lunes, 28 de junio de 2010

26 de mayo*

Me siento muy cansado. La anemia me persigue de buena mañana.
Oigo cantar a los pájaros y pongo las noticias. El mundo sigue como siempre, hoy, algo peor que ayer. Me cuesta un poco todavía oír los informativos, antes los escuchaba con interés y sentido critico. Hay que esperar para eso. Desenchufado estoy, como las grabaciones de primeros de los noventa.
Tengo el verano por delante sólo para mí. El interferón me ha dejado hecho polvo.
Cuando lo cuente se verá todo el proceso. La aceleración, el salto y la recuperación.
Me voy a mimar como si fuera mi novia. Me lo he ganado a pulso.
Estoy puteando al móvil. ¡Qué se joda! me la pegó el muy cabrón. Con la paranoia y cli, cli, cli. Me cabreé con él -no sabía hacer nada-, además, cuando suena no estoy, por móvil que sea.
Espero que a la chica se le pase algún día el mosqueo. Me rio por no llorar -un viejo recurso psicológico-.
Fumo petardos por no deprimirme más -es un buen remedio-, y tarareo canciones de los cuentos. La música me acompañó en mi extraño y poético viaje.
Ahora que tengo tranquilidad me ha entrado un cansancio total, pero como no doy un palo al agua me es indiferente.
Leo, escribo, paseo y pienso con serenidad, ordenadamente, aunque tengo algún mosqueo literario de vez en cuando, entonces lo dejo hasta otro día.
Me mirabas con ojos de tiburón -dijo-. Yo no le conté cómo miraba ella.
La segunda vez con ella a solas y ya discutes. A estas alturas no sé qué pensar  -la psicología femenina es un misterio insondable como el origen de la vida-. Ahora me da risa, pero me dejó para el arrastre. Uno que está en las últimas y huyendo de bronkas, se va feliz a contemplar un par de ojos que le hacen olvidar todo aquél mal rollo y ¡hala! “verbena de la paloma”: Si te vas malo, y si te quedas peor ¡cosas de la vida!
Me parece estar viendo al dentista agazapado como un buitre detrás de “la silla”. Cuesta acostumbrarse al jíbaro. Aprendo americanismos hablando con él.
Gafas de sol nuevas y agujero en la oreja. Me ha dado el punto de encalomarme un pendiente -discreto eso si-. Debo tener necesidad de reafirmarme, así que bien está.
L@s marom@s de por aquí, cuando hablan de automóviles, no dicen coche, ni buga, ni tequi, ni carro, balbucean algo que suena como tropecientos tedei.
Dan vueltas constantemente. Cuando pasan aflojan la velocidad -como quién busca aparcamiento-, en ese instante, alguien se acerca al vehículo un momento y vuelta a empezar. Los monos hacen la ronda. En todas partes existen esquinas como esta.
Ahora que voy un rato casi todos los días -a charlar y tomar mi doble cero-, me hace reír esa noria vista tantas veces -el cuento de nunca acabar-. Por estas selvas urbanas a las rayas las llaman filetes -argot local-.
Unos, curran en las construcción, otros, en derribos, en plan simbiótico pero sólo en lo económico.
Necesito ir a la playa pronto y el problema de la piel no me deja -es una putada-. Ya tengo ganas de nadar un poco.
Hasta hace quince días no supe que el peor mensaje dejado en mi contestador nunca existió, fui a comprobarlo. Pienso en la voz que era y ¡joder! no tengo suerte con las que me gustan de verdad. Dos meses dándole vueltas ¡qué estupidez!
El dentista está acabando. Hoy he visto salir a una de sus víctimas después de una hora de sesión, sudaba como un condenado a trabajos forzados. Me recordó a mí hace tres meses. Llevo una campaña que parece diseñada por la KGB para joderme la vida y los sueños.
Últimamente ya no tengo sueños raros -sólo alguno divertido-. Ya no golpeo la sombra enorme que me amenazaba. Era frustrante -mis golpes no le hacían nada- me agotaba y despertaba sudando. Este sueño lo tuve muchos años y hace tres meses le volví a ver la jeta al sueño -después de mucho tiempo-. Ya no ha aparecido más.
No doy un palo al agua -salvo algún recado puntual-. Paseos y hierba en el parque. Me recuesto en mi árbol, desde allí veo las sombrillas de la piscina. Son psilocibes gigantes- me resulta agradable y tranquilizador mirarlos. Escribo.
Estoy de vacaciones pastilleras -no tomo nada-. Un delicioso sueño que durará hasta el próximo miércoles.
Esta parte será una convalecencia de verdad, y no el rollo de los primeros 6 meses. Sólo acordarme se me ponen los pelos de punta.
Soy afortunado. Tengo los cuentos.  Son un pequeño fruto premonitorio salido del caos. Algo he traído -palabras y sentimientos- del fondo de ese pozo.
Hoy, he de comenzar mi último episodio -máximo tres folios- sobre la casa encantada o la mujer araña -todos caen en sus redes-. Cinco meses después, ya sereno, encaro la triste tarea -fuiste un imbécil Mario-. En papel aparte de este telediario -por el que siento mucho afecto- con el que he ido de la mano de vuelta a la realidad.
Será un ejercicio de memoria, no desapasionado y frío -eso sería imposible-, pero si, con la distancia suficiente para verlo en todas sus facetas. Ese triste día comencé a ser consciente de que algo iba a ocurrir.
Termino el libro sobre Jung, una ayuda inestimable para mí. Racionalizó mis terrores -les dio coherencia-. Me hizo ver los cuentos bajo otra luz y reconocer mis sentimientos verdaderos. ¡Qué lástima panterita! nunca más te tendré al lado, para morirse. Verla llorar de aquella manera me dejó anonadado y muy preocupado.
Comencé el San Canuto -la armadura al menos-. De momento no dan ganas de reírse. Todo se andará -oigo a Los Lobos, me sube la moral-.
Voy a pasar muchas horas solo conmigo mismo, hay que irse acostumbrando.
Cambiando de onda, sigo despellejándome, a otro ritmo, con otra frecuencia y menos intensidad.
Los días se parecen mucho unos a otros.
La anemia va jodidamente lenta, pero tengo un hambre de lobo. Supongo que saber que te espera tu vida en algún sitio, y saber cual, es un estimulo importante.
Hoy he soñado algo que no puedo recordar. Es un palo, me había acostumbrado a escribir sobre ellos -folio aparte-.
En cambio, sigo con el San Canuto -un texto para mirar con lupa-. Una obligación terapéutica que no literaria. Algo es algo.


*Fragmento del libro "Ruido de fondo".

domingo, 27 de junio de 2010

21 de mayo*

He ido a mi casa. Tengo que ir haciéndome a la idea. Casi todo es diferente.
Debo planificar los próximos meses -toda la mierda de 20 años es mucha letra para una sola canción-. 
El silencio, los espacios abiertos y la libreta serán fundamentales. Van a ser largos meses de monje otra vez ¡cosas del destino!
Escribir es básico, a veces tengo ganas de irme de algún lugar por no olvidar un pequeño detalle -he de escribirlo-. Esta libreta es también un espejo o una “silla caliente” gestáltica.
Hoy dejé parte de lo escrito en casa. El ordenador se ha puesto chulo. Escribiré en Linux mientras se soluciona.
Los espacios cerrados con bulla y mucha gente todavía no los aguanto con comodidad, así que los frecuento poco. Los próximos meses son de autodisciplina. Asignatura que resolveré.
Otra vez de monje, Mario ¡otra vez!
No quise detenerme con el tema de la radio -había trabajo que hacer-. Tenía que hacerlo. Ahora tengo que pagar el precio. Nada es gratis y menos esto de que hablo. Necesitaba hacerlo. Si lo hubiese dejado antes y todo hubiese acabado mal no me lo hubiera perdonado nunca. Quizá entonces no hubiese tenido el valor -ni las ganas- de salir adelante que tengo ahora. Bien está lo que bien acaba. Había que hacerlo.  
Tengo que ser prudente con mis emociones. Debo soltarlas poco a poco. Y nada de impresiones fuertes por un tiempo.
Vuelvo del infierno con algo de sabiduría propia -exclusivamente mía-. Lo sentido y vivido es un pequeño tesoro rescatado de ese pozo sin fondo que todos llevamos dentro. Yo bajé y di un corto vistazo al mío. Lo sé y lo cuento.
Desde el punto de vista exclusivamente personal creo haber estado unos días en el inconsciente colectivo, o muy cerca de los símbolos arquetípicos y los propios -tengo mis símbolos propios-.
Puedo decir también: he estado en el pasado, un pasado como una película de símbolos. Son parte de mí y algo más, un sentimiento puro por la vida y las personas que me rodean, me han ayudado y sufrido conmigo. Ahora tengo un compromiso con ell@s.
Poco a poco. La paciencia nunca ha sido mi fuerte, ahora la reforzaremos. 
Sigo despellejándome a marchas forzadas.
Pienso en cómo me lo montaré para estar lo más cómodo y tranquilo en casa. Me molesta todo el tiempo que necesito -demasiado tiempo-. Me pongo como un niño impaciente, entonces, mi razón dice no. 
Hay que esperar. Esperar y construir algo mientras tanto ¿Cuántas libretas necesitaré? las que hagan falta, y seguramente algo de propina. Meses y meses. ¡Mierda! no hay otra salida en el laberinto ¡vaya rollo!
Tengo que ir a mi Lhasa particular y quedarme allí.


