sábado, 24 de marzo de 2018

maldita sea mi estampa 5

Salí por Escultors Claperós y giré a la derecha para ir a buscar Flandes de nuevo. Después de caminar un trecho comprendí que alguna cosa no iba bien y me paré junto a un semáforo para orientarme, pero con el pedo que llevaba, más que orientarme me quedé clavado en el sitio incapaz de tomar una decisión. 
Y la lluvia comenzó de nuevo, esta vez sin contemplaciones. Abrí el paraguas a toda prisa, pero no me sirvió de mucho, el agua entraba a sus anchas por aquella tela llena de agujeros. Me miré apenado, parecía un indigente a merced de los elementos intentando recordar dónde está la esquina de su cajero; cuando levanté la cabeza miré hacia atrás convencido de que me había equivocado de mano al salir del parque y Flandes estaba en dirección contraria; entonces la vi bajo un paraguas amarillo, la reconocí sin ninguna duda, aquellos pasos largos y decididos tan suyos son inconfundibles. Llevaba el pelo suelto, un pantalón oscuro, una trenka gris perla que le sentaba divinamente y unas botas negras de media caña.
Me quedé petrificado, caminaba en mi dirección por la otra acera y no tardaría ni veinte segundos en pasar por delante de mis narices. Y yo allí, como un gilipollas, rezumando agua debajo de un paraguas tronado -tal vez improvisando sin querer una patética representación de ducha callejera de corte surrealista, o quizá desplegando una abochornante escena del colmo del desamparo pasado por agua-; sin tener dónde meterme ni tiempo para reaccionar.
- Vaya tela, menudo embolado; solo me falta el cartón de tinto Don Simón -me dije entre dientes.
Estaba tan absorto que no vi venir el coche, iba bastante rápido y atravesó de lleno el charco muy cerca de la acera; levantando a su paso una espesa cortina de agua que, cómo no, me dio de lleno. Chorreando y abochornado volví a mirar a la acera de enfrente, ella acababa pasar justo por delante del semáforo; y juraría que la tía se iba riendo. 
No era para menos, fue un espectáculo tan desolador que en aquel momento me habría pegado un tiro. Hacer un Larra hubiera sido una salida airosa de aquella infernal y acuática mañana. A primera vista puede parecer una contradicción, pero créanme, el averno hidrológico existe; vaya si existe.  
Crucé la calle, y, sin subsanar mi error, avancé sufridamente en la misma dirección unos cincuenta metros más, entonces encontré refugio bajo el voladizo de un edificio contiguo a la esquina con Soler i Rovirosa, cerré con un suspiro de alivio el paraguas y me dispuse a esperar el final del chaparrón dándole matarile mi último porrito.

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