jueves, 17 de agosto de 2017

Donde da la vuelta el aire 1 (Ámbar)

Fiel a esa línea de conducta, no volví a dejarle ningún mensaje en el chat desde mediados de mayo. No quería que mis palabras pudieran alterarla de ningún modo y la mejor manera era dejarla tranquila y esperar a que fuera ella, si algún día le apetecía, la que diera el primer paso.
Me puse a trabajar con todas mis energías en “Unos días de febrero” con la intención de que estuviera listo para su cumpleaños y poder regalárselo para la ocasión. De hecho me fue muy bien no saber nada de ella durante ese tiempo, pues me permitió concentrarme de lleno en el tema.
Me había dado cuenta que nuestras conversaciones solían por lo general ralentizar mi tarea, que, en aquel momento, consistía en ordenar mis recuerdos del año anterior; y el interaccionar con ella en el presente me ocasionaba un vaivén emocional que repercutía severamente en mi trabajo, una constante desde que empecé su relato a la que solía echar la culpa de lo poco productivo que había sido el año anterior.
El último capítulo fue progresando con bastante soltura a pesar de escribir a contrarreloj y de estar completamente superado por un incomprensible proceder que basculaba entre el candor y una suerte de ingenua perversidad, un intrincado barullo de pulsiones contradictorias que no había dios que entendiera ni por donde cogerlo; el lóbrego laberinto donde anida perezosamente el confuso y desolado corazón de Ámbar.
A primeros de julio volvimos a vernos, se pasó por el casal durante la jam de blues de todos los años. Aprovechando que sabía que aquella noche yo estaría allí, se pasó todo el concierto con un grupito de jovencitos entre los que se encontraba su nuevo noviete, con quien estuvo muy acaramelada. Estaba clarísimo que con la sana intención de intentar incomodarme.
Pero aquella película ya la había visto el año pasado y a punto estuve de soltar una carcajada, afortunadamente tuve el buen criterio de contenerme. Con el rollo que había pillado con el asunto de que me reía de ella lo último que deseaba era dar pábulo a sus desacertadas impresiones. Pero esta vez, aprovechando que unos minutos antes Willy y Ricardo me habían presentado a una rubia madurita de ojos azules, me propuse darle a probar de su propia medicina y comencé a trabájarmela.
No tenía ninguna intención de ligar con ella, pero quería que lo pareciera, así que charlamos y charlamos junto a la barra. Estaba pasando una mala racha y le regalé un libro, en fin, trabamos una animada conversación que duró toda la noche.
En una de las ocasiones en que salí a fumar me dijo de sentarnos, asentí y le dije que cuando volviera entrar la buscaría. Cuando regresé dio la casualidad de que mi acompañante había escogido la mesa situada justo delante de donde estaba sentada mi querida y traviesa musa. No me gustó, pero fue cosa del destino.
Pasamos el resto del concierto charlando animadamente hasta que Andrea, mirando el reloj, me dijo que se estaba haciendo tarde para ella, vivía en Vallvidrera, tenía el coche aparcado en el quinto pino y al día siguiente madrugaba. Era hora de abrirse y cumplir con mi objetivo: que Ámbar nos viera salir juntos de allí.
Sin tan siquiera mirarla, nos levantamos y salimos del casal. Caminamos juntos por Pablo Iglesias hasta Argullós, allí me despedí de ella y comencé a subir la interminable cuesta que me llevaría a casa mientras ella continuaba paseo adelante.

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