*Fragmento del libro "Ruido de fondo".

sábado, 26 de junio de 2010

Siesta*

Quizás los dragones que amenazan nuestra vida
no sean sino princesas anhelantes
qué sólo aguardan
un indicio de nuestra apostura y valentía.
Quizás en lo más hondo
lo que más terrible nos parece
sólo ansía nuestro amor.
Rainer Maria Rilke.



Playa semidesierta. Tarde de verano. Suave brisa. El calor es muy agradable y el sol no abrasa, sólo mece tibiamente mi cuerpo. Estoy desnudo, y el mar suena como una nana de la infancia -adormeciendo mis sentidos-. 
Al fondo una embarcación a vela surca el horizonte. Navega grácil y ligera, parece saltar por encima de las olas. No distingo sus líneas en la distancia, pero remonta las pequeñas olas con soltura adolescente. Sus velas se agitan con la brisa. La misma brisa que siento en el rostro. Tendido en la arena bajo una sombra artificiosa.
Avanza frente a mi -va más rápido de lo que parece-. A ratos, todas sus velas se despliegan con energía, en ese momento, sé que una racha de viento duro la atrapa y la impulsa hacia delante con decisión. Al principio toda la embarcación titubea. Imagino entonces al patrón cambiando alguna vela de posición, porque de pronto, todas sus velas recobran la soltura y la embarcación retoma su rumbo a gran velocidad. Parece la reina del mar.
Un instante después alguien se tumba cerca de mí, y unos pequeños pies aparecen a tres centímetros de mi rostro mientras una cálida voz de mujer dice: no te gustan tanto, pues ahí los tienes. 
No me lo pienso, cojo el izquierdo con las dos manos y juego con sus dedos y con cuidado de no hacerle cosquillas le agarro el tobillo y comienzo a chupar lentamente su dedo gordo (sabe a mandarina y limón). 
Tengo una mano libre, así que se pone en marcha. La acaricio entre los dedos y la lengua se mueve alrededor del contorno de su dedo mayor mientras mis labios suben y bajan muy despacio sobre ese bonito terminal sensible. Le acaricio el tobillo, entonces oigo un dulce suspiro, y la cálida voz me dice: eres muy cariñoso -no lo sabes tu bien encanto-. 
Le paso la lengua lentamente entre los dedos y los succiono despacio. Es muy sensual, y la propietaria no se queja. Mis manos para entonces acarician su tobillo. La lengua, como una serpiente húmeda y caliente, avanza poco a poco por su geografía podal. Se desliza por su empeine arriba y abajo una y otra vez mientras la dueña anda fumándose un petardo que atufa a un kilómetro. 
Está desnuda. Lo sé. Mis manos y lengua comienzan a subir poco a poco desde su bello tobillo. Entonces retira bruscamente el pie. ¡No corras tanto! ahora el otro, dice una voz. 
Fue como hacérselo con gemelas. Le mordía suavemente los tobillos. La acariciaba entre los dedos. Me los metía en la boca mientras ella, juguetona, los movía con cuidado, complacida al parecer. 
Se da la vuelta suavemente -ahora esta boca abajo- y empiezo de nuevo. Esta vez tendón de Aquiles arriba, poco a poco (empiezo a dudar, no se si tendré saliva para todo). 
Mi lengua asciende, sube y baja, y sigue hacía arriba por su cuenta y riesgo. Lo mismo hacen las manos: Acarician sus corvas mientras mi lengua avanza inexorable por ellas -flota en el ambiente un olor a protector solar con limón- hasta que me detengo justo detrás de sus rodillas. Es un sitio de lo más sensible y sensual. Mis manos ya acarician la parte inferior de sus muslos. Oigo un apagado suspiro de placer. 
Voy despacio. Lo hago a conciencia, nada de chapuzas. La lamo toda y sigo subiendo despacio hacía mi objetivo. Sus piernas están relajadas mientras las lamo una y otra vez. A medio muslo me coge la cabeza y se da la vuelta. Ahora está boca arriba. Sigo besándolos por la cara interior -en plan ascensión montañera-. El olor de su sexo me envuelve. Estoy acabando con los muslos cuando abre las piernas. Me arrastro un poco más arriba. Ya tengo a mi alcance su sexo, y, me digo: no necesita nada de propaganda -llévalo en secreto-. 
Delicadamente, entierro mis labios entre sus piernas -sin prisa Mario sin prisa-Sus jugos más íntimos inundan de sabor mis labios -una jaima en el desierto de su piel- y la lengua se pierde por sus pliegues mientras ella abre un poco más las piernas para que no me deje ningún rincón sin explorar. Gime un poquito, o más bien ronronea. 
Siento como los músculos de su vientre se tensan, y comienzo a notar un temblor casi imperceptible. Su lindo cuerpo comienza a vibrar poco a poco, y una voz acaramelada y dulce, me dice: ni se te ocurra pararte ahora.
¡Plop! ¡joder oruga! volví a llenar de babas la funda de la almohada.


*Fragmento del libro "Ruido de fondo".

jueves, 24 de junio de 2010

Apunte (Eloína y Fermín)

Eloína es una mujer menuda, de ojos grandes y oscuros, pelo corto y muy negro. De andar ligero, sonrisa amigable, perfil breve y mirada curiosa y reflexiva.
Fermín, su compañero, es un tipo raro, de mediana estatura, de pelo ralo, largo y rizado, que le da, a un redondeado rostro, aspecto descuidado y furtivo. De movimientos pausados, mirar inquisitivo y semblante de poeta, al que el destino, encaminándolo por donde no debía, había jugado una mala pasada arrastrándolo hasta el solitario páramo informático donde se ganaba el sustento.
Su guarida, una pequeña y calurosa habitación saturada de pantallas y zumbidos, que, como si de un eremita tecnológico se tratara, es también refugio y santuario, de donde todas las mañanas escapa el tiempo justo para comerse un bocata de jamón a toda pastilla y soltar unas cuantas ironías más o menos afortunadas…
Eloína trabaja en una revista bimensual de corte social y reivindicativo. De tirada discreta, pero leída en las esferas políticas de la ciudad. Una ciudad plagada de trepas y mangantes de alto nivel, que otorga, a su cotidiana labor, un plus justiciero, y convierten, las largas y agotadoras jornadas previas al cierre de cada número, en un contradictorio ejercicio, estresante y placentero al mismo tiempo, y que, antes de llegar a casa, alivia con un par de quintos…

