un poco.
Tengo que pasar por el viejo rascacielos de Urquinaona. He de llevar unos documentos a un amigo de Miquel. ¿Qué haces? ¿Te vienes?
— No. Tengo las niñas en casa de un amigo. Si no voy a buscarlas antes de las diez mi mujer me cortará el cuello.


La tarde del día siguiente, Miquel y Andrés escuchaban atentamente la grabación en el despacho del primero, que hacía las veces de sala de música y lectura desde que vivían juntos. De vez en cuando paraban la grabación, y Miquel tomaba notas apoyándose en los comentarios que Andrés le iba proporcionado a medida que sus recuerdos de la tarde anterior, envueltos en una densa nube canabica, reaparecían poco a poco.
Era un trabajo tedioso, pues a cada pregunta, los encuestados respondían a la vez, atropellándose las voces de unos y otros en un confuso parloteo donde se
cruzaban las respuestas con la música del local. De tanto en tanto, el tono decido de la voz de Raúl acallaba la embrollada cháchara, poniendo algo de orden en el discurso de éstos. Durante unos minutos la cosa iba bien, hasta que, empujados por los efectos de la maría volvían a embalarse de nuevo, mezclando ocurrencias, respuestas y risas contagiosas.
Después de varias horas de oír los: ¡Qué guay, tío, qué guay! del cretino del club, habían desentrañado lo esencial de la historia de los fumetas identificados en el Arco de Triunfo:
La guardia urbana les entregó a domicilio un documento de las autoridades sanitarias para que se presentaran en la fecha y hora indicadas en el Hospital Clínic.
Un responsable municipal del Control de Epidemias les explicó el motivo de su presencia allí: Al parecer, habían estado expuestos a un virus desconocido, y, aunque durante las pruebas hechas en primera instancia no se encontró nada fuera de lo normal y se creía que el THC les había proporcionado cierta inmunidad, era extremadamente importante que durante unos días se sometiesen a un estudio suplementario para corroborar científicamente este hecho, de lo contrario, las autoridades sanitarias los harían responsables del posible contagio a terceros.
Estarían confinados durante diez o quince días en un entorno controlado.
Por formar parte del estudio serían remunerados, además de suscribirles una jugosa póliza de seguros por si alguien sufría algún tipo lesión, física o psíquica.
Una vez firmados los documentos correspondientes, y después de asegurar a los que formaban parte del colectivo de afortunados que todavía tenía un empleo, que sus puestos de trabajo no se verían afectados por su ausencia, bajaron al garaje del hospital, subieron a una furgoneta cerrada y salieron con destino desconocido.
Una hora después, la furgoneta los dejaba en un garaje del extrarradio barcelonés. Allí los esperaban dos tipos corpulentos vestidos de enfermeros, que los acompañaron hasta un ascensor que los dejó en la segunda planta.
Los repartieron en tres habitaciones contiguas. Tras despojarse de la ropa y los efectos personales firmaron un documento, pasaron por la ducha, les dieron ropa nueva y les hicieron los primeros análisis.
Sala de conferencias: suelo y paredes de un blanco impoluto, grandes ventanales de cristal esmerilado, sillas y pequeñas mesas azules; y presidiendo el aula, una mesa grande con tres tipos de bata blanca que los urgían para que tomasen asiento.
Tras la charla introductoria se repartieron unos folletos relativos al estudio, donde se explicaban detalladamente las pautas que se iban seguir durante todo el proceso, así como las normas fundamentales de convivencia y un plano de las instalaciones y sus correspondientes servicios. Uno a uno, el medio centenar de participantes de ambos sexos pasó por una ventanilla donde una enfermera rubita repartía bolsitas con dos gramos de marihuana.
Sala de lectura, de televisión, de juegos de mesa, un pequeño gimnasio, una enfermería donde se tomaban las muestras; y lo más importante: la inmensa sala que acabaron por llamar “el submarino”. El lugar donde, día a día, se enfrentaron a la niebla.
Un pequeño grupo no fumaba marihuana. Utilizaba un preparado farmacéutico compuesto por dos sustancias psicoactivas: el tetrahidrocannabinol y el cannabidiol, que se administraba en pulverizaciones orales por medio de un espray, absorbiéndose a través de las mucosas bucales.


Pasaron dos semanas sin novedades. La niebla parecía haberse estancado por alguna razón que no alcanzaban a conocer, y la policía, reforzada por efectivos venidos de otras ciudades y protegida contra el fenómeno por unos nebulizadores bucales que se autoadministraban cada hora, poco a poco se iba haciendo con el control de la situación. Aunque las noches seguían siendo un caos, de día volvía a reinar una relativa tranquilidad.
Como cada mañana, los dos amigos se interrogaban sobre las causas de la aparente ralentización del fenómeno; especulaban mientras esperaban las noticias que, por fin, llegarían hoy a mediodía. 
—La cuenta de correo la abrí la semana pasada en un locutorio de Sant Andreu. Recuerda: te metes en ella y descargas todos los archivos adjuntos del remitente que te he anotado. Los guardas en el lápiz y cancelas la cuenta.
—Bien, conspirador. Si a tu amigo Castellví y a ti os gusta jugar a los espías no seré yo el que os corte la diversión. Antes de subir a comer me acerco al locutorio de Enric Casanovas.
—Castellví y yo somos viejos camaradas. Y olemos la mierda de lejos. Mientras no sepamos más tomaremos precauciones.
—Bien, me voy. A la una y media estoy aquí con tus archivos  –dijo Andrés, al tiempo que se ponía la bufanda, subía la cremallera de la cazadora y cerraba la puerta del ático.
Después de comer se metieron en el ordenador y Andrés conectó el lápiz a la máquina diciendo:—Solo ha enviado un archivo. Le he echado un vistazo en el locutorio y es un galimatías de números.
—Son grupos de tres números separados por comas, y corresponden a un número de página, un número de línea y un número de palabra en la línea. Es algo muy viejo y eficaz. Pertenecen a un libro de una edición concreta. El emisor y el receptor tienen sendos ejemplares del libro. Sin saber qué libro y qué edición, es indescifrable. En este caso es Rayuela, de Córtazar. Me llevará una hora, o quizá algo más.
—Mientras tanto fregaré los platos y haré café.

