lunes, 26 de marzo de 2018

maldita sea mi estampa 6

Llovía profusamente, pero a rachas. La gente había desaparecido de las calles, era un bello espectáculo: El vigoroso y poco frecuente vacío de una bulliciosa ciudad mediterránea barrida sin piedad por la lluvia y el viento. Una imagen espectral de un mediodía inhóspito y malcarado. 
Pensé en todas esas almas solitarias que adivinaba tras los cristales y los balcones vacíos, ese acomodaticio enjambre de hombres y mujeres atrapados sin remedio en hipnóticas y superficiales tormentas de imágenes, soportando un inagotable cascada de productos y servicios inútiles día tras día. Miles y miles de cuerpos confinados por la rutina y el desasosiego que nunca sienten la necesidad de asomarse al mundo que los envuelve; ni los arrastra jamás el imparable impulso animal de sentir y respirar el fresco y salvaje olor de una tormenta. 
Deshabitados y vencidos tras robarles la capacidad -entre otras muchas- de admirar o dejarse llevar por la implacable y áspera belleza de una gran ciudad a merced de los elementos, dormitan y malbaratan gran parte de sus vidas en sus “seguros” cubículos; recordando únicamente la postrera imagen servida por una pequeña pantalla donde no hay lugar para sus sueños.
Como un autómata, salí de mi espejismo en cuanto escampó; gratamente sorprendido por la asombrosa capacidad de maravillarse que aún conservan mis ojos de perro viejo.
Miré el reloj, las dos y media. Desvariaba, estaba a punto de pillar una pulmonía y tenía un hambre de lobo.

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