miércoles, 23 de junio de 2010

The end*

Las verdaderas intenciones por las que el depredador comenzó a escribir todavía se ignoran. Conociéndolo como lo conozco, seguro que ese cabrito tenía más de una.
A veces me sorprende incluso a mí, que convivo con él desde intuí que existía... ¿cuándo se detendrá?
Saltó como un autómata del Tibidabo cuando yo empecé a ver rojo -por lo visto él también me conoce de algo-.
El cuento de navidad es una breve imagen de la que se avecinaba. Como el grito lejano de un viejo compañero “cazador de cabelleras” autoritarias de otro tiempo. Y de paso, aprovechando el tirón y la oportunidad, le metí unas dosis simbólicas de temporada. 
Mi actitud cambió impulsada por aquel viejo resorte -ya no me dejo arrebatar nada más, a poco que pueda evitarlo-. En ese instante, caí en la cuenta de que existía el depredador -de hecho siempre estuvo allí- y ocupó -por medio de algún extraño sortilegio- mi lugar ante el ordenador. Trabajó por mí, y además, se las arregló para montar el pollo en una consulta de la que tuve que rescatarlo “in extremis” -con el viejo truco de la puerta trasera- cuando se oían ya sirenas a lo lejos.
Hay amig@s y compañer@s que aparecen y desaparecen. Hay también, guiños y chistes particulares para algunos de ellos repartidos a todo lo largo del trabajo -algún personaje, incluso salta de uno a otro por la patilla- que espero rían, primero a solas, y después los intercambien.
Algún guiño pasará desapercibido, y seguro que algún otro sólo hará reír a una persona -era para ella, que lo sepa-.
Los cuentos del depredador se entrecruzan en el tiempo con los de la casa encantada. Saltando de unos a otros fui -cual cojo saltimbanqui- adelante y atrás -corrigiendo o actualizando, ya no lo recuerdo-. Así he pasado mis duras horas navideñas de soledad, frustración e impotencia. 
La casa encantada es una aproximación a un corazón solitario. Tampoco sé el de quién, si el suyo o el mío, o quizás ambas cosas.
Comenzó por ser un humilde intento de provocar risas en alguien a quién recordaba especialmente por su sonrisa, y que el azar volvió a cruzar en mi camino. 
Esa parte de los cuentos son quizá el lado femenino, mío o del depredador, no lo sé.
Son una mirada profunda, sincera y breve, a veces dura, a veces divertida, otras asustada, pero sobre todo, escritos con corazón y algo de mala leche.
Un mal día, me sorprendí a mí mismo buscando adverbios, personajes y adjetivos para articular las imágenes intensas y fugaces que regresaban una y otra vez a mi memoria. Así que los volqué como los sentí, desde el corazón -algo de eso quedó en el papel- y no le hizo demasiada gracia a su destinataria.
Punto y aparte. El “On the road”, donde el relato se torna chispeante y divertido -un requisito previo que me impuse-, pretendía ser un breve homenaje a la “Beat Generation”, de la que me siento en parte heredero cultural, y tratar de hacer –si no reír- al menos sonreír, a la protagonista y musa de gran parte de los cuentos.
Ya no recuerdo con cuantos propósitos comencé, ni los que se fueron apuntando sobre la marcha, al despiste y por el morro ¡en fin! fueron múltiples y combinados. Yo entreveo varios -sólo los más evidentes-. Esto último, lo dejo caer con la mala intención de complicarle el trabajo al listillo de turno, que, desde hace rato, está intentando hacerme el perfil psicológico -todavía no terminé y ya busco otras presas literarias-.
En general, la mirada siempre subjetiva y directa en primera persona, o no, donde las cosas se cuentan mientras suceden, o no, tiene cierto ritmo de novela negra, salvo el “On the road” por razones evidentes.
Algo hay en ellos de algunos de los autores por los que siento una especial predilección y me han hecho vivir momentos increíbles:
Vázquez  Montalbán, la escena de la nevera “El estrangulador”.
De Keruac, por supuesto “On the road” y “Vagabundos del “Dharma”.
De Raimond Chandler, “La hermana pequeña”.
De Luís Mateo Díez, maestro en el lenguaje de los años fríos, tristes, raídos y polvorientos de nuestra posguerra, “El expediente del naufrago”.
De Joseph Conrad, el mar y la aventura, “La línea de sombra” y “El agente secreto”.
De Burrouhgs, “Naked lunch” y “Ciudades de la noche roja”. El viejo Bill no podía faltar.
¡En fin! ahí van algunos. Quizás el único mérito del autor ha sido digerirlos y traer de nuevo esas palabras al papel -cual mago con chistera, niño con mecano o punki de vomitona- aunque algo más desordenadas y confusas.
Después, su trabajo, simplemente consistió en enfrentarlas y buscar cómo trabar de otra manera todas ellas, y darles otro uso, humor, color, sentido, intención, ritmo, velocidad, y de paso, intentar cambiar con ellas, cuentos, por sonrisas.
Desearía haberlo conseguido.
Telaraña o laberinto tanto monta.



*Fragmento del libro" Ruido de fondo".