Estaba adormilado en el sofá cuando Miquel salió del estudio con un par de folios escritos apresuradamente, carraspeo para llamar su atención y le dijo: — Toma, léela tú mismo.

Miquel:
Malas noticias. Tengo pruebas de que la situación es catastrófica; por lo tanto, no es de extrañar el apagón informativo sobre la cuestión fundamental: ¿Qué esta pasando en Barcelona?
Sobre este tema se están  desplegando técnicas desinformativas propias de una guerra. La situación de la ciudad suscita un consenso informativo muy sospechoso.
Vamos hacía un apagón energético generalizado; es bastante probable que dentro de muy poco tiempo estemos completamente aislados del resto del mundo. Sé de buena tinta que se están diseñando campañas de comunicación para que los ciudadanos lleguen a aceptar la situación sin demasiadas preguntas; y evitar así una fuga masiva de la ciudad que conllevaría ingentes pérdidas económicas de sectores con mucho poder. Seguramente, se hablará de algún extraño fenómeno natural producto del cambio climático para distraer a la opinión pública de la gravedad de la situación.
Miquel, de mis indagaciones, que han sido muy sutiles y complejas, se puede deducir un futuro más negro que el de, el mal llamado estado del bienestar…
Supongo que has leído algo sobre el término “Plaga gris” que acuñó el pionero de la nanotécnologia Eric Drexler. Habla de un Apocalipsis en que estaría involucrada la nanotécnologia molecular.
Con los datos de que dispongo yo no puedo ir tan lejos… Pero han montado en un tiempo record un laboratorio del que nadie dice saber la ubicación. Un laboratorio donde priman renombrados especialistas en todas las ramas de la nanotécnologia supervisados por militares, incluso, sé de buena fuente, que dos tipos del Pentágono forman parte del numeroso grupo de  científicos que trabajan en esa sofisticada instalación.
La niebla azul, amigo mío, es un organismo bionanotécnologico autoreplicante. Hablamos de manufactura molecular, de un ensamblador autoreplicante de dimensiones nanométricas, de un replicador autótrofo diseñado por humanos o de un cyborg nanométrico capaz de autoreplicarse y que podría llegar dispersarse como el polen.
No sé si has oído alguna vez el nombre de Víktor von Kartoffen. Víktor fue uno de los primeros especialistas el nanotécnologia de nuestro país, y digo fue, porque hace unos meses lo hallaron muerto en la explosión, supuestamente de gas, de un edificio de su propiedad sito en el ensanche.
Lo cierto es que Víktor tenía montado un laboratorio de alta tecnología en el sótano del inmueble, un hecho que puso al descubierto la investigación  llevada a término por la compañía de seguros, pero que nunca se hizo público.
Estudió con el con el anteriormente citado Eric Drexler. Nieto del científico nazi Klaus von Kartoffen -refugiado en nuestro país al abrigo de los servicios de información de la dictadura hasta su muerte-, Víktor era un tipo inquietante y furtivo. Todo un “martínvilla” de la ciencia, por decirlo más gráficamente. Experto también en sistemas microelectromecánicos, se da por hecho que, sea lo que sea la niebla azul, es consecuencia del citado accidente; de ahí la hipótesis del cyborg nanotécnológico autoreplicante. Al parecer, se propaga como un virus; absorbiendo energía y produciendo estallidos de energía con el único propósito de seguir multiplicándose.
La disponibilidad energética y la temperatura son los factores determinantes para su desarrollo. Por debajo de los diecisiete grados centígrados la replicación se ralentiza sensiblemente y por debajo de los diez es imposible; más allá de los veintisiete tampoco puede replicarse, y por encima de los treinta y cinco puede llegar a explotar con una alta capacidad destructiva. Por eso prefiere la noche.
Se han desplegado pequeños drones. Realizan vuelos nocturnos a gran altura para evitar los efectos de la niebla con objeto de estudiar sus caóticos flujos y reflujos y tratar de encontrar algún patrón que permita adelantarse a su progresivo despliegue. Porque, amigo mío, cuando llegue la primavera será imparable.
Sobre cómo derrotar a esta amenaza se están barajando varias posibilidades, pero todas son terribles para el futuro de Barcelona. Pintan bastos para nuestra querida ciudad, viejo amigo.
De todas ellas, hay una que, según uno de mis informantes, cuenta con el apoyo mayoritario del numeroso grupo de científicos implicados; aunque la decisión todavía no se ha tomado. Si saliera bien, quizás las consecuencias para la ciudad serían mínimas; pero…, dada la complejidad de la operación y la, de momento, imprevisible y cambiante actividad de la letal amenaza que se cierne sobre la ciudad, sobre esto último no hay tanto consenso.
Mi informante todavía no conoce los detalles de esta operación, así que, por ahora, me es imposible trasladártelos.
Es posible que en unos días se imponga el toque de queda, así que andar con tiento, porque la cosa se puede complicar de un día para otro y podemos acabar bajo algún tipo de legislación especial que implique la suspensión de algunas libertades públicas. Esto podría comprometer gravemente vuestra labor.
En cuanto sepa algo más, mi sobrina Inés os hará llegar la información. Cuando la veas no la vas a conocer.
Suerte, y ándate con cuidado, viejo lobo.


— ¿Crees que Víktor trabajaba solo?
— No lo sé, Andrés, no lo sé. Pero montar algo así implica tener un propósito a largo plazo o algún tipo de trastorno mental que no alcanzo a ver. Quizá haya detrás un proyecto político totalitario liderado por fanáticos del Tercer Reich. O por falangistas en conserva, que haberlos haylos.
Me consta que están investigado con lupa la vida del cabrón de Víktor, pero de momento no hay pruebas que apunten hacia conexiones terroristas.


A principios de diciembre, con la llegada de los primeros fríos invernales, la ciudad recuperó una aparente normalidad. El fenómeno de la Niebla Azul se fue replegando paulatinamente; tanto, que los periódicos poco a poco fueron arrinconando la información sobre el asunto –un mes antes había sido objeto de un seguimiento masivo por parte de los medios, ocupando portadas y páginas y páginas centrales con todo tipo de especialistas y teorías pintorescas- hasta quedar reducida a puntuales notas en las páginas interiores.
La policía había tomado de nuevo el control de las infraestructuras estratégicas y de los barrios más afectados por la niebla.
Pequeños focos de la plaga iban apareciendo intermitentemente, una noche en un barrio, otra noche en otro. La niebla se agazapaba, daba un zarpazo y volvía a desaparecer…


Cuando abrió la puerta se encontró con una mujer de mediana estatura, de pelo negro, ojos pardos y mirada soñadora.
— ¿Qué desea?
Sonriendo y alargando el brazo izquierdo, le dio un grueso sobre marrón mientras decía: — Soy Inés, la sobrina de Castellví.
— Pasa, pasa…— le dijo, dejando el paquete encima de las piernas y empujando las ruedas de la silla hacía atrás.
La última vez que te ví eras casi una niña… Y ahora… ¡Vaya! Tenía razón tu tío.
Hay un paragüero en el baño. Es la puerta de enfrente. Deja la maleta por ahí y siéntate mientras llevo ésto al despacho -continuó, alzando el sobre con la mano izquierda. Volvió a dejar el sobre en las rodillas. Giró a la derecha, atravesó la salita y se perdió pasillo adelante.
Ya en el despacho, se acercó a la mesa, cogió el cortaplumas, abrió el sobre y  volcó su contenido encima del escritorio.
Tres cartas y un cedé cayeron sobre la mesa. Leyó el nombre del destinatario de cada una de ellas, dejó el cedé y uno de los sobres dentro de un cajón y abrió el que llevaba su nombre. Apenas dos folios que pasó a leer ávidamente:

Amigo mío:
Como ya debes sospechar,  el hecho de que sea Inés quien te ha llevado esta carta es una muy mala noticia. He pasado estos últimos días arreglando mis asuntos. No quiero cargar en las espaldas de Inés el doloroso trance de tener que encargarse de mis exequias. Te parecerá una locura, pero quiero ver la explosión, porque habrá explosión Miquel, habrá explosión.
Las últimas tres semanas han sido agotadoras. He pedido favores, he presionado, amenazado, suplicado… En fin, hace dos días  que llegaron los expertos rusos, desde entonces, mis fuentes, al igual que todos los implicados en la futura operación, están incomunicadas con el exterior. Así que ya no me es posible obtener más información. Podría haber cambios de última hora, aunque estoy convencido de que no será así.
Me ha costado dios y ayuda poner en orden toda la información que ha llegado a mis manos y encontrar la manera de hacerte un breve resumen (el grueso de la documentación va en el cd, por si quieres echarle un vistazo).
La estrategia que se ha diseñado tiene un setenta por ciento de posibilidades de salir bien, pero, en caso de que algo salga mal, la ciudad pagará las consecuencias. De hecho, me consta que ya hay discretos movimientos en el mundo inmobiliario para deshacerse de algunos edificios importantes cercanos al frente marítimo, no solo en Barcelona.
Los jerifaltes de la ciudad han tenido acceso a más información de la que yo dispongo. No tengo dudas sobre la calidad de la misma, pero esta operación es un tema muy complicado. Intervienen demasiados departamentos políticos y militares y se trabaja en compartimentos cerrados. Salvo una cúpula directriz, el resto solo maneja la información estrictamente necesaria para desarrollar su labor, así que existe la posibilidad de que, debido a esto, mis conclusiones sean erróneas, aunque mucho me temo que estoy en lo cierto. La ciudad está dejada a su suerte, no permitirán bajo ningún concepto que la niebla salga de la ciudad y se extienda incontroladamente.
Ya no es Barcelona, es salvar el resto ¿comprendes? En eso andan ahora, diseñan una campaña para que la gente acepte esa premisa. Los acojonarán, les harán conocer lo terrible de la epidemia y los grandes esfuerzos que se hacen para contenerla en la ciudad. En fin, van a acabar con la niebla, si la ciudad sale ilesa perfecto, si no…pues mala suerte.
La operación militar que cerraría Barcelona en caso de que fuera necesario ya está preparada.
No me hagas mucho caso, me estoy poniendo catastrofista. Todo saldrá bien. La que ha armado el fanático de Víctor pasará a la historia.
Han dividido el teatro de operaciones (así llaman a la ciudad y su área metropolitana) en cinco anillos, como las compañías de trasportes, y, días después del toque de queda, comenzarán los apagones nocturnos en los anillos exteriores. El objetivo es que, debido a su dependencia energética, la niebla se vaya replegando hacia el centro en busca de fuentes energéticas, para, una vez concentrada en algún lugar, poder eliminarla de raíz. De ahí que los apagones empiecen por el anillo exterior. Aprovechando que la niebla de día no tiene ninguna actividad, los apagones serán únicamente de noche, preservando así, en la medida de lo posible, el funcionamiento económico de la ciudad. Cada semana se irá añadiendo un nuevo anillo al apagón nocturno.
Serán los FT ALTEA, hasta ahora usados para vigilar los desplazamientos del fuego en incendios forestales, equipados para esta misión con toda clase de sensores, los que llevarán a cabo el seguimiento de todas las fases de la operación. Verificarán si la calima se repliega y a qué ritmo lo hace. Una vez verificado el repliegue se procederá a apagar un nuevo anillo.
Este proceso está previsto que dure alrededor de siete u ocho semanas como mucho. Para entonces se espera que la niebla esté diezmada y arrinconada en el puerto y sus alrededores.
A partir de ahí comenzará lo más delicado de la operación:
Se ha fletado un barco. Un barco especialmente equipado para atraer a la plaga mediante un complejo sistema electromagnético. Comenzará a funcionar cuando se tenga la seguridad de que la niebla se ha concentrado en el área prevista, y se espera que la atraiga como un imán. Una vez conseguido este objetivo, el barco zarpará tripulado por un sistema automático hasta una boya situada a cuarenta millas de la costa y se detendrá junto a ella. Ésto activará el sistema de ignición que detonará la bomba rusa de alta potencia instalada en el buque, provocando  una enorme explosión que lo vaporizará todo en media milla a la redonda.
Sobre el papel parece factible, y así se lo han vendido a las autoridades locales, pero…amigo mío, a mí me recuerda al cuento de la lechera. Y entraña grandes riesgos para la ciudad.
El más preocupante es el sistema de detonación de la FOAB, que, por mucho que digan los rusos, no es del todo estable. Si llegase a explotar antes de tiempo, la ciudad sería barrida por la onda expansiva supersónica que generaría la explosión y la ola gigantesca que provocaría.
Ni qué decir tiene que los ciudadanos de a pie no seremos informados de todo esto. La excusa de siempre: “Que no cunda el pánico, no es bueno para los negocios”.
El día crítico será el de la partida de buque, lo que tenga que pasar pasará esa noche. Una vez haya zarpado, si algo sale mal puede tener graves consecuencias para todos nosotros.
Con el objetivo de no arriesgar las vidas de las élites de la ciudad se ha establecido una señal para la noche que zarpe barco. Las potentes luces de Montjuich se encenderán al caer la tarde. Ésa será la contraseña para que todos los que están sobre aviso se alejen de la costa y abandonen Barcelona discretamente.
Espero que la red que habéis montado sea capaz de alertar al mayor número de barceloneses que sea posible.
Con la excusa de un estudio científico, he conseguido, de los vecinos del rascacielos, el visto bueno para montar una cámara en la azotea. Funciona con baterías y se puede manejar por control remoto. Ésto me permitirá grabar el evento sentado en mi terraza.
Miquel, he decidido correr la suerte de la ciudad. Sea cual sea el resultado, será digno de presenciar. Por si no volvemos a vernos, te ruego que pongas la supervivencia de Inés por encima de cualquier otra consideración. Tómatelo como el pago a mi trabajo.
La forma más rápida de ponerse fuera del alcance de la onda expansiva sería protegerse en la cara opuesta al mar de las colinas de Collserola. Nada de alejarse hacía el Vallés, bien pegados a la montaña.
A partir de ahora es conveniente que no volvamos a ponernos en contacto, pues creo que alguien se ha ido de la lengua; han entrado en mi ordenador y puede que hayan encontrado alguna pista sobre lo que he estado haciendo.
En fin, viejo amigo, si todo va bien volveremos a vernos en primavera. Si no es así, cuida de Inés en mi nombre.
 
Poco después reapareció con una carta sobre las piernas. Junto al ventanal de la terraza, Inés miraba pensativa el lluvioso atardecer que desaparecía vertiginoso tras las colinas de Collserola. Carraspeó para llamar su atención. Ella rompió a llorar y se volvió a mirarlo. Esperó a que se acallaran los sollozos, carraspeó de nuevo; la miró a los ojos y le dijo: -Supongo que tu tío ya te ha hablado de todo esto. Hay una carta para ti. Has de leerla ahora.
Inés cogió la carta, la puso sobre la mesita y se dejó caer en el sofá. Se secó las lágrimas con un pañuelo de papel, suspiró hondo…, abrió la boca como para decir algo…, pero no lo hizo. Suspiró de nuevo, dejó el pañuelo en la mesita y cogió la carta murmurando entre dientes…
Miquel no intentó consolarla, abrió la puerta corredera y salió a la terraza. Chispeaba sobre la ciudad. En unos minutos, el añil profundo desapareció devorado por la oscuridad. Entonces sintió las manos de Inés sobre sus hombros… — ¿Y bien…? -preguntó calidamente al tiempo que hacía girar la silla de ruedas para encararse con ella-. Será mejor que entremos -continuó- o nos pondremos chorreando.
Ya en la salita, la miró un instante y le dijo: — No te quedes ahí pasmada. Al fondo del pasillo hay una habitación. Será la tuya mientras estés aquí. Puedes dejar tus cosas allí. Más adelante, si necesitas algo más, Andrés se acercará a casa de tu tío a buscarlo. Todo va a salir bien, no te preocupes.


A media mañana del día siguiente, cuando Andrés llegó cargado con las bolsas de la compra y entró en la cocina, se encontró de sopetón con Inés, que fregaba la vajilla de la noche anterior. Sorprendido, dejó las bolsas encima de la pequeña mesa donde solían comer los dos amigos y se quedó mirándola como si fuera una aparición.
Ella se secó las manos, se dio la vuelta sonriendo tímidamente y, extendiendo la mano derecha, le dijo: — Hola, me llamo Inés. Miquel ya me ha hablado de ti. Está en la terraza de atrás liado con sus plantas.
Sin salir de su estupor, Andrés salió de la cocina en busca de Miquel.
— ¿De dónde ha salido la morenita de bote?  — le preguntó.
— ¡Hombre, ya estas aquí! Es Inés, la sobrina de Castellví. Es el único pariente vivo que le queda. Llegó ayer, coincidiendo con la implantación del toque de queda. Hacía veinte años que no la veía. A partir de ahora es una más. ¿Qué? ¿Te ha gustado la media melenita o la mirada ingenua?
Sus padres fallecieron en un accidente aéreo cuando ella tenía cinco años. Desde entonces ha vivido con los Castellví, que eran sus únicos parientes. Hace cuatro años, cuando murió Laia (la mujer de Ramón), sufrió una fuerte depresión que requirió tratamiento psiquiátrico durante unos meses. Estaba muy unida a su tía, y ahora, que su tío le ha contado lo de su enfermedad…
Castellví se muere. Le han dado poco más de un año a todo estirar. Y cree que su sobrina no será capaz de superarlo.
Hay traído un sobre con toda la información de que disponía su tío. Está en el despacho por si quieres leerla. Según él, la cuenta atrás de la ciudad ya ha comenzado. En fin… está convencido de que las dos malas noticias juntas van a ser demasiado para Inés. Hasta el momento ha demostrado bastante entereza, pero las depresiones son traicioneras y teme que se derrumbe. Él ya no tiene fuerzas para ayudarla, no le ha quedado más remedio que hablar con ella…; y aquí está. Has de tratarla con mucho tacto. Como si fuera la única mujer que queda en el mundo.
Desde la terraza delantera del ático de Miquel, el mar acaparaba la mayor parte del horizonte, y un viento gélido y vertiginoso, silbando con fuerza en los recovecos de los edificios de la avenida, recorría la noche; dificultando la discreta charla que sostenían los dos amigos fuera del alcance de los oídos de Inés. Ésta los observaba desde la ventana del despacho, a sabiendas de que los dos hombres, con la excusa de fumar un cigarrillo, querían sostener una conversación lejos de su presencia. Por un momento se sintió ofendida, pero…, al poco, el lenguaje corporal de los dos amigos la llevó en otra dirección… Envidió la fuerte compenetración que había entre ellos. Sin duda, su inesperada llegada iba a modificar los hábitos de la casa. Había hecho su aparición sin avisar, con una maleta y malas noticias. Todos necesitarían algo de tiempo para acostumbrarse…
Acodado en el pretil de la terraza, Andrés escuchaba las explicaciones de su amigo; de vez en cuando asentía con la cabeza al tiempo que trataba de encender el cigarrillo que sostenía en la mano izquierda; tras varios intentos fallidos, con un gesto resignado volvió a dejarlo dentro del paquete.
El rostro grave de Andrés, recortado entre las sombras intermitentes de la terraza, la llenó de inquietud. Apartó la mano que sostenía la cortina, encendió la luz y se sentó delante del ordenador…


A unos cables de distancia del herrumbroso buque, dos fragatas de la Armada custodian el puerto. El moribundo carguero griego, destinado al desguace meses antes, está siendo remozado para su último viaje. Fondeado a pocas millas de la bocana, el constante ir y venir de las lanchas le había dado una nueva vida al marchito navío.
En proa, colgados de un andamio, tres marineros pintan el nombre escogido para su postrera singladura. El viejo Dyonisios, ahora rebautizado como Sant Jordi, era el instrumento elegido para acabar con la pesadilla que asolaba la ciudad.
En ese mismo momento, en un lugar desconocido del área metropolitana, un científico español y tres ingenieros rusos expertos en armamento supervisan la descarga de dos traileres llegados durante la noche.
La FOAB (bomba termobárica de alto impulso) rusa, sin duda alguna, era el arma no nuclear más potente del mundo. Con un peso cercano a las ocho toneladas, producía una energía equivalente a 44 toneladas de TNT, por lo que tenía el mismo poder de destrucción que una bomba nuclear táctica. Probada con éxito en el 2007, está destinada a sustituir las armas nucleares tácticas del ejército ruso. Sus características más peligrosas eran su onda expansiva supersónica y lo complicado de su control.
Cuatro veces más potente que su homóloga norteamericana, la FOAB estaba diseñada para ser lanzada desde un avión y detonada desde tierra; pero en esta ocasión sería diferente: los técnicos rusos montaban un nuevo sistema de detonación que minimizaría en parte su alto poder destructivo.


Los hechos fueron dando la razón a Castellví. Los plazos previstos en su carta se fueron cumpliendo puntualmente. La tercera semana les tocó el turno a ellos, a partir de las seis de la tarde su barrio se sumergía en las sombras hasta la mañana siguiente.
Los medios dieron extensas explicaciones acerca del porqué de la declaración de estado de emergencia. Era la comidilla de todos los días.
Barcelona había superado la crisis provocada por un organismo hasta ahora desconocido, pero, con el fin de evitar futuros rebrotes, se la iba a someter a una desinfección preventiva barrio a barrio.
Para hacer creíble esta versión, por las noches, la zona afectada por el apagón era recorrida por un verdadero ejército de cubas municipales cargadas con agua y un fuerte desinfectante. Los operarios, embozados en máscaras de gas y monos reflectantes de color butano; y equipados con mangueras a presión, recorrían la noche limpiando calle por calle, acera por acera…
A pesar de  la buena disposición de los ciudadanos, ávidos por creerse cualquier versión tranquilizadora que les ofrecieran por inverosímil que pudiera parecer a primera vista, la ciudad, recelosa, yacía inmersa en un extraño estado de ánimo, ya no era una alegre ciudad mediterránea: las miradas apagadas, las conversaciones lacónicas, el gesto agazapado y furtivo. La gente caminaba presurosa de una tienda a otra. Una vez hechas las compras imprescindibles volvían a sus casas. Nadie paseando, parques desolados, autobuses vacíos, bares y comercios prácticamente desiertos. La ciudad enmudecía temerosa; y una sutil atmósfera de desaliento, de condenación, se iba adueñando del paisaje conforme el apagón avanzaba hacia el centro.
El enorme despliegue mediático afectó gravemente la credibilidad de los grupos ciudadanos que, no fiándose de las autoridades supuestamente competentes, habían estado recogiendo información por su cuenta. La red bullía de informaciones tendentes a socavar la credibilidad conseguida hasta ese momento, sistemáticamente eran tratados de “conspiranoicos antisistema” en el mejor de los casos.
Gracias a las atribuciones legales que otorgaba al gobierno la declaración de estado de emergencia, algunos de estos grupos fueron identificados y puestos a disposición judicial.


En el ático del Pº Valldaura, Miquel ordenaba y cifraba la información recogida durante los meses anteriores, Inés pasaba su tiempo delante del ordenador intentando relatar la crónica de todo aquello, las imágenes de una ciudad atrapada en un momento decisivo; y Andrés, que acababa de romper con Laura, solía pasear por las cercanas colinas de Collserola. Intentaban estar ocupados, era el único modo de sobrellevar el ominoso compás de espera que se cernía sobre sus cabezas.
Eran conscientes del trabajo realizado durante los meses anteriores y de la poca credibilidad que se le estaba dando al mismo. Ésto les generaba cierta frustración, y todos trataban de evitar el tema; pero contaban los días como reos que esperan su sentencia. La fatalidad parecía haberse apoderado de ellos mucho antes de producirse -sí es que se producía-, rondaba sus vidas como un buitre acecha a un moribundo.
Por la noche solían salir a la terraza a contemplar la ciudad. El fulgor nocturno de lo que todavía parecía la Barcelona de siempre. Del ensanche hasta el mar todo era luz, el resto era tiniebla. A partir de las once entraba en vigor el toque de queda; y el ruido de la ciudad se apagaba progresivamente hasta convertirse en un leve susurro que solía dejar en las calles próximas alguna brigada de limpieza; y, desde la terraza, si se prestaba atención, de vez en cuando se oía, sordo y lejano, el motor de un FT-ALTEA patrullando las fantasmagóricas noches de aquel invierno.


Eran las dos de la mañana cuando se le acabó la batería al pequeño portátil de Inés. Hizo un mohín de disgusto, se desperezó caminando a oscuras hasta la cocina, sacó un mechero del bolsillo derecho de la bata, encendió la pequeña lámpara de gas, abrió el cajón de los cubiertos para coger una cucharilla, después se acercó a la nevera, abrió la puerta y sacó un yogurt. Volvió sobre sus pasos hasta llegar al perchero del pasillo, de donde cogió su colorido gorro de lana, se lo encasquetó y salió a la terraza.
Sentada en el pequeño banco de madera, la luz que salía de la cocina recortaba su perfil sobre el suelo de la terraza. Dejó el yogurt ya vacío en el banco, suspiró profundo y quedo, rompiendo un instante del silencio de ultratumba de aquella noche. Caminó hasta el pretil de la terraza, apoyó los codos sobre éste y buscó en el bolsillo superior de la bata, de donde extrajo un cigarrillo torpemente liado; lo encendió y dio tres profundas caladas, después miró hacía el cielo. La noche de la ciudad se había llenado de estrellas, justo encima de ella, la constelación de Orión espejeaba como nunca. 
Los, para entonces, traviesos ojos de Inés comenzaron a chispear, volvió hasta la mesa, apagó la colilla del canuto y se sentó de nuevo. Se recostó en el banco, abrió ligeramente las piernas e introdujo la mano izquierda dentro de la bata hasta llegar a las bragas, metió la mano por dentro de éstas y comenzó un suave movimiento giratorio. Tres minutos más tarde ardía como un volcán. Entró en la casa, dejó el gorro en el perchero, apagó la lámpara de la cocina y se abrió paso con el mechero hasta la siguiente puerta, entró, se quitó la bata, el pijama y las bragas…  Y se metió en la cama de Andrés.


Dos semanas más tarde, la luna proyectaba su luz sobre los tejados de una ciudad devorada por sus sombras; el espectáculo era sobrecogedor… La noche de la ciudad era un espectro de sí misma, y un viento helado hacía correr la hojarasca por las desiertas avenidas, transitadas únicamente por las luces amarillas de los vehículos de emergencias, que aullaban como lobos solitarios, rompiendo, de tanto en tanto el lúgubre silencio de aquellas noches inacabables y sombrías donde reinaban las tinieblas.
A partir de aquella primera noche de oscuridad absoluta, cada mañana, desde la terraza, Andrés recorría con unos prismáticos el perfil marítimo de la ciudad para asegurarse de que el viejo carguero -rebautizado como Sant Jordi- seguía fondeado delante del puerto. Al sexto día, después de observar durante unos minutos el horizonte, dejó los binoculares sobre la mesa de la terraza y llamó a Inés.
— Toma, míralo tu misma — le dijo, dándole los gemelos. Lo más probable es que lo hayan atracado en el puerto y esté en uno de los muelles que no podemos ver desde aquí.
— Habrá que asegurase ¿No tienes un amigo en la revista esa… cómo se llama… El Vigía o algo por el estilo?
— Amigo mío no, amigo de Miquel. El viejo lobo parece una top model, tiene una agenda interminable.
— ¿Dónde anda?
— Estará en La Astilla. El dueño del bar es un colega de la infancia.
— En realidad, no sé gran cosa de Miquel.
— ¿No te contó nada tu tío?
— Poca cosa, aparte de recalcarme que era la persona en quién más confiaba del mundo.
— Miquel llevó una vida aventurera hasta que un accidente laboral lo dejó imposibilitado. De hecho, le pegaron un tiro en un bar del puerto de Orán. Después de aquello, le dieron una fuerte indemnización y lo jubilaron. Tras unos meses de trámites burocráticos relacionados con el asunto que lo sacó de España, vendió el piso que tenia en Marsella y volvió al barrio de su infancia.
Tuvo que dejar el país mediado el 77, en plena Transición. Cursaba el último año de periodismo cuando “Billy el Zurdo” -un conocido torturador de la época- se pescó una historia para meter en el trullo a unos cuantos del grupo izquierdista en el que militaba. Uno de ellos era Miquel. Los montajes policiales eran moneda de cambio habitual en aquella época, Inés.
Su única opción era salir por patas inmediatamente, cosa que hizo; y, no me preguntes cómo ni por qué, pero acabó de oficial de información en la legión extranjera francesa.
Guapa, no te dejes engañar por los gestos de padrazo que se gasta contigo ni por su sillita de ruedas, puede llegar a ser un tipo muy peligroso.
Inés lo miró a los ojos -con la mirada risueña que parecía habérsele pegado al rostro en las últimas semanas- y le dijo: — Venga, vamos a tomar algo a La Astilla, invito yo. Hay que contarle las novedades.
— A estas alturas, me juego algo a que ya está enterado de lo del barco.
Cuando llegaron a La Astilla no había ni rastro de Miquel. El dueño del bar, un tipo larguirucho, carienjuto y cejijunto pasaba un trapo húmedo por una barra desierta.

(Anselmo -el dueño del bar- y Miquel eran compañeros de correrías infantiles cuando a su barrio todavía no había llegado el urbanismo. Unas cuantas barriadas aquí y allá salpicaban el territorio, algunas pequeñas industrias que se habían atrevido a saltar la frontera de la Meridiana, los viejos talleres de RENFE junto a la tapia del cementerio de Sant Andreu, los lúgubres e imponentes pabellones del Manicomio, recortados tras los desconchados e interminables muros que lo circundaban; y las faldas de Collserola de patio trasero. El resto eran descampados, barrancos y maleza. Polvo en verano y barro en primavera y otoño. Todo un paraíso para dos niños inquietos como las moscas.)

— Anselmo, pon un orujo de hierbas y un té verde sin azúcar.
— Marchando. Si buscas a Ironside, se acaba de ir. Creo que iba al estanco, no tardará mucho.
Bañados por el tibio sol de media mañana que entraba por la gran cristalera que daba al paseo, Inés le contaba las dudas y el lento progreso del relato en el que estaba embarcada. Andrés, de vez en cuando asentía con la cabeza, hasta que, sorprendido, le hizo un gesto con la mano para que se detuviera; entonces le preguntó: -¿De verdad vas a poner eso? ¡Pero si fuiste tú la que…!
— Sí -cortó tajante-. Soltó una carcajada. Carraspeó, y en unos segundos estaba seria de nuevo, y, continuó: —Digas lo que digas queda mucho mejor así.
— El punto de vista me parece acertado. Es mejor contarlo desde el prisma de unos personajes concretos, de cómo lo perciben y afecta a sus vidas, que no de manera global, desde un ángulo más lejano; quizá más representativo y preciso, pero, por lo impersonal, más frío y carente de la tensión emocional que nos hace llegar hasta el final impacientes y curiosos, pues el destino de los personajes se ha convertido en nuestro destino.
— Todavía no tengo claro el final… ¿Qué pasará con la ciudad, con todos ellos?
— Sea como sea, llegará dentro de poco.
Creo que la carta que trajiste está impregnada de la fatalidad de su autor. Tu tío, Inés, se enfrenta al fin de su vida, y es más que probable que este hecho haya afectado a su valoración de la situación; parece estar convencido de que algo saldrá mal y será la ciudad quien pague las consecuencias. Un psicólogo lo llamaría sustitución, proyección… o algo por el estilo.
La referencia a su tío pareció disgustar a Inés, que se levantó bruscamente y se acercó a la barra, pidió dos orujos, pagó las rondas y volvió a sentarse frente a Andrés al tiempo que le espetó: —¿Y a ti, qué te pasó con Laura?
Sin darle tiempo a responder, le dijo: — Mira a tu alrededor… ¿Te parece normal? La gente parece agazapada, sale lo menos posible. Un miedo indefinible parece habernos poseído a todos. Un halo inquieto y sombrío se ha adueñado de la ciudad, recorre sus calles como un fantasma del que intuimos su presencia, pero, a pesar de sufrir sus consecuencias, nos negamos a ponerle la etiqueta de real, algo parecido a lo que la razón suele hacer con el inconsciente. La gente, aparentemente, parece creerse la tranquilizadora versión oficial, pero, al mismo tiempo, se comporta como si presintiera alguna amenaza que no alcanza a identificar…
— Es cierto, en mayor o menor medida a todos nos ha afectado, pero eso no contradice lo que dije antes, lo ratifica. Tu tío, quizá con doble motivo, el colectivo y el meramente personal, ha llegado a la conclusión de que la ciudad, como él, está atrapada o se siente atrapada, que para el caso viene a ser lo mismo.
En cuanto a lo de Laura, me parece que no es el momento más adecuado para hablar del asun…
— Muelle Contradique Sur, en la terminal cementera.
El tono resuelto y firme de Miquel resonó por todo el local, cortando en seco la voz de Andrés y desplazando la inquisitiva mirada de Inés hacía la izquierda para encarar al recién llegado.
Andrés saco un arrugado paquete de tabaco del bolsillo, se levantó y caminó hacía la puerta, se paró delante de la misma y encendió un cigarrillo. Cuando agarró el tirador y levantó la vista comenzaron a llover macetas…
Un grito, y todos corren y se agachan detrás de barra. Desde allí oyeron la explosión. El sordo y profundo rugido de la onda expansiva recorrió la ciudad como un fantasma, trayendo consigo los objetos más inverosímiles, que caían del cielo por todas partes.

Sentados en el suelo tras la barra, los amantes se miraron consternados durante los minutos de silencio sólido y profundo que siguieron a la explosión. Una soledad de camposanto recorrió la ciudad, se apoderó del tiempo y el espacio. En sus ojos palpitaba el mismo desamparo: Laura, el tío de Inés… La inutilidad de sus esfuerzos, de sus meses de trabajo… Los interrogantes se les amontonaban al tiempo que se cogían las manos. La magnitud de la tragedia los había atravesado en un instante. El silencio cómplice de la ciudad parecía hacerse las mismas preguntas: ¿Dónde habrá sido? ¿Durante el recorrido? ¿Ya en el puerto?
— Esperemos que la explosión haya ocurrido durante el embarque –dijo Andrés como quién piensa en voz alta. Montjuich habría parado gran parte del golpe. Es el mejor pronóstico posible. ¿Qué opinas Miquel?
Entonces se dieron cuenta de que Miquel no estaba con ellos. Inés se incorporó con recelo y, aún aturdida, sus ojos asomaron con cautela por encima de la barra.
Miquel no se había movido de la mesa. Parecía mirar hacía la calle atónito, quizá hipnotizado con la rápida evolución de los acontecimientos que se sucedían más allá de la maltrecha cristalera; pero no era así, en realidad había muerto.
En aquel instante, el aullido apremiante de las sirenas lo inundó todo, acabando de un plumazo con aquel pavoroso silencio cargado de espantos e incógnitas, que por unos minutos había interrumpido el latido de la ciudad, dejando tras de sí un montón de ruinas  y grandes columnas de humo que, a medida que ascendían, fueron ennegreciendo más y más cielo hasta que el tibio sol de enero desapareció como si nunca hubiera existido.