domingo, 4 de julio de 2010

10 de agosto*

Estoy de vuelta oruga. Francia sigue en el mismo sitio, pero yo no, las paranoias no son mi mundo cotidiano.
Todo evoluciona favorablemente para el leopardo. Mario va mas despacio, su memoria es un almacén sin fondo. Un archivo vital duro de recordar, donde, a veces, las imágenes del pasado son más intensas que la realidad. El leopardo, en cambio, es el aquí y ahora. Los dos son míos. Son facetas, reflejos en el espejo de mi vida.
Las francesas son una debilidad que sigo teniendo, y Francia anda llena de esas criaturas tan apasionadas y sensuales, con ese acento tan dulce que las hace irresistibles para mis yos.
Fuimos hasta Berga con el coche petado. Un pequeño universo lleno de las cosas más dispares era nuestro vehículo: desde un perro a un par de altavoces, pasando por un enorme fardo de vegetales sin cuento.
Una vez allí, trasladamos gran parte de nuestra nutritiva carga a otro vehículo más espacioso. Por fin pude poner los pies en el lugar apropiado.
Largo viaje hasta Tarascon, municipio del que forma parte el pueblo de destino. Carreteras llenas de monumentos dedicados a los guerrilleros que liberaron los pirineos franceses de fascistas alemanes.
Ya de noche, recalamos en nuestro diminuto pueblo.
Rodeados de estrellas y oscuridad -sin luz- pasamos nuestra primera noche.
Pensé en Mª José hasta que pude conciliar el sueño. En su pronta marcha hacía la nada. Su viaje definitivo. Miraba las estrellas cuando las lágrimas mojaron mi rostro. Oruga, la vida a veces duele.
Esas jornadas fueron de reflexión profunda. Allí, en las montañas, supe lo que buscaba en los lugares -en las paradas- de mi paranoia ¿por qué esos sitios y no otros? ¿qué buscaba? Era mi identidad -perdida en un laberinto multicolor de pastillas- lo que buscaba.
Ella -la bella mujer- era gran parte de mi memoria lejana e inmediata -el azar lo quiso así, o fue el destino-. La conozco desde siempre y, por supuesto, también buscaba a la chica de hoy. La sonrisa de Mongat era un objetivo. Y lo demás de ella, un referente donde encontré gran parte de mi memoria. Enlazó grandes retazos de mi vida que andaban dispersos dentro de mí -me conoce desde siempre-.
El pasado y el presente se enlazaron con un nudo llano -simple y eficaz-. Se usa generalmente para unir dos cabos que han de soportar tensión. Ésta, los aprieta más y más.
A pesar de los pesares, le debo mucho a la panterita, y también a mi viejo amigo Trivi. Vio mi estado tan bien como ella, pero sin armarme ningún número de circo emocional. A aquellas alturas, fue todo un detalle.
Vengo del huerto urbano. Cuido un pequeño universo vegetal -sus progresos y debilidades- va bien oruga, y surtido, no te creas. Este otoño le vendrá muy bien a Mario. Necesitará ayuda para un mal trago. De los suyos -ya sabes- del corazón.
Bellas noches las del pirineo francés. Estrellas y más estrellas visten el cielo, persiguiendo mis paseos nocturnos -saetas de luz iluminan mis pensamientos-. Lloro mientras veo el espectáculo. Brillantes y múltiples ojos en el espejo de mi ser -alumbran levemente los senderos en la oscuridad-. Radiantes lágrimas del universo, asomadas al abismo insondable de la noche definitiva, lloran conmigo.


*Fragmento del libro "Ruido de fondo".

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