martes, 22 de junio de 2010

3 de julio*

Hay un solano que te mueres oruga. Esta mañana ha sido de biblioterapia. Ya sabes, gestalt oruga, mucha gestalt he tenido que padecer.
Hoy, hablé con Ángel de Contrabanda, de su libro, de los cuentos -todavía no acabó la corrección-. De mi “pelotazo” le cuento que ya está resuelto, y le pregunto si se notó en la entrevista que grabamos para el documental -me cuenta que no-. Al parecer está todo bien -menos mal-. Ahora sería incapaz de repetir aquella mítica hazaña. Fue el último esfuerzo que tuve que hacer antes de que se me fuera la pelota.
Un hecho interesante: una alucinación condicionó todo mi cuelgue posterior. Fue gracias al caramelo de miel y limón, la sufrida, bella y triste flor de invernadero -mal sitio para una flor mediterránea-. ¡No sabes llamar! gritó, y le enseñé el caramelo. Se enfadó -qué raro-. ¡El caramelo te lo comes tú!
Qué más quisiera yo, pensé. Me reconocí, sabía donde vivía ella, pero no bien quién era yo.
Asomada al balcón la vi con sus bonitos hombros desnudos. Estaba jodidamente guapa a pesar de todas sus desdichas. Vi a su madre detrás de ella, sentada, con el pelo blanco y vestida de negro.
Regresó su nombre de nuevo a mi mente -era mi Eva-. El nombre de mi frágil y delicada musa. Oí entonces una voz que me decía: Mario, cada día está más guapa esta mujer, y que ojazos.
Tuve envidia de las gafas que dice tiene para leer, me hubiera cambiado por ellas. Por un momento hasta pensé que había quitado el numero del portal por complicarme más la vida.
Allí me quedé, pasmado, mirando hacía arriba mientras desaparecía en su torreón, ingrávida, inalcanzable y distante, con una sombra negra de mal agüero sobre ella -sobre mí-. ¿Qué tienes, amor?
Fue la última vez que vi cara a cara a la flor del atardecer -es su mejor momento-. Eran la cinco y cuarto cuando conseguí llegar a mi casa sin titubeos. Un rato de paz antes de que todo volviera a comenzar.
Tiempo después, tuve que situarme en la misma posición, justo en el mismo sitio, y mirar hacía arriba -era imposible-, desde aquel lugar no podía ver a nadie que estuviera sentado detrás de ella. Eso fue una alucinación en segundo plano oruga. Era miércoles –igual que el último día que subí a su garito-, como te lo cuento.
A las ocho de la tarde vino Trivi -habíamos quedado. No lo recordaba, o quizá si, pero me era imposible encontrar un par de calcetines parejos.
Cuando empujó la puerta andaba en eso. Calcetines por todos lados formaban parte esencial de la decoración caótica desplegada a mí alrededor -una trinchera era todo aquello para mí-. Lo miro y le digo: “las he pasado canutas. Anduve una maratón y estoy seco, pero soy incapaz de salir solo. Me voy tío, me voy”. Salimos a la calle.
Iba algo mareado y confuso, con una depre total y absoluta, desorientado. Cogimos un taxi hasta el bar de Edelmiro -yo seguía con mi rollo: me voy tío, me voy-. Me pareció que ponía la cara de psicólogo mientras me iba echando vistazos de cuando en cuando -me costaba interpretar sus miradas-.
Cenamos mientras le cuento mi empanada, de alguna manera, para mí aquello era una despedida en toda regla, y mejor que con mi más viejo amigo imposible.
Por si hay que irse, le digo una y otra vez -entre 0.0 y 0.0-, o habrá que irse -Luís Mateo Díez total-. Me animó bastante -había salido lúgubre y denso- y estaba contento.
Quizá no quise que mí viejo amigo me viera desesperado mientras me despedía de la vida. Observaba cada detalle a mi alrededor como quién le hecha el ultimo vistazo al mundo -esa última imagen antes de la noche definitiva-. Pensaba: hay que morirse, pues se valiente. Que tu amigo no te vea desesperado. Sonríe, haz chistes, que guarde un recuerdo alegre, al menos él (23 de marzo oruga).
Al día siguiente hice la llamada que no deseaba hacer. Llamé a mi madre y le dije, a mí pesar, que vinieran a buscarme -mala solución-. No tenía ganas de aguantar al “vaya, vaya”*.
Desde el día 19 todo fue de mal en peor. Cuando dejé a Kasti junto a la estación de Canyelles.
Al llegar a casa comencé a estar más y más inquieto, no podía dormir. De esa manera comenzó la maratón. Salí a la calle, vueltas y más vueltas alrededor de las pistas de baloncesto. Tres horas con ese plan de vida me dejaron agotado. Pero seguía temblando, en aquel momento, recordé las dudas expuestas al dr. Crespo -sobre todo por el hecho de vivir solo- al comenzar el tratamiento para la hepatitis c. Conocía casos. Alguno me dijo: tío, tuve que dejar esa mierda, lo vuelve a uno medio loco.
Aquello no traía nada bueno, y por añadidura, el tema de la radio se había complicado a causa del dúo dinámico. Pretendían hacer de jefes del cotarro a pesar de su incapacidad manifiesta.
Querían, amaban el consenso, pero eran incapaces de ceder nada en sus posiciones, que, ya entonces, no tenían nada que ver con la realidad diaria del colectivo.
Todo se resumía entonces en tratar por cualquier medio de desacreditar a los demás. El consenso eran ellos, que no cedían nunca en nada, a pesar de sus continuos errores de apreciación por falta de capacidad y experiencia en asuntos que implicaran a más de diez personas, donde, las distintas posiciones, requerían ceder todos un poco para que no sobrara nadie.
Eso para el dúo no era consenso. Éste, según su criterio, consistía en hacer lo que ellos decían o no hacer nada. En llegar tomar las decisiones por agotamiento del resto -hartos ya de tanto discutir- y cuando los compañeros se iban de las asambleas ante la inutilidad de estas.
El día de la ocupación del dial por parte de la radio mas nacional de España, RNE, canal 5 noticias -otra vez el 5, oruga- no aparecieron.
Sólo dos días después vinieron a quejarse por cómo habíamos reaccionado y a exigir que se apagara el emisor, pues éste, estaba dentro de su propiedad y tenían -según dijeron- miedo a la multa que podía caerles. Cuando yo, ya sabía que, en realidad, lo que querían era joder el colectivo porque no podían dirigirlo a su antojo.
No hubo mas remedio. Los insumisos se sometieron a los dictados de Radio 5 a una velocidad digna de un campeón de los 100 metros lisos -católicos de esplai-. Pero ese día oruga, les dimos una lección asamblearia que recordarán toda la vida.
Arrastraron a los despistados de turno. Suelen ser los personajes que se limitan a venir a su programa cada quince días, y, por consiguiente, lo ignoran todo sobre el día a día de nuestra pequeña emisora. Intentaron arreglarlo planteando un ruin chantaje. Había que obedecerles -ellos dos decidirían lo que era libertario- o no habría repetidor en su propiedad.
Así, el panorama no permitía que yo reposara lo necesario. En aquel momento apareció la ojos bonitos en mi mundo, fue, en ese instante, una bella goleta en el océano de un náufrago. Una jaima en el desierto.
A partir de entonces mis tareas en la radio se multiplicaron por 5.
Reuniones, programa, entrevistas para otras radios, para algún periódico, la campaña, las charlas, actos y más actos. Mi disgusto monumental con la panterita, que -para su desgracia y la mía- también pasaba por un muy mal momento en aquella época -mi bello amor-.
Estas circunstancias me sumergieron en un triste torbellino. Donde la desorientación ganaba terreno a marchas forzadas. Así fue todo hasta el final. No quise o no pude retirarme a tiempo, y los múltiples tratamientos simultáneos que seguía -hepatitis c, vih, antidepresivo, antibióticos por lo del dentista, antiinflamatorios y calmantes para la artrosis de tobillo-, comenzaron a pasarme factura sin compasión.
Al día siguiente (20 de marzo) subí por la tarde a la radio -había que ajustar la antena-. Desde allí llamé a mi goleta, y por lo oído la preocupé. Dijo alterada: “¡estás en la radio!”. Le conteste: “si, pero no me he acordado de subir el rulo. El rulo ya te lo bajaré yo”.
No pude quedarme. Comencé a temblar al oír una canción -The Maytals- el Bam, Bam. La presión arterial se me puso por las nubes y salí desesperado a la calle -todo era una amenaza-.
Entonces decidí subir a la montaña oruga. A caminar por los paisajes que tan bien conozco. Estuve desde las 6 de la tarde hasta las dos de la madrugada dando vueltas y más vueltas.
Pasé por Kan mas Deu en varias ocasiones -arriba y abajo-. Una y otra vez       -pararme era imposible-. Con la luna como único testigo del comienzo de mi extraña maratón. Caminar era lo que impedía a mí ataque de pánico pasar a mayores -no corras Mario, no corras-.
Subí a mi cima -esa cima donde me senté tantas veces-. Coronada por un repetidor de radio y tv. El lugar, donde -cuando llegue el momento- arrojarán mis cenizas.
Mirando el mar -sin goleta en el horizonte- me detuve unos minutos para recuperar el aliento. Había calma. Me serenó la luz de la luna -era un espejo plateado- rielaba en el agua enviando su luz a mi montaña.
Después de eso, un barranco enorme y por él cuesta abajo hasta la carretera. Llegué a casa agotado, viendo borroso y sin sueño. La fiesta había comenzado.


* Homínido envidioso como un niño. La única habilidad de la que está dotado y trata de ejercer con solvencia es tratar de darle la bronca a todo el mundo y liarse a voces por cualquier cosa.




*Fragmento del libro "Ruido de fondo".

lunes, 21 de junio de 2010

28 de junio*

Oruga, son las cinco de la madrugada y aquí me tienes otra vez. Como un adicto en pleno éxtasis. Oigo a Rosendo con Leño y comprendo por qué no le gustó. Me parto de risa ¡qué desilusión! Descuélgate del estante, y si te quieres venir, hay una plaza vacante...etc.
Ayer, pasó por la plaza una de mis enfermeras preferidas de la maldita 6ª planta. Maria, morena y simpática. Conocida mayormente por formar parte del coro vocal del conocido grupo de “rock sanitario” de finales de los noventa, “Dr. Krespo y las Vampiras”. 
Todavía las recuerdo bailando y haciendo girar sendos fonendos a ritmo de rock' n' roll. Lupe -rubia con el pelo corto y gafas a lo Martirio- aparece con su bata blanca tradicional. Es la más rápida aguja en mano -te abre una vía y te enteras tres días después-. 
Cuelgan de sus micros botellas de suero fisiológico. Siempre dispuestas a sacarle una muestra de sangre a cualquiera a la que se despiste. Quién no recuerda su último trabajo: “hepatitis c”. 
El dr. Krespo: bata blanca hasta las rodillas, chupa de cuero negro y gafas de sol a lo Peter Punk -sin duda para disimular su parecido con el Ibarreche-. Estuvo en las listas de ventas cincuenta semanas -según la revista “Rolling Stone” de la época-. 
Nos saludamos con mucha cordialidad y pregunta. Bien, descansando de verdad -le cuento-. Haces mejor cara me dice -por supuesto, le cuento-. Hasta tengo todo el pelo que me corresponde genéticamente hablando. Mi sentido del humor tardará algún tiempo más en quedarse conmigo definitivamente. Jugará al volei playa en la plaza -la enfermera-. No me lo pienso perder.
Las dos Evas vienen a mi memoria “Retrato” y “On the road”. Dos caras de una linda, frágil y desafortunada moneda, lanzada al aire de la vida, que gira sin cesar -sin decantarse nunca-. Gira en el aire una y otra vez, con una suave cadencia, ingrávida y distante. A lo lejos, miro el espectáculo y sonrío junto a mi impotencia. 
Oruga, la vida a veces es así -hay que andarse con ojo-. Las tragedias son el pan nuestro de cada día. Nuestra faz, a veces sublime y mágica, reducida a su más ínfima condición, la soledad, esa soledad profunda e íntima -que nos aleja de la realidad-. Se puede padecer a pesar de no estar solo. Se adueña de nuestra existencia a la menor oportunidad, y cubre con su manto rutinario, triste y polvoriento, nuestra vida, donde la incertidumbre y el miedo se adueñan de las frágiles criaturas que por este mundo andamos -con más voluntad que fortuna-. Guárdate Eva de esa emoción. Es capaz de teñir de gris tus días más hermosos y quedarse en tu garito -como una alimaña- alimentándose de tus sentimientos más alegres y bellos, robándote la sonrisa y la vida sin compasión.

