sábado, 22 de julio de 2017

En la red (Ámbar)

En verano llegó su cumpleaños, y aproveché que durante una de mis búsquedas en el viejo armario que no abro casi nunca –pues allí suelen ir a parar desde la ropa que casi nunca me pongo hasta los botes de maría vacíos o de reserva, pasando por trastos varios que me da grima tirar, algunas revistas viejas y material informático obsoleto- mientras apartaba algunos cachivaches polvorientos que iban a ir derechos al container, apareció como por ensalmo un ejemplar de “Ruido de fondo” del que ignoraba su existencia. Era el último ejemplar y pensé que nadie mejor que ella para tenerlo, así que se lo dediqué y firmé sabiendo que era bastante improbable que llegase a sus manos. No sería el primer ejemplar de aquel libro en ser rechazado. La musa protagonista de aquella historia hizo lo propio –todavía hoy me odia las tripas–, no tanto por el libro como por mi renuncia a iniciar una relación con ella.
Abrí la carpeta de Ámbar y comencé a ordenar mis notas y a escribir sobre el borrador de “Well meet Again” durante el mes de agosto. Me lo pasé sudando a mares delante del ordenador y con mi Pepito Grillo particular dándome la vara a todas horas:

—Eres gilipollas. Tú aquí, sudando como un hijoputa, para que luego ella pueda entretenerse un rato leyéndolo mientras se refresca el chichi sentadita en el bidet.
—No me seas garrulo. Es toda una musa: bella, inalcanzable y misteriosa.
—Ya. Tú lo que quieres es volver a estar con ella, que aquí nos conocemos todos.
—Por supuesto. Quiero que me lea y vuelva. Que se me calce bien calzado, que falta me hace ¿Pasa algo?
—Que no deberías. Podrías salir malparado y tías hay a montones.
—Desde luego, pero no son como ella.


Chateábamos muy poco, y algunas veces, cuando mi silencio se alargaba mucho, ella solía escribir preguntando: —¿Cómo va todo? Hace mucho tiempo que no sé nada de ti.
—Escribiendo ¿Y tú qué tal? –respondía yo, tope de contento. 
Otras veces era mi menda quien rompía aquel silencio. Y quiero creer que le gustaba saberse deseada y echada de menos.
Agosto se fue disipando conmigo delante del ordenador tratando de componer una estructura narrativa o saltando alegremente de un texto a otro, pues tenía varios relatos abiertos, según me pudiese más el calentón o la ausencia.

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