sábado, 25 de marzo de 2017

Corte cuatro, Good morning little schoolgirl 10 (unos días de febrero)

Me levanté a por una cerveza y de paso recogí la mantita que andaba por los suelos, la sacudí un poco y se la tiré por encima de la barra de la cocina. Se envolvió con ella y se acomodó en la esquina del sofá más próxima a la librería, y mi menda, lleno de júbilo, fue a ponerse algo de ropa. 
Desde la habitación podía verla curiosear por los estantes… Se paraba delante de un libro y poco después, sin quitar los ojos de la librería, hacía preguntas en voz alta que yo me apresuraba a contestar mientras terminaba de ponerme el pijama y buscaba con la mirada la bata que me había dejado en el sofá.
Ámbar se había quedado ensimismada hojeando un libro de Capote, y aproveché para llegar hasta la bata, ponérmela en un suspiro y acercarme por detrás hasta ella. La abracé pasando los brazos por debajo de sus axilas y recogiendo con las manos aquel par de tetas en flor que parecían llevar un “muérdeme” escrito en cada pezón; entonces dio un respingo, ladeó la cabeza buscándome la boca y nos besamos, esta vez despacio, saboreando aquel instante mágico y sensual como si fuera la última vez y no hubiera un mañana para nosotros más allá de aquel clandestino y fugaz encuentro.
Ese destino asomó en mis ojos durante unos segundos, pero cuando nuestras miradas se volvieron a cruzar, el reflejo de aquel paisaje sombrío desapreció sin dejar rastro.
Me volví a sentar y ella se estiró en el sofá, esta vez con la cabeza apoyada en mi regazo, y me preguntó por Bukowski; y yo, a la par que le sobaba las tetas, iba respondiendo a sus preguntas… 
Entre pechos y literatura nos dieron la una y cuarto; debía marchar, su madre llegaba a comer sobre las dos y media y quería estar allí cuando llegase. La ayudé a vestirse, le puse los ligueros, las medias y la faldita mientras ella se ponía el resto. 
Y entonces hice algo que no había hecho nunca, me arrodillé delante de su pubis y le busqué el coño; ella se puso de puntillas, lo dejó caer sobre mi boca y comenzó a mecerse apoyando las manos encima del televisor. Sólo fueron tres o cuatro minutos a lo sumo, pero más que suficiente para lo que yo quería. Mi cara mojada, su sexo mojado, en ese momento me levanté rogándole que no se moviera y fui a por mi regalo. Volví al instante con sus braguitas rojas y, con mucho mimo, le sequé con ellas la entrepierna y después enjugué los fluidos que me bañaban la jeta. Ámbar soltó un gemido y volvió a besarme llena de pasión.
Después de decirle que olía a tío y que se duchara nada más llegar a casa, cerré la puerta tras ella, guardé las bragas en una bolsa de plástico con cierre hermético y fui presuroso a mirar la nota que había dejado pegada en el marco:
“Este marco ya no está vacío. Ámbar Salvatierra González. 13/2/2016”
Y el fresco y sensual olor del cuerpo de Ámbar, poco a poco, se fue adueñando de todo.

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