martes, 8 de agosto de 2017

Buenos días, primavera (Ámbar)

Al fin sucedió lo inesperado, un sábado de principios de marzo, a las ocho y media, Ámbar llamó a mi puerta; y por fin, después de tanto tiempo, pudimos abrazarnos de nuevo. Fue un abrazo intenso, de amantes que se reencuentran después de una larguísima ausencia.
Venía con pantalones negros, una camiseta anaranjada y una holgada, vieja y raída chupa de cuero negro que debía tener el doble de años que ella. Miró hacia el perchero, todos los ganchos estaban llenos; pero esta vez no me lanzó una mirada interrogante, se la quitó y la colgó sobre las prendas que ocupaban uno de los ganchos.
El corazón comenzó a golpearme el pecho y la besé desesperado, como un amante temeroso de que aquel glorioso instante sólo fuera uno más de sus tórridos sueños y Ámbar pudiera desaparecer en cualquier momento, dejándome el anhelante vacío de un sueño apasionado y cruel que te despierta cuando empiezan las escenas más esperadas.
Seguramente viene a por la comida de chichi -full equip- prometida, me dije al tiempo que mis ojos la iban recorriendo ávidamente. Traía el pelo como más me gustaba, largo, suelto y ligeramente ondulado. Cada vez que movía la cabeza su melena dibujaba las plácidas olas de un mar oscuro mecido por la suave brisa de la mañana.
Hablamos entre besos, odio los malentendidos y no quería tenerlos presentes mientras nos amábamos, y tanto tiempo de charla por el chat puede dar para muchos. Lo cierto es que no quería comérselo con resquemores en el corazón, quería dejarme el alma entre sus piernas y que su sexo se diera perfecta cuenta de ello; soy de los que piensan que el sexo femenino es una vía de acceso, no sólo a la pasión, sino también al conocimiento.
Necesitaba darle todo el amor acumulado durante su ausencia, el pedazo de mi corazón que le pertenecía, ese espacio palpitante y umbrío que, desde el día en que nos conocimos, ya no he podido entregar a ninguna otra; es de Ámbar.
Traía un sujetador negro calado y forrado de blanco por dentro y unas braguitas negras con volantitos muy sexis. Una ropa interior menos juvenil pero igual de subyugante, todo un robasueños, o un despampanante quitapenas, según estuviera ausente o presente.
Sentirla temblar entre besos y preguntas o mientras la ayudaba a quitarse la ropa y me mostraba sus altivas tetas mirándome sonriente a los ojos con la duda de si me iba a gustar el piercing que adornaba su pezón izquierdo fue maravilloso, mejor que un orgasmo.

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