miércoles, 12 de octubre de 2011

Se llama Trinidad (mientras tanto)

Eran cerca las ocho cuando llegué al garito, y ya estaba allí. Sentada en la mesa del rincón, bajo la inmensa pantalla de televisión que solo funcionaba la noche de los sábados.
Cuarentona desconocida toma gin-tonic en un rincón a primera hora. Suenan los hermanos Allman (su directo en el Fillmore).
En la barra hay un tipo pequeño con greñas y patillas. Perilla igualmente jevi. Así que debe ser jueves.
-Amador, ponme una Voll que vengo nublado. Me ha parecido ver junto a la tele a una tía buena tomando un gin-tonic. Anoche debí fumar demasiado.
Amador asiente con la cabeza mientras saca una jarra fría del congelador. Cuando llega con la cerveza, en tono confidencial, me dice:
-Ha llegado nada más abrir. No es de por aquí. Ha pedido el pelotazo con cara de pocos amigos y se ha largado al rincón. No va de napia, porque lleva tres cuartos de hora sentada y todavía no ha pisado el tigre; y está pa darle matarile.
Me solía fiar de sus retratos robot. La barra tiene una perspectiva privilegiada, y, desde ella, los brillantes ojos de Amador, como un láser, barrían periódicamente toda la sala.
-Será una pantera en busca de niñato chulo y pastillero, aventuré.
-Me parece que no. Si fuera de ese palo estaría sentada en la barra. Además lleva un yin-yang en cada oreja –apuntó Amador.
-Una friki de rollo oriental; y cuarentona de buen ver… Tío, tengo que encontrar la manera de entrarle; que las de por aquí están más vistas que las series de sicópatas…
-Anda con ojo, que a esa edad están todas resabiadas, y con la premenopausia a veces suelen gastar muy mala leche -me advirtió, mientras me daba el cambio.
-¿Por qué no pones algo que le vaya bien? Un poco más rockero… La Velvet, por ejemplo. Un toque underground seguro que le cambia el humor.
Sin duda, por debajo de la incansable guitarra de Duane Allman, nos debía oír cuchichear, porque dejó de mirar a la pared y se removió inquieta durante unos pocos segundos…; después sacó el móvil y se refugió en alguna de sus aplicaciones. Lo utilizaba a modo de escudo, como yo hacía con los cigarrillos cuando me sentía vulnerable.
Salvo dos mechas que caían a ambos lados del rostro, llevaba el pelo recogido en un pequeño moño. Pelo castaño oscuro, ojos grandes del mismo color, la nariz posee una ligera curva árabe en la punta, labios de un rojo discreto, o quizá granate; entre las opacidades que proporcionaban la distancia y la escasa iluminación de la mesa rincón, era difícil de asegurar. Pechos medianos, que, tensando en su cúspide la tela de blusa, todavía mostraban su osadía con altivez juvenil.
Cuando empezó a sonar la Velvet cogí la cerveza y me senté en una mesa. Saqué la libreta y el bolígrafo. Había ganado unos metros…
Su aspecto, con ese aire cuidadosamente desaliñado, cantaba entre las viejas y deslucidas mesas; o quizá, como a una luciérnaga, la hacían resaltar en la yerma penumbra de su rincón.
Mientras reunía energías para entablar conversación, comencé a garabatear ideas… Tenía varios versos sueltos con los que especular y pensé que quizá podría aprovecharlos para hacerle un poema.
Ella parecía inmersa en lo suyo, pero no era del todo cierto. Varias veces, al apartar la vista de la libreta para pegar un trago, la sorprendí levantando un instante los ojos por encima del iPhone. El rincón es inexpugnable, hasta allí no llega la señal de internet ni de coña.
Era genial, estaba tonteando y aún no se había dado cuenta. O quizá era yo el que no se enteraba de nada, y no era el cazador, sino la presa. Sonaba mal, pero era mucho mejor para mis propósitos… Además, iba más apretada que los tornillos de un submarino. Un cuerpo de curvas serpenteantes y armoniosas, expectante y acurrucadito en un rincón con los ojos muy abiertos. Demasiado cinematográfico para ser casual. Había premeditación. Sin duda conocía el negocio.
Con gesto decidido, me acerqué hasta su mesa y le dije: Hola, me llamo Matías.
-Yo Trinidad, pero todos me llaman Noni –contestó alargando la mano para saludarme.
Sin tener en cuenta el gesto, me agaché y la besé en ambas mejillas.
-¿Has venido por lo de los jueves? –pregunté, al tiempo que me sentaba.
-¿Qué pasa los jueves? –preguntó divertida.
-Desde hace unos meses, todos los jueves se reúne aquí una conocida asociación de fumetas. Cada uno trae su maría, y hacen intercambios de esquejes, semillas, hierba. Fuman, charlan de cultivos…
Siempre viene gente que ha contactado con ellos por internet, y suelen sentarse a esperar hasta que alguien les pregunta. Sobre todo la peña que anda de paso por Barcelona.
-Ando de paso, pero no he venido por éso -respondió.
-Este local es únicamente para los socios. Así que si no eres socia ni te ha invitado alguien que lo sea…
-Éso lo vas a tener que hacer tú –contestó, sin dejarme terminar.
-Guapa, soy socio “honoris causa”. Está hecho desde que me senté contigo.
-Mario, eres un cabrón. Deja de tomarme el pelo, la libreta te ha delatado.
-Noni, la foto que me enviaste no te hace justicia, y desde lejos este rincón yace en la más absoluta de las tinieblas. No te he reconocido hasta que me he acercado. Lo siento, no he podido resistirme.
Juraría que habíamos quedado mañana.
-Sí, pero…
-¿Has venido ha reconocer el terreno? –atajé.
Luego, sin venir a cuento, le dije: No tengo nada en contra de los abogados, pero dos colegas míos lo son; y si los hubieras conocido hace veinticinco años no te dejarías defender por ellos por nada del mundo.
-Empiezo a pensar que no ha sido buena idea venir a Barcelona –comentó, con aíre de desencanto.
-Nada de eso –respondí-. Es una ciudad de rincones preciosos. Aunque las rutas turísticas son un muermo lleno de tópicos. Hasta tienen una ácrata.
Muy cerca de aquí está la pequeña plaza de “Las madres de la Plaza de mayo”. Allí, entre la fuente y la acera, hay una tapa de alcantarilla con una inscripción que nos recuerda que “Face”, el penúltimo día de agosto del 57, cayó muerto en una emboscada de la Guardia Civil.
Los hay que vienen fascinados por pasear por que la fue la calle más revolucionaria del mundo y se meten en un caudaloso rio humano donde son capaces de robarte las bragas sin quitarte los pantys… (Volvió a sonreír)
Barcelona se ha convertido en una ciudad escaparate, con decirte que, desde hace un año, en las zonas turísticas los feos se ven obligados a hacer los recados de noche para no estropear la imagen que tanto dinero le ha costado al consistorio, está dicho todo.
Ni el alcalde, que es gangoso y más feo que un cangrejo, se atreve a desafiar la estricta normativa. Así que cuando tiene algún acto público en esa zona manda siempre a alguna agraciada representante del municipio para que lo sustituya.
Afortunadamente, a nosotros no nos afecta ese precepto. Coge el bolso que nos largamos a dar una vuelta por ahí antes de que llegue la tribu canábica  y esto se convierta en una psicodélica cámara de gas.

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