lunes, 28 de junio de 2010

26 de mayo*

Me siento muy cansado. La anemia me persigue de buena mañana.
Oigo cantar a los pájaros y pongo las noticias. El mundo sigue como siempre, hoy, algo peor que ayer. Me cuesta un poco todavía oír los informativos, antes los escuchaba con interés y sentido critico. Hay que esperar para eso. Desenchufado estoy, como las grabaciones de primeros de los noventa.
Tengo el verano por delante sólo para mí. El interferón me ha dejado hecho polvo.
Cuando lo cuente se verá todo el proceso. La aceleración, el salto y la recuperación.
Me voy a mimar como si fuera mi novia. Me lo he ganado a pulso.
Estoy puteando al móvil. ¡Qué se joda! me la pegó el muy cabrón. Con la paranoia y cli, cli, cli. Me cabreé con él -no sabía hacer nada-, además, cuando suena no estoy, por móvil que sea.
Espero que a la chica se le pase algún día el mosqueo. Me rio por no llorar -un viejo recurso psicológico-.
Fumo petardos por no deprimirme más -es un buen remedio-, y tarareo canciones de los cuentos. La música me acompañó en mi extraño y poético viaje.
Ahora que tengo tranquilidad me ha entrado un cansancio total, pero como no doy un palo al agua me es indiferente.
Leo, escribo, paseo y pienso con serenidad, ordenadamente, aunque tengo algún mosqueo literario de vez en cuando, entonces lo dejo hasta otro día.
Me mirabas con ojos de tiburón -dijo-. Yo no le conté cómo miraba ella.
La segunda vez con ella a solas y ya discutes. A estas alturas no sé qué pensar  -la psicología femenina es un misterio insondable como el origen de la vida-. Ahora me da risa, pero me dejó para el arrastre. Uno que está en las últimas y huyendo de bronkas, se va feliz a contemplar un par de ojos que le hacen olvidar todo aquél mal rollo y ¡hala! “verbena de la paloma”: Si te vas malo, y si te quedas peor ¡cosas de la vida!
Me parece estar viendo al dentista agazapado como un buitre detrás de “la silla”. Cuesta acostumbrarse al jíbaro. Aprendo americanismos hablando con él.
Gafas de sol nuevas y agujero en la oreja. Me ha dado el punto de encalomarme un pendiente -discreto eso si-. Debo tener necesidad de reafirmarme, así que bien está.
L@s marom@s de por aquí, cuando hablan de automóviles, no dicen coche, ni buga, ni tequi, ni carro, balbucean algo que suena como tropecientos tedei.
Dan vueltas constantemente. Cuando pasan aflojan la velocidad -como quién busca aparcamiento-, en ese instante, alguien se acerca al vehículo un momento y vuelta a empezar. Los monos hacen la ronda. En todas partes existen esquinas como esta.
Ahora que voy un rato casi todos los días -a charlar y tomar mi doble cero-, me hace reír esa noria vista tantas veces -el cuento de nunca acabar-. Por estas selvas urbanas a las rayas las llaman filetes -argot local-.
Unos, curran en las construcción, otros, en derribos, en plan simbiótico pero sólo en lo económico.
Necesito ir a la playa pronto y el problema de la piel no me deja -es una putada-. Ya tengo ganas de nadar un poco.
Hasta hace quince días no supe que el peor mensaje dejado en mi contestador nunca existió, fui a comprobarlo. Pienso en la voz que era y ¡joder! no tengo suerte con las que me gustan de verdad. Dos meses dándole vueltas ¡qué estupidez!
El dentista está acabando. Hoy he visto salir a una de sus víctimas después de una hora de sesión, sudaba como un condenado a trabajos forzados. Me recordó a mí hace tres meses. Llevo una campaña que parece diseñada por la KGB para joderme la vida y los sueños.
Últimamente ya no tengo sueños raros -sólo alguno divertido-. Ya no golpeo la sombra enorme que me amenazaba. Era frustrante -mis golpes no le hacían nada- me agotaba y despertaba sudando. Este sueño lo tuve muchos años y hace tres meses le volví a ver la jeta al sueño -después de mucho tiempo-. Ya no ha aparecido más.
No doy un palo al agua -salvo algún recado puntual-. Paseos y hierba en el parque. Me recuesto en mi árbol, desde allí veo las sombrillas de la piscina. Son psilocibes gigantes- me resulta agradable y tranquilizador mirarlos. Escribo.
Estoy de vacaciones pastilleras -no tomo nada-. Un delicioso sueño que durará hasta el próximo miércoles.
Esta parte será una convalecencia de verdad, y no el rollo de los primeros 6 meses. Sólo acordarme se me ponen los pelos de punta.
Soy afortunado. Tengo los cuentos.  Son un pequeño fruto premonitorio salido del caos. Algo he traído -palabras y sentimientos- del fondo de ese pozo.
Hoy, he de comenzar mi último episodio -máximo tres folios- sobre la casa encantada o la mujer araña -todos caen en sus redes-. Cinco meses después, ya sereno, encaro la triste tarea -fuiste un imbécil Mario-. En papel aparte de este telediario -por el que siento mucho afecto- con el que he ido de la mano de vuelta a la realidad.
Será un ejercicio de memoria, no desapasionado y frío -eso sería imposible-, pero si, con la distancia suficiente para verlo en todas sus facetas. Ese triste día comencé a ser consciente de que algo iba a ocurrir.
Termino el libro sobre Jung, una ayuda inestimable para mí. Racionalizó mis terrores -les dio coherencia-. Me hizo ver los cuentos bajo otra luz y reconocer mis sentimientos verdaderos. ¡Qué lástima panterita! nunca más te tendré al lado, para morirse. Verla llorar de aquella manera me dejó anonadado y muy preocupado.
Comencé el San Canuto -la armadura al menos-. De momento no dan ganas de reírse. Todo se andará -oigo a Los Lobos, me sube la moral-.
Voy a pasar muchas horas solo conmigo mismo, hay que irse acostumbrando.
Cambiando de onda, sigo despellejándome, a otro ritmo, con otra frecuencia y menos intensidad.
Los días se parecen mucho unos a otros.
La anemia va jodidamente lenta, pero tengo un hambre de lobo. Supongo que saber que te espera tu vida en algún sitio, y saber cual, es un estimulo importante.
Hoy he soñado algo que no puedo recordar. Es un palo, me había acostumbrado a escribir sobre ellos -folio aparte-.
En cambio, sigo con el San Canuto -un texto para mirar con lupa-. Una obligación terapéutica que no literaria. Algo es algo.


*Fragmento del libro "Ruido de fondo".

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