sábado, 29 de julio de 2017

En la red 5 (Ámbar)

A mediados de diciembre, con el ecológico propósito de no encender la calefacción, empecé con los relatos más íntimos; durante unos días funcionó, pero con el paso del tiempo no hubo más remedio que claudicar.
Cuando empecé a colgar fragmentos de mi “Sweet Jane” en el blog nuestras charlas comenzaron a ser más largas y frecuentes, adoptando un tono mucho más cálido y un contenido bastante sugerente.
Me contó que una noche pasó por delante de mi portal y estuvo tentada de llamar, pero no se atrevió. Le contesté que podía llamar a mi puerta a cualquier hora, pero porque era ella, no es que estuviera de oferta, o algo parecido.

No contaba con volver a verla, y con aquellos relatos tan íntimos y sensuales pretendía recrear unas hechizantes horas de amor a contracorriente ancladas firmemente a mi memoria. Joven, bella, sensual, en definitiva, irresistible.
Entonces pensaba, ingenuo de mi, que quizá poniéndola sobre un papel dejaría de estar presente en mis sueños. No funcionó como esperaba, tuvo un efecto rebote y la testosterona se me puso por las nubes. ¡Mierda, mierda, mierda! ¿Dónde está mi dulce Jane?

Un domingo, mientras charlábamos por el chat se me cruzaron los cables y decidí improvisarle un cuento porno. Apenas tardó dos minutos en preguntar: - ¿Es que quieres ponerme cachonda?
- Sí -le contesté.
Terminado el corto y chispeante relato se hizo un pequeño silencio, y a continuación escribió: -Quizá cuando menos te lo esperes suba a verte.
- Pues será mejor que no tardes mucho, empiezo a tener una edad -le respondí, después de un largo y refrigerante trago de cerveza.

Pasadas las fiestas navideñas tuve noticias de mi novela, a última hora, con la portada ya diseñada, no la iban a publicar. Al parecer no encajaba dentro de la línea de historias canallas que buscaban.
Tardé treinta segundos en tomar una decisión: la editaría yo mismo, como había hecho siempre. No hubo más remedio que dedicar parte de mi tiempo a buscar quien la corrigiera, quien diseñara la portada y a un maquetador que le diera el formato adecuado, además, a propuesta de un amigo tomé la determinante decisión de cambiarle el nombre; se acabó llamando “Un relato oscuro”. Los malditos monos de la sierra de Béjar pasaron a un segundo plano.
Hablé con ella de aquel tema, parecía francamente interesada en las tribulaciones por las que atravesaba mi oscura y pequeña obra. Supongo que todo aquel asunto era un mundo desconocido para Ámbar y llamó su atención. Fueron unos cuantos días alejado del universo narrativo en el que, prácticamente, llevaba viviendo desde hacia meses; pero no de ella, pues preguntaba frecuentemente por aquel tema que me tuvo en vilo hasta que conseguí tenerlo todo bien atado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario