miércoles, 11 de noviembre de 2015

Orange 6 (fragmento)

Matías puso el cofre sobre la mesita, se sentó frente a él y cogió el oxidado juego de llaves. Eligió las que más se ajustaban al diseño de la cerradura y las fue probando hasta que una de ellas pareció encajar a la perfección. La hizo girar, pero solo había dado media vuelta cuando se quedó atascada. Intentó varias veces volverla a su posición original sin ningún resultado. La herrumbre había hecho mella en la vieja cerradura, y no era cuestión de forzarla; no quería estropear el cofre que tanto había encandilado a Loti, convencida como estaba de que las iniciales A.V., grabadas en una pequeña placa dorada atornillada a uno de sus costados, correspondían a las de su padre, Alejandro Valcárcel; a quien apenas conoció y al que su madre llegó a aborrecer. Desde niña se acostumbró a las frecuentes disputas entre los cónyuges, que solían acabar con la marcha del padre dando un fuerte portazo seguido de los amargos sollozos de su madre, que, desde la salita de la planta baja, llegaban lúgubres y apagados hasta su habitación.
Fue al coche, estuvo un rato rebuscando en el portamaletas y regresó con un destornillador y un bote de spray tres en uno; dio un par de cortas aplicaciones a través de las ranuras que había entre la llave y la embocadura y se dispuso a esperar unos minutos ojeando sus notas.
Pasado un rato se puso a forcejear con la llave, en un par de minutos consiguió que regresara a su posición original y pudo sacarla. Volvió a rociar con espray el agujero de la cerradura, hizo lo propio con la llave y fue a la cocina a por un estropajo de aluminio, con el que frotó enérgicamente los herrumbrosos dientes hasta dejarlos tan relucientes como una sonrisa de anuncio. La introdujo de nuevo y la fue girando con cuidado hasta que ésta se detuvo. Dio marcha atrás y otra vez hacia adelante. Esta vez giró completamente. Matías miró satisfecho el cofre, lió un cigarrillo y fue a avisar a Loti, que seguía en el taller a pesar de saber que la hora a la que solían comer estaba más que tocada.
Después de comer, Matías fue a la cocina a preparar el café. Loti recogió los platos, los dejó en el fregadero, sacó un par de tazas de uno de los armarios, lo miró expectante y, viendo que él no reaccionaba, le preguntó: — ¿Qué, has conseguido abrir el cofre?
— Por supuesto.
— ¿Cabrón, por qué no me lo has dicho antes? –preguntó–. Y acto seguido, sin soltar las tazas salió disparada hacia la salita del piso superior
— Porque la comida se habría enfriado y el cofre no va a salir corriendo  — contestó Matías, subiendo tras ella.
Por un instante, Loti se quedó parada delante del cofre; después lanzó un suspiro, dejó las tazas encima de la mesita, levantó la tapa con mucha cautela, introdujo la mano en su interior y sacó una vieja lata de galletas. En ese momento, Matías oyó hervir el café y bajó a apagar el fuego.
Al entrar de nuevo en la salita casi se le cae la cafetera al suelo. Loti sostenía en la mano izquierda una vieja fotografía y con la derecha empuñaba una pistola.
Dejó la cafetera sobre la mesa, le arrebató la pistola, comprobó que no tenía puesto el cargador y  tiró hacia atrás de la corredera, que, contra todo pronóstico, se desplazó sin muchos esfuerzos, la recámara también estaba vacía. La examinó detenidamente durante varios minutos, y después la dejó junto a los dos cargadores que había al lado de la caja de galletas diciendo: — Cariño, las carga el diablo. Es una Tokarev TT 33 de calibre 7.62. Una reliquia soviética de la segunda guerra mundial. La más utilizada por el ejército ruso en aquella época.
El contenido del cofre era el siguiente: una lata de galletas en la que había una libreta manuscrita en bastante buen estado y unas cuantas fotografías; y una pequeña bolsa impermeable de donde habían salido: la pistola, dos cargadores llenos, una cajita de cartón que contenía catorce balas, un trapo sucio y una botellita de aceite para limpiar armas de fuego.
Las cuatro fotografías, con una caligrafía menuda y cuidada, llevaban anotaciones al dorso. Un par estaban hechas  en Grafenwöhr el día 31 de julio del 41, inmediatamente después del juramento al Führer. En una aparecían Alejandro y su hermano Saturnino con el uniforme de la 250 ª división de infantería de la Wehrmacht, y en la otra, de nuevo los dos hermanos, esta vez formando parte de un grupo de veintitantos voluntarios del SEU de Salamanca que saluda  brazo en alto. De las otras dos, una era del 19 de agosto del mismo año –un día antes de su partida hacia el frente oriental-. En ella, Alejandro posa con una joven alemana del brazo. La otra está fechada el 20 de agosto, y se ve al mismo grupo de salmantinos posando, unos minutos antes de partir, junto al camión que los había de llevar a la estación donde tomarán el tren que los trasladará hasta Smolensk.
— A mi padre lo hirieron gravemente en el asedio a Leningrado. Allí se acabó la campaña de Rusia para él –dijo Loti.
Pero fue la ajada libreta de colegial lo que más llamó la atención de Matías. Ojeó rápidamente las amarillentas páginas manuscritas por las dos caras y, lleno de curiosidad, le preguntó: — ¿Te importa si la leo?
— No. Desde luego que no.
— Tiene una delicada caligrafía.
— Antes, esas cosas se enseñaban en el colegio, Matías.