domingo, 20 de junio de 2010

¡Pobre conejito blanco! (receta friki)

Estaba haciéndome el papeo cuando me he acordado de alguien. Hoy, la manduca es un experimento:
Quería aprovechar unos caracoles pasados de picante –regalo de un gallego medio druida- que tenía en el congelador desde hacía tiempo…
Me puse a trocear un conejito...
Veréis… cuando me acuerdo del pobre conejito blanco, que le sirlé, con jaula y todo, a una niña de 6 años, el -tan señalado para los infantes- día de Reyes, me pongo muy triste ¡Pobre conejito blanco!
Eso sí, lo aproveché todo. La jaula se la vendí a un funcionario de prisiones obsesionado con su trabajo, y con la piel me hice un gorrito de cazador a lo David Crockett. Me lo pongo cuando subo a la montaña. Así también se da una vuelta el pobre conejito…
Lo he pasado por la sartén. Un salteo breve, pero intenso, y lo he retirado.
Luego lo de siempre:
Cebolla picada, ajo, pimiento verde y rojo y zanahoria… chup, chup.
Después de fumarme un petardo, mientras las verduras, a fuego lento, se revolcaban en una ardiente orgía dentro de la cazuela de barro, he separado los caracoles de su salsa… Ha sido entonces cuando he empezado a sospechar…
¿Y si ese cabrón me los dio envenenados con algún siniestro alucinógeno?
“Tienen mucho picante, pero están cojonudos” -me aseguró, al endilgarme el tapergüare con los caracoles. Me endiña el taper y se pira de vacaciones…
Pues si, la salsa de los caracoles, rebajada con un poco de agua, a la cazuela.
Los Ilegales, Rosendo, Los Suaves, Leño… Estoy convencido de que si le pones música cañera el conejo sale más tierno… ¡Pobre conejito blanco!
Lo cogí por las patas traseras y lo desnuqué de un solo golpe contra el marco de una puerta. Ni se enteró.
Con el rollo del alucinógeno se me ha olvidado comentar que, un poco antes de meter los caracoles, había puesto el conejito de nuevo en la cazuela.
A la media hora pruebo de sal… Los aromas no se han hermanado aún, y me parece que el sabor no está del todo equilibrado. Poco a conejo…
En ese momento, me he acordado de unas usadas bragas chinas que guardo en el cajoncito azul, por un instante, me he visto sonreír mientras las metía dentro de la salsa… pero… no sé por qué, enseguida lo he descartado. No puedo renunciar a ese recuerdo. Pero un toque estaría bien… ¡Pobre conejito blanco!
Tengo la sensación de que el conjunto está pillando un color un poco raro…
Me asaltan las dudas con respecto al resultado final. El sabor, por un lado, que no me termina de convencer y, por otro, el responsable de los caracoles se ha dado el piro por si acaso…
Mientras le doy unos meneos a la cazuela me acuerdo de Kasti, “El Químico”. Estará harto de bocata pinchos… Sonrío, es temprano y hay comida de sobra. Tengo tiempo de invitarlo.
Si los caracoles están dopados hasta los cuernos sólo él dispone de los  conocimientos suficientes para salir de un infierno… Le comunicaré mis sospechas después de papear y a ver qué pasa. ¡Pobre conejito blanco!
Al guiso le quedan diez minutos. El momento de mayor riesgo… Hay que probar un invento para darle el toque que le falta a la salsa.
Voy al cajoncito azul, cojo un pequeño sobre de plástico de cierre hermético que conservo con ardor… Saco unos pocos cabellos negros, cortos y rizados, muy rizados. Selecciono unos cuantos y los deposito en la tabla…
Con mucho cuidado, vuelvo a dejar el vello restante dentro del sobre y lo guardo en el cajoncito azul.
Con un cuchillo japonés, que compré con la Vanguardia del domingo pasado, pico fino, muy fino, la seña de una feminidad. Se la echo el guiso… Chup… chup. Lo tapo, bajo el fuego y... en cinco minutos listo.
¡Pobre conejito blanco!

sábado, 19 de junio de 2010

7 de junio bis*

Escucho “Historias de misterio e imaginación”. Poe, por Alan Parsons, me pregunto: ¿por qué?, lo que no deja de ser una gilipollada más que añadir a la larga lista invierno-primavera made in interferón.
Trato -de nuevo- de ponerme en el lugar de mi bella musa, mis lindos ojos en el laberinto. Menuda empanada tendrá. Te atrapó Mario, bien pillado estás, por más rollos que cuentes.
Llama Laia y hablamos largo y tendido -ella hizo el mismo “tratamiento” el año pasado-. Estuve en el infierno, me cuenta. Sonrío, y le cuento: yo lo tengo por escrito. Enseguida se interesa y me cuenta que hay quién se ha suicidado. Hay hospitales del estado, donde para este tratamiento se aseguran de que la victima tenga un buen soporte familiar.
Le han pasado cosas parecidas, miedos, intolerancia a las discusiones, algo de mal carácter, su compañero diciéndole que era una “mangui”, ¡je, je! Está curada ella también ¡estupendo! Hablo del antidepresivo, y me dice : “Efecto rebote” ¡Es cojonudo! me he de enterar por ella. Le cuento -resumida- mi odisea femenina. Trata de animarme.
Los efectos de las inyecciones se irán lentamente.
Éste ha sido un buen golpe para mí, casi todo un año perdido. Un montón de sufrimiento que extendí a otras personas. Es lo más duro, y tengo que remontarlo.
La “prota” seguirá dándole cuerda a su reloj, y yo en la playa, pensando en ella, pintando su retrato mientras cuento mi odisea.
El depredador mira el sol de junio y sonríe -ha tardado esta primavera en ser luminosa para mí, pero aquí está-, mira el sol radiante -como sus ojos- y, se dice: eres un hombre valiente y soñador, si no, no estarías aquí.
Tengo los cuentos -inconscientes y conscientes-, son un regalo inesperado, una terapia “gestalt” mirando el luminoso horizonte.
Suena el “Sister morphine” y voy veinte años atrás como si nada, veo caras de amigos y amigas, de ligues, de amantes, de presos -como una vieja leyenda-. Los que quedaron atrás sonríen y me dicen: “On the road again” Mario, ¡suerte leopardo!


*Fragmanto del libro "Ruido de fondo".

7 de junio*

Jamás pensé que el cuento se pudiera alargar tanto.
Vuelvo al ordenador -ya sin temblor de manos-. Tengo delante un pequeño y delirante manuscrito donde se cuenta mi pequeña odisea, sólo quedan por perfilar los momentos de acción -descritos muy brevemente- pero frescos todavía en mi memoria.
Vistos bajo otra luz, la que da el tiempo y la experiencia vivida -como una leyenda urbana-. Algunos poemas hay, y, modestamente, alguno bueno creo.
Hoy hablé con Laia sobre el asunto -ella pasó por eso el año pasado- le he contado muy por encima la historia -amiga común incluida, pero con otro alias-, ¡en fin!, allí, lo mismo que aquí, se hacen estos tratamientos a lo bestia, sin avisarte -sin recursos psicológicos para atender a la gente-.
Es imposible llevar este tratamiento estando solo y algún día habrá que lamentarlo.
Me parece una temeridad después de cómo lo he pasado yo. Los disgustos y preocupaciones que he causado a mis amigos y a la “prota” de los cuentos.
No sólo el delirio radiofónico está en ellos, también otras partes de mi inconsciente. Este verano tengo que articularlo y darle tratamiento literario sin que pierda coherencia, bien que mal la tiene.
Oigo a JJ. Cale ahora mismo oruga, el Money Talks. Extraordinaria guitarra y bella voz, otra versión -el mismo cuelgue pero en otra onda-.
Esta hora es buena para mí, el silencio me ayuda y el cambio de color de las paredes también, ésto es importante para dejar atrás las horas de terror y miedo pasadas aquí -tan sólo dos meses antes-.
Ahora toca reposar con mis textos y tratar de hacer con todos ellos unos cuentos multimedia, desde otro ánimo, distinto al ritmo frenético de los primeros textos o al de gran parte del manuscrito. Donde guardo mis miedos, mi pasión, mi batalla y mi locura. Ponerle armonía y sentido del humor es otro pequeño desafío para mí.
El depredador dice que lo hará, y cuando se le mete algo en el tarro, fijo que lo hace, aunque reviente -es así el muy cabrón- ¡suerte leopardo!
Si algo tengo claro ahora, es, que tengo una salud de hierro y soy afortunado -tengo suerte o conjuré mis demonios- mr. Lucky al menos.
Vengo del infierno con el manuscrito sin chamuscar, con ganas de dedicarle tiempo e ilusión y dejarlo lo mejor que pueda, a pesar de lo complicado que será.


*Fragmento del libro "Ruido de fondo".

martes, 15 de junio de 2010

Febrero 2*

Muchos días sin retomar estas páginas, tiempos complicados para mí, pues soy consciente de mis limitaciones -mis fuerzas se agotan día a día-, pero no era ése el motivo que me hace sentarme ante una página en blanco, sino un soplo de lucidez lo suficientemente importante para sacarme del sofá, que parece ya el de los Simpson.
He buceado en mis sentimientos de hace muchos años, y he descubierto cuándo comenzó ha escribir el depredador y por qué, esto, que para otros puede tener escasa importancia, para mí es un hecho monumental.
Los cuentos de convalecencia son una expiación, una disculpa ya inútil e innecesaria, hace mucho, mucho tiempo, defraudé a alguien con quien compartí mis horas juveniles, y al que debo algo impagable, ese algo, fue abrirme la puerta y darme otra visión del mundo… Tiempos acelerados aquellos, en los que yo absorbía como papel secante toda nuestra intensa batalla sin entenderla todavía con claridad.
Rodeado de todas las insuficiencias del mundo, aprendiendo a pensar, organizar, a saber elegir el momento adecuado, cuándo hay que poner las cosas en su sitio, y asimilando al mismo tiempo un montón de materias -de esas que, afortunadamente, todavía no se dan en la universidad-.
Ayer cogí el maldito libro, lo abrí y leí la dedicatoria, no hizo falta más, llevaba sin abrirlo desde el día de su muerte o algo más, simplemente, no merecía aquella dedicatoria, la he leído hoy, y dado mi estado, las lágrimas salieron solas, cayeron sobre el papel, y hay están, ya forman parte del ejemplar que habla de cómo una vez defraudé a un compañero que me dedicó tiempo e interés -lo hacía con todos los jóvenes-, se presento un día, cuando yo ya sabia la manía que le tenían los comunistas de mi empresa, y que dejaron de hablarme por ello, en cambio él, me dio este volumen.
Bien, mi fracaso, no tanto por mí sólo -que lo fue- y mi tristeza, eran no poder volverlo a leer, me sentía un miserable por el rumbo que tomó mi vida -él mismo que otros muchos jóvenes de aquella época-.
Tampoco fui al acto civil cuando falleció, ni al entierro, simplemente, no podía mirar a la cara a mis otros compañeros. Esto, que ellos de alguna manera entendían, para mí no era suficiente -me hubiera sentido una rata de alcantarilla en el funeral-.
Todavía no paso de la dedicatoria y de ojear páginas sueltas, pero lo he abierto a pesar de todo -por primera vez, después de diecinueve años-, es un paso importante y decisivo.
A modo de humilde reparación, decirte, con ilusión y confianza, que tengo a Jesucristo y a Stalin, crucificados juntos en una antena del Carmelo hasta que se pudran.
Para tí, Jose Antonio, que no lo leerás.


*Fragmento del libro "Ruido de fondo".

Expreso al infierno*

No sé cuantas personas han cogido alguna vez ese tren, ni cuantas están de vuelta -la narración es extraña- comenzó, o mejor, cuando empecé a sentir que viajaba en él, ya no pude apearme, quizás flotaba en el ambiente desde mucho antes, como una diminuta ola que, poco a poco, va acumulando viento y más viento, hasta que deviene en huracán, donde, ciertamente, he dejado jirones de mi mismo, pero también es cierto que me he traído toda la experiencia o, al menos, toda la que pude recordar -que fue mucha- anotada cuidadosamente      -¡qué paranoia!-.
Ha sido muy importante para volver a recomponer las piezas de mi mismo, desparramadas como un collar de cuentas roto, en una habitación amarillo y rojo, en más de un estudio de radio, en una plaza de mi barrio, y en la puerta de mi Eva.
Extraño tren, donde los viajeros -como fantasmas-, vagan sin rumbo, sin saber donde apearse, y se miran -una y otra vez-, unos a otros, sin reconocerse nunca, un lugar, donde los paisajes de siempre desaparecen con un chasquido de los dedos.
La calle entonces, es sólo una carretera desierta en la noche -una ciudad desconocida-. Esa soledad, es desolación, y los que por ella andan -seres extraños, que vagan sin rumbo con la brújula averiada-, no reconocen su rostro, ignoran quienes son y a que mundo pertenecen, si tienen suerte, quizá encuentren un rasgo, un detalle, algo que les indique el camino de vuelta.
El laberinto de espejos está servido, deséale suerte al viajero, la necesitará.
Bromas aparte, febrero tuvo algo de tranquilidad, no escribí mucho, pero trabajé con el tema de la emisora hasta el 20 ó 21 de marzo, donde, antidepresivo y energías dijeron ¡basta! Hasta ahí lleva este cuento, al andén donde espera “el expreso al infierno”.


*Fragmento del libro "Ruido de fondo".

lunes, 14 de junio de 2010

Febrero (05)*

Comprendiendo que Ulises no se libraría, esa noche de narrar su Odisea, dijo Esteban a Sofia: “tráeme una botella de vino del mas corriente, y pon a refrescar otra para luego, porque el relato será largo.
El siglo de las luces, de Alejo Carpentier.


¿Qué puedo decir del mes de febrero? Apenas tengo notas sobre el dichoso mes. Tenía la moral hecha polvo y me sumergí en las tareas de la emisora. Fueron demasiadas para las escasas fuerzas que me quedaban.
Seguí con el programa a pesar de todo, aunque triste después de la puñalada que yo mismo me di en el corazón. 
Mi sangre iba desbocada hacia una anemia mortal de necesidad y el tratamiento seguía a toda pastilla -chute semanal incluido-. 
Mandé un sms a la “suspiros” el día de su cumpleaños -no hace falta decir que, ella, no hizo lo propio tres días después que era el mío-. 
Le grabé algo de música, era mi manera de decir algo que, ya entonces, era incapaz de expresar. 
Más tranquilo estuve por unos días, pero viendo borroso y con el extraño presentimiento que tuve el día de mi santo -en casa de la ojos bonitos- planeando sobre mi cabeza como un buitre hambriento esperando su oportunidad. 
A pesar de mis muchas otras preocupaciones no podía dejar de pensar en ella.  Y fumando hierba como si me fuera en ello la vida, me decía: Mario, a la chica le falta una tuerca y a ti te empieza a faltar un tornillo -vaya par-. Ella casi no sale -enclaustrada está-, y tú cada vez puedes moverte menos, además, ya no distingues un huevo de una castaña la mitad del tiempo, y la otra mitad, con el Parkinson residual amenazando ya con quedarse a vivir de forma permanente en tu guarida.
El sueño, empezó a hacerme el avión o la pirula, a días alternos, y yo cabezón, a la que no tenía nada que hacer pensaba en sus ojos -como claveles rojos-. En aquellos ojos que desde entonces forman parte de mi existencia. 
Intenté luchar contra aquella imagen una y otra vez, pero es imposible luchar contra el destino. Su bella mirada me atravesó y dejó dentro de mí una suerte de embriagador y dulce veneno que forma parte fundamental de una experiencia poéticamente aterradora, donde mis fantasmas reaparecen una y otra vez, y la atracción por una mujer se impuso al odio que sentía por algún excompañero. 
Ahora está en mi inconsciente también -éramos pocos y parió la abuela- y sin pedirme permiso.
Las reuniones en la radio eran largas y espesas, lo que no contribuía en nada a conservar lo poco que ya quedaba de mi salud. 
En casa me dio un rollo monotemático con la música -blues y más blues-. El “Remember bliss” de John Mayall sonaba una y otra vez, como una premonición del futuro que me esperaba -agazapado sobre mi mismo y el inconsciente buscando ya su oportunidad-. Y ahora -una mañana cantarina de finales de primavera-, ya lejos de mis terrores, lo recuerdo como una alocada y triste carrera cuesta abajo, hacía la desesperación, la soledad y la locura. Rodeado de compañer@s, amig@s, canciones, con unos ojos brillando en el espejo -como azulejos- mirando a lo lejos. Inalcanzables, llorosos, solitarios, desolados y confusos, que si bien iluminaban a piñón, teñían todo a su paso de desolación, desnudándome de esperanzas, con el corazón triste y solitario -a solas con mis miedos- en la recta final de mi duro tratamiento y sin fuerzas para pensar con claridad.
Apenas recuerdo gran cosa y por un error fatal perdí gran parte de lo escrito    -lo largué sin remisión al cementerio virtual-. Intercambiamos llamadas en plan raro -en un confuso código que ninguno de los dos era capaz de entender del todo-, del tipo: “no quiero formar parte del circulo que te oprime, no es ése el papel que quiero jugar en tu vida” “ ríete o te mueres” “eres una engreída” “es que estoy nerviosa” “a mi no me agobies” “me mirabas con ojos de tiburón” “no me hables en ese tono” “quiero mi rulo o algo parecido” “oye, que es el tratamiento” “¡pues vaya tratamiento!” “yo soy incapaz de hacerle daño a ninguna mujer” “¡pues solo faltaría!”. 
Algo debió de dolerle. Sé, que a veces, uso un tono frío, distante, indiferente, que hace daño. No son las palabras, sino como suenan. Ajenas a todo parecen llevar una despedida implícita. 
Después de eso, sólo un mensaje en plan borde sobre mis paranoias, -cómo si yo no estuviera enterado a esas alturas- devolviéndome la frase de “no quiero formar parte de”. Su “¡olvídame!” me partió el corazón. 
Eran ojos de poeta convaleciente, solitario y frágil los que la miraban aquella desdichada tarde. Intentaba retenerlo todo con ojos apasionados y profundos   -quería escribirle cuentos y en eso andaba-. Nunca lo supo mi esquiva musa. 
Le dije algunas cosas que no le gustaron, pero alguien tenía que decírselas: “si no te quieres tú, nunca podrás querer a nadie” fue quizá el más duro comentario. Lo hice porque me importa, me duele su dolor, se parece al mío de otro tiempo.
El rulo* sigue rulando aún, como una antigua maldición en constante estado de ejecución sin acabar jamás de finalizar su sortilegio -en plan proceso informático en estado zombi-. Total, me toca comprarle uno nuevo. El original sucumbió en una primaveral y alucinante noche -sin solución ortopédica alguna- en una “jam” de cuatro horas contra el granito de una acera solitaria de su barrio y el mío.
Días borrosos fueron aquellos -ya tan lejanos en mi memoria-. Entre las dudas, la tristeza, el trabajo de la radio y el tratamiento, que, robándome el sueño y la tranquilidad, se iban adueñando poco a poco de mi vida.
Un mamoncete comenzó a intentar agobiarme por teléfono sistemáticamente. Primero desde su casa, y luego desde un locutorio -en un alarde de cobardía que no le conocía todavía-. Intentaba burlarse de mí situación. Tuve que desconectar el dichoso artilugio y usar el móvil únicamente. 
Me alteraba los nervios, y para postre, cuando intento explicárselo a la panterita, sin saber nada del asunto, me manda un mensaje llamándome paranoico poco más o menos. Me dolió oruga.
Hoy, la madera picó a mi puerta y no estaba. Andarán con lo de la citación que ya fui a recoger. Informe al canto o algo así. ¡En fin! hoy es verbena, hasta el sábado o el lunes no habrá numerito de maderos, y que conste no los he incluido yo, ni ella, se han apuntado -querrán salir en la historia- por el morro.
Sigo con Freud y la histeria, trato de comprender y comprenderme, aunque lo mío lo tengo algo más claro, lo de ella me cuesta más. Ahora tiene miedo o se siente culpable, y si me ve pensará que quiero hacerle daño ¡qué risa! Ella sabe lo que quiero mejor que yo, y eso la preocupa ¿por qué será? 
Primero pone un cebo muy difícil de rechazar -como el Padrino pero en versión femenina- y cuando ya has picado le entra miedo y pagas las culpas de su desolación, su tristeza, su dolorosa existencia.
Coche rojo, cojines rojos, posavasos rojo, estera roja, yo digo además, corazón rojo y solitario ella. Rojo, solitario, desesperanzado, triste y fuerte el mío.
Todos los tíos del planeta andaban tras ella para verle el coño, al principio no le di mayor importancia, pero me pareció oírlo en tantas ocasiones que, al final, me decía: ¡coño! Mario, seguramente tiene un coño extraordinario. Uno de esos regalos que nos da la naturaleza tan pocas veces, y tú, la diñarás sin ver tan especial legado genético, producto de miles de millones de generaciones femeninas. Total, que tuve, tengo y tendré, curiosidad por ver eso que, por lo visto, busca en ella toda la parte viril de la humanidad. 
Tanta propaganda, es normal que al final te entre curiosidad masculina. A mí ya me gustaba antes de saber que albergaba un legado genético de importancia capital entre las piernas y que, al parecer, todo el mundo andaba al acecho de la dichosa joya fisiológica. Me interesaba toda entera -así que poco podía hacer-. Linda chica mi musa, hasta cuando se enfada tiene algo especial, único, al menos para mí. 
Así estaba, hasta estas nimiedades se iban acumulando -en mi ya confusa vida-. Todo se incorporaba a mis preocupaciones sin poder pensar con claridad sobre ello y sin poder descartarlo de mis pensamientos. Todo fue en esa onda hasta el colapso.
Para postre, ese mes se incorporó a la fiesta un tipo pequeño y desarrapado, una especie de híbrido entre un elfo y el señor Spock. Se puso a darnos la tabarra con un desmesurado afán de hacerse notar a costa de lo que sea. Parecía Diógenes en su mejor momento, sableando a quien pillaba -el caso era pedir algo-. Andaba cambiando de vivienda cada dos meses y poniendo cara de precario crónico. Me dieron ganas de subir a la radio y cortarle las orejas en punta -por Maruja- al enanito del cuento. 
Del quince de diciembre al quince de enero mis células sanguíneas bajaron en picado. Mi suerte estaba echada.
Ahora, después de la maratón pastillera -ya normalizada mi existencia-, leo y veo más el lado poético que tuvo, el miedo, la desesperación y el pánico, sólo son un mal sueño ya lejano y superado. 
Un cuento urbano para reincidentes y pillados de toda condición. Para los alucinados y contradictorios seres de cuya especie formo parte. Y muy especialmente, para aquellos que, de una ú otra manera, lo vivieron y sufrieron conmigo.

* Artilugio rodante de madera para automasajearse los pies.  (nota del autor)  


*Fragmento del libro"Ruido de fondo".

miércoles, 9 de junio de 2010

La casa encantada 2 (enero 05)*

Cuando empujé la puerta noté que algo había cambiado. Era la dueña lo diferente, porque a la gata, como pasó de mí olímpicamente, no la vi, o a lo mejor, fui yo, el que paso de ella, no sé.
En lugar de Agustina de Aragón, había una chica insegura y algo confusa. Me pareció que ella misma alimentaba su tristeza, y que el alcohol, era la llave que le daba cuerda a esa estúpida ruleta imaginaria y trágica -atrapada en su propia telaraña-.
Llevaba un pijama que le sentaba muy bien, parecía cansada y, por supuesto, como casi siempre, triste y con aspecto de no haber roto nunca un plato. Después de la tempestad viene la calma, pensé.
Cuando nuestros ojos se volvieron a encontrar, no tenía aquella mirada orgullosa y feroz, en su lugar, había una suave luz que contenía todos los atardeceres del mundo.
También la estancia era diferente, no había el voltaje de la última noche. El ecosistema, si no de armonía, si tranquilo -con cierta frialdad o desconfianza-.
Se palpa un ambiente adolescente, los miedos e inseguridades por delante. Somos muy precavidos. Yo prefería, desde luego, que no saltaran chispas como la noche anterior, cuando cruzábamos miradas cómplices.
Tenía un montón de preguntas y aclaraciones que hacerse y hacerme. Llevaba el pelo recogido, y no me di cuenta de cuando se lo soltó hasta que note sus efectos, y eso que estábamos a dos metros uno de otro -si en aquel momento caen del cielo dos paletas de ping pong, hubiéramos podido jugar unas partidas- ¡cuántas precauciones! Mal empezamos, me decía en aquel instante.
Dos metros entre los dos, y en medio, una estera, dos o tres cojines y un cenicero, ¡terreno abonado vaya! -me pareció un terreno de entrenamiento o un campo de minas, poco más o menos-. Había demasiados frentes en aquella batalla para un tipo como yo.
En realidad, no sé si quiere verme para rematar la faena -me digo, algo acojonado-. Entonces, hice algo que me costó mucho aprender, a pesar de ser tan sencillo: escucharla, con la mirada que tengo en palanca para casos difíciles y que no había tenido que usar en mucho tiempo -cada uno tiene sus recursos-, una mirada, limpia, clara y profunda.
Mientras hablaba me observaba de soslayo, dándose cuenta de que yo no perdía detalle de su voz y sus palabras, ni de los gestos que hacia con los brazos, sentada en la estera con el pelo suelto, algo más segura de sí misma -dueña ya de todo lo que había a su alrededor-. Entonces sonrió tímidamente agachando un poco la cabeza -parecía complacida-.
Mis reflejos a la hora de tratar con mujeres tan especiales están en baja forma, a pesar de no haber hecho otra cosa en mi puñetera vida.
No comprendo -o quizá si- por qué, cuando está furiosa o disgustada levanta la cabeza y, en cambio, si sonríe, se esconde entre el pelo. De todas maneras, no vi esa sonrisa hasta el final.
Esta mujer siempre se las apaña de alguna manera para dejarme indefenso.



*Fragmanto del libro "Ruido de fondo".

martes, 1 de junio de 2010

La década del desencanto

Los pactos de la Moncloa, que certificaron el abandono de la izquierda de cualquier tipo de solución rupturista, fueron el pistoletazo de salida, la semilla del desencanto. El fin de las esperanzas puestas en la llamada izquierda parlamentaria se fraguó en aquél pacto que, de hecho, en primera instancia, tuvo a los partidos llamados de izquierdas y a sus respectivas correas de transmisión, es decir, a las élites de los mal llamados sindicatos mayoritarios -que, en su mayoría, únicamente aspiraban a ser activos profesionales del sindicalismo-  como primeros, y casi únicos, beneficiarios. Serían los encargados de reconducir a la clase trabajadora por el camino "correcto". Para todo lo demás habría que esperar. Y así nos fue…
La gran mayoría de polígonos de viviendas, construidos a toda prisa en las periferias de las grandes ciudades del país durante las dos décadas anteriores, eran páramos desolados. Rodeados de ratas, autopistas y descampados, sin transportes urbanos, o, en el infrecuente caso de que los hubiera, estos eran ridículamente insuficientes, sin planificación, sin servicios… Barrios millonarios en sin… Auténticas fábricas de marginados. Y, a pesar de los cambios políticos habidos en la década anterior, así seguían a principios de los ochenta, y así siguieron durante mucho, mucho tiempo, y, aún hoy, después de tantos años, palabras como Servicios Sociales me siguen sonando a cruel sarcasmo.
Al salir de CCCB, después de una larga visita a la exposición dedicada a los quinquis de los 80, mis emociones navegaban entre el recuerdo de mi rebeldía juvenil, las frustraciones de los años de la llamada transición, y mi búsqueda de la felicidad y el olvido.
Después de aquel ochentero y magnífico viaje por las vidas de los más excluidos de la década, sentí aversión y fascinación, y, en un instante, me poseyó un profundo resentimiento…
No quería irme de allí con aquel mal rollo. La exposición realmente era buena. No se merecía eso.
Me senté en una de las terrazas de delante del MACBA, y pedí cerveza y olivas. En cuanto el camarero me trajo la consumición, saqué de mi bolsa un porrito liado, lo encendí, y, al levantar la vista, me encontré leyendo una pintada: VUESTROS CULOS SERÁN MÍOS…

La década del desencanto comenzó para mí en el año 1979. Cuando los álgidos momentos de la transición daban sus últimos y apagados coletazos.
Con la izquierda parlamentaria y sus respectivas correas de transmisión bien apoltronados, la izquierda extraparlamentaria, entre un batiburrillo de siglas y compitiendo unos con otros, en un baile interminable de propuestas políticas cada vez más surrealistas, y los anarquistas, utilizando a la renacida CNT  para reavivar trasnochadas diferencias, en lugar de prepararse para el futuro. El panorama era desalentador.
Demasiado para un militante veinteañero que llevaba desde los dieciséis preparándose para ser sindicalista. Lo dejé como otros muchos.
A este fenómeno se le vino a llamar desencanto.
A partir de aquel año, gran parte de la juventud militante barcelonesa se dedicó a divertirse, ligar y pillar colocones.
A esta juventud se le aplicó el despectivo epíteto de pasotas.
En las cárceles, los presos organizados en la C.O.P.E.L. se iban agotando entre motines, autolesiones, peticiones de amnistía, huelgas de hambre, fugas, palizas, kundas y celdas de castigo.
Las energías desatadas tras la muerte del dictador se fueron disipando lentamente. La Barcelona trasgresora, creativa, luchadora, capital cultural del país, que atrajo a artistas de todas partes, fue marchitándose poco a poco, y, a primeros de los ochenta, con Jordi Pujol ya instalado en la plaza Sant Jaume, se potenció una suerte de provincianismo cultural estrecho de miras que fue desplazando progresivamente al arte comprometido e independiente.
La cultura de la subvención había comenzado. A raíz de esto, gran parte de la naciente y pequeña industria cultural independiente acabó en la capital de España, donde parecían correr mejores tiempos para estas pequeñas industrias.
Mientras tanto, la heroína, que hasta la muerte del dictador había circulado de forma muy restringida, comenzó a correr por todas partes. Afectó a todas las clases sociales, pero, debido a los factores socioeconómicos, fue en los barrios más humildes donde causó más estragos.
En muchos barrios llegó a ser más fácil pillar caballo que hachís. El por qué sucedió esto justo entonces siempre me pareció sospechoso. La policía parecía no darse cuenta de algo tan evidente.
Un par de años más tarde, tanta relajación pasaría factura. En los barrios más humildes la juventud comenzó a delinquir para pagarse la adicción.  Aquella droga acabó convirtiéndose en una epidemia que destrozó vidas y familias.
Un problema social de gran magnitud para el que, como casi siempre, las autoridades supuestamente competentes no estaban preparadas. Las pilló en bragas, y costó mucho tiempo articular servicios convenientemente preparados y dotados.
Los atracos a bancos y los robos en farmacias se pusieron de moda. Y, a falta de otra cosa, las prisiones se fueron saturando de adictos que no tenían por qué haber llegado hasta allí.
Las interminables colas en las oficinas de empleo se convirtieron en un lugar idóneo para ligar.
Los fines de semana el casco antiguo rebullía de gente (sobre todo jóvenes), y el barrio chino, si sabías moverte un poco, era el mejor lugar para pillar cualquier cosa.
La crisis económica se fue agudizando a medida que avanzaba el decenio, y el progresivo desmantelamiento de las grandes industrias relacionadas con la siderurgia convirtieron el país en un polvorín.
La lista sería inacabable. Los conflictos en minas, astilleros, altos hornos… etc. recorrieron la península como un reguero de pólvora, dejando tras de si un desalentador paisaje de luchas obreras perdidas y batallas campales con la policía.
Las interminables hogueras de la década se fueron apagando, y la ciudad se tiñó de gris mortecino. Un gris que ya no abandonaría Barcelona en mucho tiempo...

Los gritos del camarero me sacaron de mi ensueño. Discutía airadamente con unos jóvenes sentados cinco o seis mesas más allá de la mía. Por lo visto habían intentado largarse sin pagar.
Una traviesa mirada se apoderó de mi rostro. Recogí mis cosas, me levanté, y con mucha parsimonia, dejé, a modo de pago, una chapa libertaria encima de la mesa y, con una vieja sonrisa de colmillo, pasé por delante del grupo y me perdí por una oscura calleja camino de las Ramblas.